Facebook, messenger, correo y sordos mudos.
El título es amplio, pero refiere sobre aquellos extraños seres que no responden las comunicaciones. Excusen la sinceridad.
Me ha tocado como abogado, ensayista, académico, escritor o periodista recibir múltiples mensajes por todas las vías (desde el messenger al correo electrónico) y crean que todos los he contestado. Me he tomado con el deleite de la gratitud contestar personalmente (no solo un veloz like) a todos los saludos de cumpleaños por el FB. No he escatimado en responder con detalle y cariño toda muestra de solicitud y todo saludo. Cuando un extraño, cuyo nombre por vez primera asoma a mis ojos me requiere para una guía me doy el tiempo (entre todas mis ocupaciones) para orientarlo. Cuando la interacción debe ser real, cara a cara, allí estoy (salvo que, por excepción, me sea inconveniente y arriesgado). Sordo no soy, mudo tampoco y los dedos los tengo completos tanto como la lucidez.
Sin embargo ¿No te ha pasado que algún o alguna ignora tus mensajes con desfachatez olímpica? A veces el correo o el messenger te dan las señas: “Leído”. No es que les falte el tiempo (aunque sí quizás las ganas), son sencillamente los hijos de un dios menor, el de la mezquindad que en ocasiones tiene la vista tan corta que solo le alcanza para su universo pequeño.
Puedes estar en el linde de la muerte, en la crispación absoluta, pero leerán tu mensaje como quien atisba fríamente un aviso en la página de defunción, tan sin clemencia tan sin pavor, sin empatía, sin alma, sin amor.
Han habido fuegos artificiales que terminaban siendo cohetecillos mojados, artilugios sin estruendo. Cuando te necesitan estás, llaman, escriben. Cuando la necesidad da a su fin, eres la oruga cuya señal se pierde en el infinito.
Quizás sea la incapacidad de unos para desvestir la cobardía y sincerar el “No” o la hechura de la soberbia que los llama a ser receptáculos de mensajes que pueden sortear, postergar, ningunear y echar al trasto como papel infecto o desperdicio.
Por eso y porque soy por habitué un buen corresponsal (a la larga doy por teclear), me es natural la repulsa hacia esa insana costumbre de “pasarla por alto”, de cerrar la puerta, ignorar, bloquear, devolver silencio por letras. Si te va mal responder avisa, si el tiempo te agobia posterga, si la urgencia te rapta advierte, pero no la hagas la de Dios.
Aquellos que la hacemos día a día de escritores le damos un mayor valor a la comunicación, flujo recíproco de emociones, experiencias, datos y vida que se vuelca con la esperanza del retorno. Creer que la interactividad solo sirve para agigantar el ego, ignora las riquezas descomunales que esconde el alma de cada cual.
Y para la ficción: me pide una orientación un extraño y se la doy con la amplitud que Dios proveyó y la sencillez de quien no es más que un ladrillo más en el enorme muro de la humanidad. En contrapartida, le escribo a un sabio mayor para deleitarme de su ciencia, me lee, pero calla porque los márgenes no cuentan, las sombras sombras son, solo es legible la utilidad y el interés que, en ocasiones y muy sutilmente, se vale de las grafías.
Así estamos.