El maestro y el discípulo se volvieron a ver las caras. La primera y última vez había sido en la final de Champions League del 2010, que Mourinho le arrebató al técnico holandés. Ni siquiera ese enfrentamiento melló en algo el mutuo respeto que ambos se profesan. “Él es un ser humano muy modesto y emocional”, dijo Van Gaal en la previa, en una personalísima interpretación de lo que significa humildad y sencillez.
La cordialidad, claro, quedó en la cancha. El Chelsea es un equipo maduro ya y responde perfecto a las enseñanzas de su líder: pragmatismo y cohesión. Defiende con rigor táctico y es muy vertical en el ataque, sobre todo cuando Hazard o Willian se recuestan por las bandas para desbordar. Si la pelota va por el medio, Fàbregas oficia de lanzador a Costa, aunque esta vez Drogba fue el beneficiario de sus asistencias. Matic se ocupa de los relevos y el cierre defensivo por delante de una línea de 4 que no presenta fisuras: Luiz –en reemplazo de Azpilicueta–, Terry, Cahill e Ivanovic.
El United, en cambio, sigue siendo un equipo en formación, a la espera de que la idea de Van Gaal cale. Por momentos se deja ver: la recuperación de Fellaini y la versatilidad de Blind permiten crear un medio más sólido, en el que Januzaj y Di María puedan recorrer sus respectivas bandas sin problemas. Mata –o Rooney, el titular suspendido– oscila entre el ‘10’ y el segundo delantero, a la espera de colocar una bola para Van Persie. Falcao aún no encuentra forma o posición y espera su oportunidad en la banca. En ese mismo estado deficitario se halla una defensa que solo tiene en De Gea un punto alto; Rafael, Smalling, Rojo y Shaw podrían, perfectamente, integrar el plantel del Hull City.
Luego de un choque de fuerzas bautismal, el partido se decantó hacia el club más hecho. Mourinho es un maestro de las transiciones y logra siempre que sus dirigidos ataquen en bloque y defiendan con ventaja numérica. Cuando es necesario –una vez obtenido el gol–, son lo suficientemente técnicos como para intentar un juego de posesión defensivo, lo que permite a Cesc recordar sus años en el Barza. Ante ello, los Diablos Rojos opusieron desorden a través de arrebatos. Di María, sobre todo, dedicó su genio a horadar a los laterales con éxito intermedio, pero los centros fueron siempre interceptados o desperdiciados por Van Persie.
El score varió, sin embargo, a partir del balón parado. Drogba, a quien la edad ha hecho perder forma más no sentido de la oportunidad, conectó de cabeza un córner perfecto. El testerazo recordó sus mejores años en el Chelsea e hizo olvidar, por un momento, que el goleador del equipo, Diego Costa, estaba lesionado. El marfileño no tuvo problemas en saltar por encima de Rafael, a quien sorprendentemente le tocó su marca.
Si el partido se había mostrado equilibrado, el triunfo asentó a los azules de tal forma que el juego parecía resuelto. El 0-1 no habría sido fiel al resultado, pero sí a una manera de ganar que es casi marca registrada del DT portugués: con lo mínimo. Una tonta expulsión de Ivanovic en el tiempo de descuento demostraría lo arriesgado de esta apuesta. Di María colocó un centro que Fellaini cabeceó con violencia. Courtois, su compatriota, alcanzó a rechazar pero Van Persie cazó el rebote y fulminó la portería. El empate dejó una sensación de justicia, pero también de alivio: la Premier League, con solo 9 fechas, habría visto al Chelsea alejarse 8 puntos del que con seguridad será su rival por el título: el Manchester City.
Por ello, a diferencia de lo que ocurrió en el 2010, esta vez la alegría fue repartida. Mourinho, oficiando del caballero que no es, se acercó donde su viejo mentor y ambos estrecharon manos. Ni él ni Van Gaal lucían satisfechos. Pero parecía, en efecto, una victoria de la modestia.