José Antonio Bragayrac

Abrumados por el hábito de la derrota, es cada vez más difícil sensibilizarnos con otras formas de la alegría. Perdemos la oportunidad de reanimar nuestro espíritu deportivo con victorias ajenas a la frivolidad de la soberanía mediática, dígase Lima. Léase .

Dramatizamos con ímpetu la mediocridad de nuestros clubes en la y eso nos distrae de anomalías felices como las del cuadro rojinegro.

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Recientemente, el equipo dirigido por el argentino Néstor Lorenzo se dio el lujo de vencer a Racing, actual líder del fútbol argentino, que además presumía de 16 partidos sin perder hasta antes de dejar la cancha del estadio monumental de la UNSA. Ubicar un triunfo de similares dimensiones nos obliga a viajar por la memoria bastantes años atrás.

Fue un 3-1 categórico sobre los de Avellaneda que nos remite –por qué no- a aquella memorable campaña de Cienciano en la edición de 2013.

La ilusión se abona en Luis Iberico, un goleador perseverante de 24 años y una década como futbolista profesional en ascenso. También en Bernardo Cuesta, el argentino que halló en Arequipa su lugar en el mundo (y en el fútbol). Y en novedades sostenidas como las de Deneumostier, Bordacahar y el “Chaca” Arias.

Otro sazonador de la sonrisa es la reinserción laboral de Kevin Quevedo, alguna vez promesa mundial de Alianza Lima y hoy futbolista de 25 años con renovadas intenciones de ser protagonista dentro del campo.

Falta mucho, sí. Tiene la altura a favor, también. Y es tan opinable, que resulta ocioso el ejercicio de comparar el nivel competitivo de ambos torneos.

Pero mientras seguimos soñando con una proeza de Alianza Lima, Universitario o Sporting Cristal; a la sombra del imponente Misti se forja, desde hace ya tres temporadas, una regularidad en torneos internacionales que, hace una década atrás, también prosperó en la Universidad San Martín.

A más de 10 años de distancia, estas instituciones comparten una similitud alarmante: ser una isla de la alegría en un mar de lágrimas. Algo así como la selección peruana.

Y es que, más allá de ganar, perder o empatar, actualmente Melgar ha conseguido para beneplácito del orgullo characato, aquello que los llamados clubes históricos y populares, apenas pueden fantasear hasta el pitazo inicial de los partidos: competir. Y en estos tiempos austeros, ese pequeño logro ya es un salto lunar.

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