La fatal arrogancia
Una de las obras que leí con más deleite fue “El arte de tener razón”, de Arthur Schopenhauer. Quizás porque entonces estaba muy prendido del reto de ganar las discusiones antes que en el de encontrar la verdad, aún al costo de la derrota.
Por eso desde años atrás solo respondo a argumentos y, más precisamente, a los que tengan por interlocutor válido el intelecto. Así que cuando me callo no es porque ignore la respuesta o me arredre frente a la sombra del contendor. El respeto a la inteligencia llama al silencio frente al graznido o la sorna.
Vamos con seriedad, el libraco aquel perdió autoridad para mí porque el eje de una buena discusión no es la rivalidad sino la contundencia de la lógica que esclarece. Antes de entrar en detalle sobre esta obra y sus 38 técnicas, subrayo que solo la arrogancia fatal de los intelectuales puede asumir que el objeto de una discusión es ganarla. Es hallar un camino juntos. Claro que, a veces la mayéutica socrática es útil, pero más que útil es la humildad y la capacidad de ceder.
Lo contrario de la humildad es el orgullo ¿Qué es lo mismo que la arrogancia, el desdén o la presunción? Según Barcia, el hombre orgulloso tiene una elevada idea de sí mismo, se eleva tanto sobre sus semejantes, que los considera como infinitamente inferiores. El arrogante está también tan penetrado de sus eminentes prendas que se persuade que los demás tienen la obligación de conocerlas. Seamos más precisos: “el orgulloso tiene un aire elevado, sentado, silencioso, naturalmente despreciador; más bien huye de las personas que la buscan…El hombre arrogante, por el contrario, es violento, arrebatado, alborotado, profuso de expresiones altaneras”. No huye, te busca, se crispa por cualquier ocasión que le sirva para expresar su superioridad.
Barcia da para más y aclara. Pero vamos a lo nuestro. La fatal arrogancia de la intelectualidad de antaño y actual es lucir su brillo, no la verdad. La verdad está emparentada solo con la humildad. Lo pensé así tras escuchar un debate obtuso entre dos intelectuales extranjeros en el cable. Ambos se cerraron porque para ambos la clave era “quedar bien” ante el espectador.
Si quien lee estas líneas aquí y acullá es arrogante y le falta aún un tramo para convertirse en un genuino intelectual dispuesto a bajar la cerviz (como lo ha hecho el autor de estas letras tantas veces como ha descubierto su propio error), bien le servirán las indicaciones de Schopenhauer.
Aquí solo algunas:
“Tomar la afirmación que ha sido formulada en modo relativo … como si lo hubiera sido en general.” (No te dejes llevar)
“Hacer preguntas al adversario para poder deducir de sus respuestas la verdad de nuestra afirmación.” (Recuerda que no tienes al frente a Sócrates)
“Provocar la irritación del adversario y hacerle montar en cólera”. (¿Te recuerda a algunos políticos? Te recomiendo responder con el silencio, devuelve el mecanismo de la ira)
“Para lograr que el adversario admita una tesis debemos presentarle su opuesta y darle a elegir una de las dos”. (Estás avisado).
“Cuando hayamos obtenido del adversario la concesión de una premisa que requeríamos, tenemos que deducir la conclusión deseada no con más preguntas, sino concluyéndola inmediatamente nosotros mismos”. (Recuerda bien que una buena lógica puede partir de una falsa premisa y viceversa).
“Si observamos que el adversario utiliza un argumento meramente aparente o sofístico podemos anularlo sencillamente atacando su capciosidad y apariencia”. (Mejor vamos al punto y atacamos su argumento).
“La contradicción y la discordancia motivan la exageración de la tesis.” (Esto ocurre cuando nos invade el deseo de ganar una discusión. La vanidad antecede a la verdad en esta hipótesis).
“Si inesperadamente el adversario se muestra irritado ante un argumento, debe utilizarse tal argumento con insistencia”. (¿Es un manual para el debate político?).
“Comenzar repentinamente a hablar de otra cosa totalmente distinta como si tuviese que ver con el asunto en cuestión y constituyese un nuevo argumento en contra del adversario.” (Dicen que los hombres estamos preparados para este ardid en las discusiones de pareja).
‘Esto será verdad en la teoría, pero en la práctica es falso”. (Demasiado Deja Vú de viejos debates intelectuales).
“Cuando se advierte que el adversario es superior y se tienen las de perder, se procede ofensiva, grosera y ultrajantemente”. (Sin mayores comentarios).
¿Se dan cuenta por qué prefiero la verdad antes que el laurel?