Ella y él.
Los conocí en el verano del 2005, aunque no fui yo quien los presenté. Vale decir que él es un médico y ella una rutilante modelo. Hoy la historia es otra. Él arremete contra el muro. Lo suyo es quebrar inútilmente los crepúsculos. Ella y él. Ella abordó un avión rumbo al Este, se perdió en la espesura del aire helado para siempre. Correos sin vuelta, señales de humo, versos con pie de página, muros. Ella y él. Ella se montó en un ave. Él nunca la volvió a ver. A ella poco le importa. Él no ha dejado de fumar. Trepidante corazón, desgarros de entrañas. “Es el amor”, piensa él, mientras triza el corazón como una jarra.
Ella es feliz y apenas recuerda su rostro. Vive en Roma, cerca a una plaza donde crecen los girasoles y ama sin dudar. De otro es, de otro, remota como un punto de agujas. Improbable, imposible. Él habita una buhardilla frente a una tabaquería en el centro de una ciudad. Ya no se crispa, languidece entre los muros castaños del atardecer. Así ha de morir, deliberado y con prisa, bajo la densa niebla de su cigarro.
Hembra
Duros pétalos
Diosa que se descubre al hombre.
Varón
no te ilusiones,
mira que el sueño dura lo que el asombro.
No estés con los ojos,
sácate el apuro.
Osamenta, vuelca tu queja única
y ya no aguardes
que para ella el mundo brinca
como un trompo de madera.
Varón,
algún día:
hembra que vuelve en el rocío.
No la aguardes.
Hembra,
torna a poblar el espacio
que el polvo ocupa.
Ave que emigra del humo
que se curva como una seña
que viene a morir en el desierto.
Hembra,
carnívora de boca fría
cabellera del círculo,
boca húmeda de trueno.