Sécate las lágrimas Jorge, no hay nada que perdonar.
Tenías que ser tú el que se equivoque, y quizá por eso duele más. Con esa cabellera leona, con la barba medieval siempre pareciste un jugador de rugby perdido en un césped de fútbol. Y como ese gladiador del siglo XXI ayer caíste al recibir todos los golpes después del tercer gol de Melgar. Y allí, cargando el dolor, caminando sobre tu calvario personal, nos diste la mejor de las lecciones. Póngase esa armadura guerrero que aún hay mucho por qué pelear. Lévante Jorge, ya está.
¿Por qué queremos todos a Jorge Cazulo? La respuesta estuvo en el centro del campo del estadio Monumental de la UNSA después de la final perdida por Sporting Cristal ante Melgar. Cazulo aparecía en luto repentino cargando con desprecio una medalla de plata que nunca pidió. Llorando y con el cuerpo doblado, controlando la fuerza de su propia pena que lo quería derrumbar al suelo. Por eso todos queremos al ‘Piqui’. Porque tiene sangre para competir. Porque no intercambia camisetas con quienes lo derrotaron. Porque es un futbolista que odia perder.
Jamás será un Mascherano, ni tampoco el virtuoso que recupere el balón para después hacer un pase gol. Jorge Cazulo no tiene la calidad técnica de un mediocampista de selección promedio, a veces devuelve ladrillos cuando tiene que armar una pared. Es desordenado cuando está con las revoluciones encima. Todo eso es verdad y se hizo evidente sobre todo en las semanas que Cristal no tuvo a Lobatón, pero esas carencias las ha superado con amor propio y ese segundo esfuerzo que solo lo tienen los campeones. “Es un jugador típico para la U”, me dice un amigo crema; “Es mejor que todos los uruguayos que ha traído Alianza”, me comenta un íntimo colega. Es el león peleador sin ley que todos quieren. Que todos queremos.
Además, Jorge Cazulo representa todo lo que no puede ser un futbolista peruano promedio: llora cuando pierde, se quita las medallas si no son de oro, no intercambia camisetas y siempre (ojo a esto, siempre) declara a los periodistas. Incluso ayer, después de esa crucifixión mediática que iba sufriendo después de dejarle el balón a Rainer Torres para el gol triunfal de Cuesta. Destrozado pero de pie aún con las palabras necesarias para dar la cara. Eso, Cazulo siempre da la cara.
Cuando la selección peruana pierde, los once jugadores se van corriendo a los camerinos sin la fuerza anímica para enfrentar una cámara. Cuando Perú perdió 7-0 con Brasil en la Copa América 97 algunos jugadores corretearon a Denilson, Romario y Ronaldo por sus camisetas. Hay pocas excepciones en la blanquirroja, alguna vez vi llorar a Paolo Guerrero cuando era juvenil y a Jefferson Farfán después de la eliminación de Brasil 2014 frente a Uruguay. Son pocos. Algo de ese ADN nos falta para ser mejores. Ya estamos cansados de esos técnicos extranjeros que declaran años después de irse del Perú: “Ustedes tienen técnica, solo falta mejorar la mentalidad”. En buen cristiano, lo que Maturana, Autuori o Pelusso quisieron decir fue: “dejen de ser tan pechos fríos y aprendan a competir”. Que los niños miren a Cazulo llorando. El fútbol también se trata de eso, no de solo tener quimba para una gambeta.
Ya no llores, ‘Piqui’, la gente te lo está diciendo. En aeropuertos y en las redes sociales no te faltaron abrazos. Ser agradecido suele ser humano. Gracias por enseñarnos a dar pelea en una cancha, ese despertar de la fuerza que tanto nos hace falta. Tendrás todos los homenajes cuando te vayas de Sporting de Cristal. Hiciste del amor por la camiseta un hermoso vals: alma para conquistarte, corazón para quererte y vida para vivirla junto a ti.