Dios salve a la reina muerta de The Smiths
La única vez que quise tocar el cielo en un concierto fue cuando vi a Johnny Marr en Buenos Aires, Argentina. Salté todo lo que mi humanidad me permitió; es decir, no más de veinte centímetros desde el suelo. Pero el intento valía la pena: frente a mí estaba el otrora guitarrista de The Smiths, una de las agrupaciones que gestó el sonido que hoy convenimos en llamar indie.
Era el 2 de abril del 2014. Con puntualidad inglesa, Marr presentaba un show de doce canciones en el festival Lollapalooza. La mayoría de ellas pertenecía a su álbum debut como solista, The Messenger (2013). Sin embargo, decidió cerrar con “There is a light that never goes out”; quizás el track más representativo de su antigua banda. Un tema que además pertenece al que para muchos (entre los que me incluyo) es el álbum definitivo de The Smiths: The Queen is Dead.
—¡Esto es para ustedes y no para otra maldita persona! —gritó Johnny, antes de tocar esa última canción. Entonces, me elevé lo que pude.
Para nuestro pesar, una reunión de The Smiths parece inviable. Las diferencias entre Marr y Morrissey, el dúo encargado de componer las canciones, serían irreconciliables. Pero si en algo coinciden ambos, es en una especial predilección por The Queen is Dead: su tercer álbum, que fue lanzado al mercado un 16 de junio de 1986. Hace exactamente treinta años. En diversas ocasiones, los músicos han manifestado su inclinación por este trabajo.
Marr, por ejemplo, suele incluir dos temas del disco en los setlists de sus presentaciones: el ya mencionado y “Bigmouth strikes again”. Morrissey ha hecho lo propio en sus conciertos. Asimismo, en una entrevista concedida a la revista i-D en el 2003, el cantante y letrista reveló que “The boy with the thorn in his side”, séptimo track del álbum, era su favorito dentro de toda la discografía de The Smiths.
Desde su concepción con demos y esbozos guitarreros hasta su publicación, The Queen is Dead tomó 18 meses para concretarse. Durante el invierno de 1985, mientras promocionaban en una gira su anterior placa Meat is Murder, se gestaron y grabaron los diez temas que conformarían la nueva producción.
En esos días, Johnny puso un especial énfasis en la composición de la canción homónima, que finalmente abriría el álbum. Veía en ella una oportunidad para “callar a los críticos, al escribir un tema tan bueno como el de cualquier banda de rock and roll que había escuchado”, según refiere el libro “Mozipedia: The encyclopedia of Morrissey and The Smiths”. Así, el uso de guitarras frenéticas marcaba cierta distancia del jangle pop al que habían apelado previamente.
Y así se encumbraron. Se ha hablado muchísimo de la influencia que tuvieron sobre bandas posteriores como Oasis y Radiohead. Pero este disco fue más allá: en el 2013, la revista británica NME eligió a The Queen Is Dead como el mejor de todos los tiempos. Una distinción que, por supuesto, es discutible. Lo que no debe generar dudas es su trascendencia, gracias a ese espíritu atrevido, fresco y honesto. Dios salve, pues, a la reina muerta de The Smiths por otros treinta años.
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