El brasileño Roberto Carlos, quien recientemente cumplió 47 años, fue un lateral izquierdo con marcada vocación ofensiva que brilló en la selección de Brasil y en el Real Madrid, equipo donde jugó casi toda su carrera. Tanto era su deseo por colaborar con el ataque que desarrolló un potente remate que era temido por los guardametas en cada tiro libre o llegada.
Roberto Carlos cumple 47 años: recuerda su golazo de tiro libre anotado ante Francia en 1997 | VIDEO
Con solo 1.68 metros de altura, el zurdo se las ingeniaba para presionar a los atacantes rivales, usualmente de más estatura que él, con impresionante demostración de velocidad (100 metros en 10,9 segundos) y entrega. Cómo no traer a la memoria aquellos duelos tan llenos de competitividad con el portugués Ricardo Quaresma en los clásicos contra Barcelona. Esa rivalidad se llevó al campo de la publicidad en un conocido anuncio de la marca deportiva Nike en 2004.
Pero, cuando el nacido en Sao Paulo tomaba la pelota en ataque, su presencia era más importante. El juego del crack merengue cambiaba radicalmente y se volvía sumamente vertical.
Roberto Carlos era fundamental en cada sector de la banda izquierda. En el medio campo era el socio ideal del francés Zinedine Zidane. Ambos campeones del mundo armaron infinidad de ataques y lujos por ese sector durante los cinco años que coincidieron en los ‘galácticos’ del Real Madrid. Cabe recordar que fue el bicampeón de la Copa América quien dio la asistencia a ‘Zizou’ para aquella definición exquisita de volea que sentenció la final de la Champions League en 2002 ante Bayer Leverkusen.
En ataque, el exfutbolista se transformaba en un delantero más y un centrador preciso. O, en algunos casos, hacía ‘magia’: un centro hacia el arco con una curva inversa ‘imposible’ sobre la línea del córner es una sus jugadas más famosas. Aquel gol ante Tenerife siempre será recordado en las vitrinas del Madrid.
Precisamente, sus tiros al arco fueron de los más potentes en la máxima élite del fútbol mundial entre finales de los 90 y principios de los 2000. Antes de la Copa del Mundo Francia 98, en la que fue subcampeón, le anotó de tiro libre al galo Fabien Barthez de una manera que parecía desafiar a la física: el balón que viajaba a 137 km dio una curva por fuera de la barrera que dejó absorto al exgolero del Manchester United.
No solo Barthez y los otros 21 jugadores se quedaron anonadados. Incluso, un joven recogebolas parado a diez metros del arco agachó la cabeza, pensando que la pelota podría dañarlo.
12 años más tarde, la ciencia le dio una explicación lógica a la parábola que hizo la pelota en ese duelo amistoso de 1997. Un estudio publicado en el New Journal of Physics (o Revista de Física) arrojó que un gol así podría repetirse si la pelota recibiera un golpe lo suficientemente potente, gira sobre sí misma y a una distancia suficiente de los tres palos, aproximadamente desde 40 metros. Roberto Carlos lo hizo a 35 metros de la portería.
"Hemos mostrado que el rumbo de una esfera que gira sobre sí misma es una espiral", explicó a la BBC el director de la investigación, Christophe Clanet, de la École Polytechnique (Escuela Politécnica) de París. El científico describió la trayectoria como "un rulo de caracol" o “efecto Magnus”, ya que aumenta la curvatura a medida que la pelota gana distancia.
En los metros finales, la pelota pierde potencia, pero sigue girando. Y en disparos tan fuertes como los del brasileño, el esférico no recibe tanta influencia de la gravedad y el efecto es más notorio.
El mismo ex-Palmeiras confesó años más tardes que había logrado marcar varios goles con ese tipo de ejecución, hasta de 140 km. Quizás por eso es que generaba pavor entre sus colegas con guantes.
De similar forma doblegó la resistencia del portero chino Jiang Jin en el Mundial Corea-Japón 2002, certamen en el se consagró campeón junto a Ronaldinho, Ronaldo y Rivaldo. En esta oportunidad, un disparo seco dejó sin opciones del arquero asiático en la goleada 4-0 por fase de grupos.
Su peculiar estilo para ejecutar los saques de falta también daba que hablar. Tomando un vuelo mayor al ortodoxo, el zurdo se acercaba al balón dando pequeños pasos y corriendo en los metros finales. Quizás eso le ayudaba a darle mucha fuerza a su patada, no se sabe. Pero, lo que sí se puede asegurar es que era todo un espectáculo verlo anotar.