La desgracia de Messi es ser argentino. De haber sido español, alemán, italiano, sería completamente feliz. Tendría, mínimo, uno o dos títulos mundiales y dos o tres Eurocopas ganadas. Hubiese viajado un millón de kilómetros menos en avión y no debería soportar tanta mediocridad. Pero es argentino y lo siente. Peor para él. Su culpa es haberle dicho no a España, pero es que culturalmente no tiene nada que ver con España, aunque viva allí desde los 13 años. Santiago Segurola, orgullo del periodismo español, describe en la película de Alex de la Iglesia, el rosarinismo absoluto de Leo: “Messi sale a las 8 de la mañana de Rosario, llega 8 y media a la ciudad deportiva del Barcelona, entrena, se cambia y al mediodía se vuelve a Rosario”. Así es, igual a Di Stéfano, que en 61 años de España no se le pegó un “vale”, un “venga”, un “vamos”. Ni “cantera” decía Alfredo, “¿Qué cantera…? Semillero, cantera es para las piedras”.
El drama de Messi es hacer todo bien en el campo y tener que tolerar los desatinos futbolísticos de un grupo de compañeros que lo hunden cada vez que se pone la camiseta nacional. Di María, Agüero, Lavezzi, Higuaín, Tevez… Nunca lo correspondieron en la cancha. Les hace un pase genial y le retribuyen un error. Luego lo paga Messi. Es al único futbolista que no le perdonan, no sus errores, los ajenos. Los que malogran goles y penales, los que no entienden el juego ni le devuelven una pelota, tienen permiso para fallar, nadie los molesta. El problema es Messi.
El periodismo en general, y el argentino en particular, da vergüenza ajena con Messi. Encontró la víctima perfecta. No se queja, no responde, no habla. Ni Leo ni su representante (que no tiene) van a levantar un teléfono y llamar al diario o al canal para quejarse. Ni amenazarán con no darles más una nota. Se le puede pegar tranquilo. Como los defensas. Gary Medel puede encajarle un patadón en el pecho. No hay drama, Messi no llorará, no hará teatro, no reclamará. Wilmar Roldán le mostrará una indulgente amarilla a Gary. Si protesta vendrá un ignorante como el juez mexicano que le contestará: “Esto es América, acá es así”.
Los compañeros no lo ayudan nada. Di María, Lavezzi, Higuaín no salen a ventilar la realidad: “Los horribles somos nosotros”. Se agachan y las flechas van todas para el ‘10’. El DT argentino, cuyo máximo acierto en la final fue alinear 11, no dirá que no tuvo planteo y que Sampaoli le dio un repaso. La fábula dice que Maradona ganó sólo el Mundial de 1986. ¡Ni ahí! Lo rodeaban grandes jugadores. Burruchaga equivalía a 50 Di Marías; Valdano, a 30 Higuaínes; Olarticoechea, a 20 Rojos; Pumpido, a 10 Romeros, Ruggeri, a varios Otamendis...
El karma de Messi es hacer todo para que Argentina llegue a las finales y no poder ganarlas. No por su culpa. Pero el fútbol se juega de a 11. Para triunfar se necesitan varios jugadores capaces, sobre todo inteligentes. Si Messi hubiese tenido al lado a Gary Medel, Marcelo Díaz, Charles Aránguiz y Jorge Valdivia su equipo hubiera ganado 4 a 0 y hoy era campeón de América. Pero esos cuatro eran rivales.
Hay una especie de fantasía de que todos los jugadores argentinos son fabulosos. Un mito generado por el mercadeo y la mediatización. En la selección, el único que lo demuestra es Messi. Los otros, comparados con los jugadores chilenos pierden feo. Mascherano puede estar ahí con Aránguiz (aunque este tiene gol), Marcelo Díaz es mucho más que Biglia, Medel que Garay, Bravo que Romero, Vargas que Agüero, Alexis Sánchez que Di María, Valdivia que Pastore… Son más.
Messi llegó a la Copa América con una motivación fantástica, pero se fue decepcionando porque esta Selección, como varias anteriores, le quita la sonrisa hasta a Gardel. No hay fatalismos que expliquen la racha negativa en Argentina. Es exclusivamente futbolístico. El fútbol se analiza por el rendimiento, el rendimiento deviene de la eficacia y la eficacia se mide viendo dónde va la pelota cuando un futbolista la despide. Si le llega a un compañero, si genera peligro o si se convierte en gol, es una acción positiva. En el caso de un arquero, si su intervención salva la caída de su valla; siendo defensa, si quita bien y entrega con acierto. La eficacia es el casi todo en el fútbol. Si miramos la eficacia y el rendimiento, Messi es un fenómeno siempre y sus compañeros una lágrima casi siempre. En la selección, no en Barcelona.
Pero Messi nunca le dirá burro a Lavezzi, tronco a Higuaín o atolondrado a Di María. Volverá a jugar con ellos y continuará poniendo su máximo empeño y su genio al servicio de ellos. Y estos seguirán haciéndolo perder. Leo tirará del carro solo, pero si ganan, los otros se subirán. Y cuando haya sumado otro subcampeonato o una nueva eliminación, Messi bajará la cabeza y todos los fotógrafos y camarógrafos, hambrientos, se le irán encima a tomarle la foto de la flamante frustración. Porque Messi no delata a nadie, simplemente agacha la cabeza.
El rumor, flamante, indica que Messi estaría estudiando tomarse un tiempo sabático con la Selección. La mitad de los argentinos lo han puesto en una situación casi de no retorno. Haga lo que haga será siempre el culpable a los ojos de ese medio país barrabravil. Sería interesante ver cuál es la capacidad del resto del equipo para clasificar a Rusia.
El de Messi es un tema que excede lo deportivo. Retrata a la Argentina como país. Él no aprendió y seguramente no entenderá nunca cómo encarar el canibalismo periodístico. Maradona sí sabía. Lo que no podrán con Leo es quitarle el título de mejor de todos. Con la bola en los pies, nunca hubo nadie como él. Y eso lo saben íntimamente todos los que alguna vez patearon una pelota. Lo reconozcan o no.
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— DT El Comercio (@DTElComercio) julio 14, 2015
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