En automovilismo se diría “ganó de punta a punta”. Y aunque en la largada picó primero el Barcelona por una brillante maniobra de Neymar, el Madrid fue amo absoluto de la carrera; desde el semáforo verde hasta la bandera a cuadros. Los goles, el juego, el dominio psicológico y futbolístico, la ambición, la contundencia y sobre todo la velocidad, fue todo blanco. Con seguridad, el mejor triunfo madridista de los últimos años en este clásico mundial que jugamos todos los hinchas del planeta. El más claro y merecido.
Se permitió una sola distracción el Madrid, y le costó el gol. Minuto 3: buen arranque de Messi por derecha, cambio de frente de Suárez a la izquierda, maravilloso control de Neymar (la dejó muerta en su empeine y ya acomodada para la siguiente acción), se vino hacia el medio y mandó su mejor tiro, su especialidad, el remate seco y bajo pegadísimo al palo izquierdo de Casillas. Inatajable. Carvajal, pero sobre todo Pepe, lo miraron, lo miraron... no le salieron y Neymar mostró su categoría de jugador diferente, de clase A. Desde ese instante hasta caer el telón fue todo nieve, talco, leche... blanquísimo.
En el futuro, las estadísticas dirán que el Madrid ganó esta versión por 3 a 1. No hablarán del juego, allí hubo diferencia de cinco o seis goles. Por actitud y, sobre todo por velocidad, el cuadro de Ancelotti goleó a su histórico adversario. Es verdad que Casillas evitó de milagro que Messi marcara el 2 a 0, pero ello parece apenas anecdótico en el contexto global. Mientras estuvo Xavi en cancha, el Barza fue una fuerza considerable, que circulaba con criterio la bola. No obstante, cayó en su viejo defecto del tranco cansino, la posesión inocua, la táctica sabida y resabida que depende de una gran acción individual de Messi y, ahora, de Neymar o Suárez. El Madrid utilizó la receta casera: esperar con mucha gente en su campo y, tras recuperar la pelota, salir de contra en velocidad abriendo el frente de ataque para generar espacios. Arrasó por las puntas, beneficiado por el reiterado pésimo desempeño de Dani Alves y las ventajas que daba Mathieu en la marca, muy alto, duro y veterano para marcar punta (lo pagaron 20 millones de euros con 31 años). Marcelo fue un vendaval por izquierda y Carvajal generó problemas por derecha.
Incontenible, Benzemá hizo estragos por habilidad y potencia; James Rodríguez (aún con cierta lentitud de movimientos), fue lúcido para ubicarse y sobre todo para encontrar los claros donde poner el pase. Una torpe mano de Piqué en el área permitió a Cristiano empatar con su ya tradicional gol de penal. Luego, Pepe pagó su falla en el gol de Neymar con un bombazo de cabeza que marcó el 2-1. Y un gravísimo error de Iniesta (ya no puede sostener físicamente las jugadas) propició el 3-1, que permitió ver otro magnífico pase-gol de James, lo cual comienza convertirse en buen hábito.
El Madrid le empieza a ganar los partidos al Barza en el mercado de pases: compra siempre bien y, cuando llega el momento, los refuerzos son eso: refuerzos, lo mejoran. El club catalán informó oficialmente haber gastado 157 millones de euros en incorporaciones, pero en el funcionamiento del equipo no se notan. Apenas reflejados en el excelente arquero Claudio Bravo (sin culpa en ninguno de los goles) y en Luis Suárez, un crack de cualquier época que recién ayer pudo aportar sus primeros minutos. Enfrente, James, Kroos, Modric, Benzemá, Bale cuando está, Carvajal, Cristiano, Pepe, Ramos... Todos demuestran por qué llegaron ahí, algunos sacan la chapa de galácticos, otros de muy buenos, pero la exhiben.
El Barza hace 9 contrataciones y terminan jugando Alves (con sus 20 centros fallidos por partido), Piqué con su lentitud y sus fallas, Busquets a ritmo de carreta, Xavi, Iniesta (ya arrastrando la osamenta), Messi, los mismos viejos próceres de los últimos diez años. Porque la tan promocionada cantera de La Masía no aporta nada y porque para estos choques -el máximo nivel posible de este tiempo- se necesitan jugadores en serio, aún en retirada. Luis Enrique, el discretísimo entrenador azulgrana, la completó sacando a Suárez y a Xavi, dos de los más rescatables, para incluir al burocrático Rakitic y a Pedro, un fantasma al que hace dos años no le sale una jugada, un gol, un centro... Suárez estaba haciendo las cosas bien y no le gustó nada el cambio. Además, ¿para qué esa sustitución... para darle minutos a Pedro...?
Fue la victoria de un conjunto sólido, fresco, aguerrido, permanentemente renovado sobre otro avejentado, sin sorpresa, perteneciente a un club que se empeña en hacer cada año las cosas peor que el anterior. El Madrid, al que Ancelotti le ha dado un baño de humildad y positivismo, llevando la plena armonía al vestuario (se nota en el campo la buena onda entre todos) se apunta como candidato estelar en todos los frentes: Liga, Champions, Copa del Rey y Mundial de Clubes. El Barzaa dependerá, como siempre, del genio de Messi y de las luces de Neymar y Suárez, pero ningún indicador permite pensar que tendrá una buena temporada. Y el problema está más en la directiva y en el banco que en el campo.