Ha adquirido la expresión de los que han alcanzado, finalmente, la paz consigo mismos. Ese estadío postrero en que los hombres le abren la puerta a la autocrítica para saldar cuentas con el pasado. La melena larga de entonces ha dado paso ahora a una más corta y llena de canas. Es otro, pero es el mismo.
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– “Me apresuré al entrenar a la selección. Me iba bien en la Universidad Católica”, reconoce sin rubor. Luego, en un tono más bajo, añade: “Tenía 38 años”.
El tiempo ha pasado. En una semana cumplirá 53, y la vida lo ha instruido. La primera de las lecciones, la que no dice, es quizá la más importante: ha aprendido a discernir lo esencial de lo complementario. El fútbol sigue apasionándolo como cuando era juvenil en la ‘U’, pero sus sacrificios desgastan. “No me veo en diez años entrenando”. La familia pesa.
Ha aprendido también a degustar los triunfos internamente. No hizo mohines ayer cuando le tocó dirigir en Segunda. No hace aspavientos hoy que la Vallejo no conoce de derrotas. Está orgulloso de su equipo, pero guarda el equilibrio de un experto. Entiende que las victorias deportivas son pendulares, casi siempre, y que el verdadero gozo se encuentra en trasladar la idea que se tiene al campo de juego. “Es injusto que el éxito dependa solo del resultado”.
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Su mérito en esta campaña es gigantesco. No solo es el prolongado invicto, la Libertadores en el horizonte o el ritmo de un conjunto con rodaje. Los ‘poetas’, consagrados fielmente a la doctrina futbolística que profesa su líder, aspiran al campeonato. Son un equipo corto con bloques posicionales y roles aprendidos. Pelean arriba sin tener nombres estelares y con un presupuesto de plantel bastante menor del que creen los hinchas.
¿Cuál es el secreto entonces? Trabajo, convicción y excelentes contrataciones. En especial, las extranjeras. Jairo Vélez fue un pedido específico del técnico que lo había dirigido en la San Martín en el 2017. Ha resultado un delantero indescifrable para las huestes contrarias. El otro atacante, su socio, tiene aroma de café: Yorleis Mena traduce en gol lo que generan sus compañeros. El entrenador lo ha potenciado convenciéndolo de sus virtudes. A ellos se les suma el infatigable Arquímedes Figuera, el encargado del trabajo sucio con la salvedad que ahora lo echan poco.
Entre los peruanos destaca Renzo Garcés, una justificada debilidad del comando técnico. Otro nombre es Raziel García, un volante mixto inteligente, que, en buena forma física, maneja los hilos del ‘Poeta’. A su lado Ysique es el balance de la escuadra. Junto a ellos el joven Zubczuk, el recuperado Ramos y la experiencia de Vázquez y ‘La Máquina’ Fleitas. Cedrón, Manzaneda, Rodas, Ciucci y Quinteros colaboran cada quien desde el rol que se les encarga.
Son un mejor colectivo que nombres propios. El que gravita más, la figura de la Vallejo, aunque él prefiera guardar perfil bajo es su director técnico. El hombre que finalmente, a esta altura de su vida, está en paz consigo mismo. Se lo nota maduro. Como a su equipo en la cancha.
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