Recuerdos de una Lima Santa
¿Sabías que antes de dar inicio al Jueves Santo habían largas colas en los confesionarios y que en Radio Nacional se escuchaba “La Hora Santa? En Huellas Digitales recordamos aquellos usos y costumbres que cada Semana Santa realizaban los limeños del siglo XX.
Había una señal en la Colonia: cuando salía el Señor del Borriquito de la ermita del Baratillo, en el Rímac, era porque se había iniciado la Semana Santa en la capital.
La ermita se encontraba en la plazuela del mismo nombre, y la procesión recorría parte del malecón, el puente y daba la vuelta a la Plaza Mayor, para llegar a la iglesia de Nuestra Señora de los Desamparados, demolida en 1939, para dar paso al jardín posterior del actual Palacio de Gobierno.
En los años 20 del siglo XX, el pan de dulce era el bocadillo esperado en la Semana Santa. Las pastelerías de ese entonces como San Andrés, Terashima o El Progreso, ubicado en el Callao, abrían sus puertas desde muy temprano. Y las tiendas vendían mantillas de chantilly que eran de seda natural, encajes metálicos, brazaletes egipcios, bolsas de cuero con dibujos venecianos y guantes de seda negros para asistir a misa.
Quién se imaginaría que años más tarde, durante el gobierno del dictador Manuel A. Odría, el Campo de Marte, en Jesús María, reuniría a miles de fieles para ver películas religiosas como ‘Jesús de Nazareth’.
Los que no querían perderse la vida escenificada de Jesús en vivo, podían acudir a las representaciones teatrales en la calle. Si no, se consolaban con escuchar la ‘hora santa’ desde las emisoras de Radio Nacional o El Sol.
Durante varias décadas las misas de esta celebración eran presididas por el recordado Cardenal Landázuri en la Catedral de Lima hasta 1997. Cada Jueves Santo el prelado de Lima lavaba y besaba los pies de doce personas humildes, a las que luego agasajaba con una gran cena.
Las páginas de El Comercio contaban que, antes de dar inicio al Jueves Santo, en las primeras horas del día, los confesionarios estaban repletos de largas y serpenteantes colas. Los sacerdotes dedicaban todo ese día para confesar a quien quisiera hacerlo.
Viajar y compartir
Aunque no todos los limeños disfrutaban de esta gran fiesta. Algunos viajaban a provincia para reencontrarse con sus familias. En una nota del 16 de abril de 1976, se contaba que cerca de dos mil personas salían de Lima. Hoy es distinto. En el 2013 cerca de dos millones de personas viajaron a diferentes partes del país, exclusivamente para divertirse.
Si antes se degustaba pescado por toneladas –en abril de 1976 los mercados limeños vendieron cerca de 300 mil toneladas métricas– hoy en día el reparto a diferentes puntos del país es mucho menor, solo alrededor de 49 toneladas.
Las costumbres han cambiado. Ya no existe una invitación gratuita para ver una película religiosa; las mejores galas, el terciopelo y las joyas han quedado atrás. Viajar y escaparse de la rutina es lo de hoy. Sin embargo, la fe y el amor a Jesús siguen siendo los mismos. Así que, en estos días, busquemos celebrar la festividad sin olvidar la enseñanza de Cristo, y su mensaje de amor y entrega sin reservas.
María Chávez Chuquimango
(Archivo Histórico El Comercio)
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