Ezequiel Fernández
“La Nación” de Argentina
España es un país pobre cuando en 1947 Santiago Bernabéu inaugura el nuevo estadio de Real Madrid. Imponente, Chamartín (así se lo llamó primero) es un lujo para un país que sufre racionamiento de pan, aceite, azúcar y tabaco, carreteras llenas de baches, trenes sin horario y miles que pasan hambre, mueren de tuberculosis o fusilados. Años duros de pos Guerra Civil. Haber quedado del lado victorioso (Bernabéu fue cabo del ejército franquista) seguramente ayuda. Unas 5.000 toneladas de cemento (que también escaseaba) llegan al estadio desviadas desde el Valle de los Caídos, obra faraónica del franquismo. Treinta meses de construcción, 37 millones de pesetas, 75.000 personas. El Bernabéu es el estadio en el que River y Boca jugarán el domingo la final acaso más humillante en la historia de la Copa Libertadores.
Un año después, 1948, una de las primeras demostraciones de prepotencia de la dirigencia argentina (represalias contra líderes huelguistas) provoca el éxodo de cracks a Colombia. La lista incluye a Alfredo di Stéfano, que en 1953 se va a España. La ‘Saeta’ marca un antes y un después para la historia de Real Madrid. Ocho títulos de Liga en 11 años. Cinco copas europeas seguidas. San Lorenzo en gira ya había ofrecido una lección de juego en 1946. Victorias de 7-5 y 6-1 ante la selección de España. Tiempos en los que nuestro fútbol apreciaba más la pelota que la fuerza y Discépolo era ‘El Hincha’.
Amor al equipo y no extorsión de barra brava. Lejos también de cualquier ajuste de policías o políticos que puedan alentar emboscadas. Que desprecian al fútbol. También Real Madrid tuvo sus Ultra Sur. Nazis con oficina dentro del propio estadio, entradas y viajes incluidos. El 1 de abril de 1998 se juega la semifinal de ida de Champions ante Dortmund. A segundos del inicio, los Ultra Sur subidos a la valla provocan el derrumbe de un arco. Imposible arreglarlo. Hay que ir a la Ciudad Deportiva. Con un camión rompen un portón con candado y cargan otro arco. La vuelta al Bernabéu es a 100 kilómetros por hora y con escolta policial. El partido comienza con 75 minutos de retraso. Real Madrid gana 2-0. Otra vez campeón después de 32 años. El papelón cuesta una multa pesada, pero solo un partido de clausura. El pacto de viajes y boletos a cambio de mejor conducta es roto. En el 2013 Florentino Pérez dice basta.
El Bernabéu tiene hoy palcos VIP a precio de oro. Jueces, curas, familia real, políticos, sindicalistas y empresarios de China, Alemania o Argentina, cualquiera sea el país en el que Florentino Pérez, poderoso constructor, esté por hacer una obra. En su casa, la Libertadores reconvertirá este domingo el drama en negocio. Show globalizado, pero sin piedras, claro.
Luis Miguel Hinojal, que cubrió más de 300 partidos de Libertadores, recuerda el ridículo que hizo el presidente de Olimpia en el 2002 cuando se lanzó por el trofeo de la Libertadores antes de que pudiera tocarlo el capitán de su equipo. “Solo quería darle un besito. Invertí más tiempo y dinero en el fútbol –se justificó ‘El Rata’– que cualquiera de los directivos vividores que comen de él”. ‘El Rata’ era Osvaldo Domínguez Dibb. Su hijo Alejandro es el actual presidente de la Conmebol. Alejandro Domínguez es el padre de la Libertadores que un día, con complicidad argentina, se la llevó el Bernabéu.