Mario Fernández

Escribámoslo de una vez: no es un invento ni un globo inflado por la prensa. Es un buen jugador. Mejor este 2023 que en aquel 2022. Mejor con Fossati que con Compagnucci. O si quiere, mejor de “llegador ofensivo” que se mueve del centro a la izquierda que suelto a conducir al equipo desde bien atrás. Aquel Quispe, el del año pasado, no era realmente dañino arrancando a 50 metros del arco; su radio de acción era demasiado amplio y calzaba una ropa de conductor para lo que no tenía ni el oficio ni las mañas. Tampoco el gol: hizo 3 en 37 partidos, a promedio de uno cada 12 juegos. Muy poco.

Quispe tuvo fans de arranque por dos razones. Primero porque era, luego de Flores y Ruidíaz, la mejor aparición en 10 años de una cantera que requería referentes. Y la segunda, porque su estilo de regateador vistoso aporta una diferencia en medio de tanto jugador formal y circunspecto. En su caso, gusta cómo toma pelota, cómo la mueve, cómo se perfila para el encarar y cómo sale para un lado inesperado, como si su cintura fuera de goma. Su futbol “chocolate”, por hablar del término que emparentó el modo tocador con la selección de Gareca, se asocia a la peruanidad más pelotera. Y desde esa pertenencia llamó la atención del hincha al punto de ser considerado de inicio una suerte de “Cueva en construcción. En otras palabras, ni bien Quispe debutó en la Liga 1 Betsson se confió con él una fe que no se tuvo en otros (Cordero, Sotil, Mimbela, etc) y una paciencia que superó un primer año no exento de errores.

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¿Cuáles? Uno inicial y muy nítido. En 2022 Compagnucci pareció haber comprado la idea de que Quispe estaba conducir a la U. El hecho de ponerlo a disputar un puesto con Novick lo ejemplifica: el uruguayo es un lanzador con gol mientras Piero es un corredor de últimos metros más dado a los slaloms que al armado del conjunto. La U del 2002 era una suerte de Quispe y diez más y eso le daba misiones muy difíciles de cumplir. No obstante, esta temporada , con Fossati en el banquillo, Quispe ha cambiado dos cosas fundamentales: retrocede menos y es más vertical. En esa línea, apuesta de modo insistente por el uno contra uno del centro a la izquierda, lo que eleva su influencia en los 30 metros finales y lo hizo figura en por lo menos dos partidos importantes de este año: ante Gimnasia allá y contra Alianza en Matute.

La mejora lo llevó merecidamente a la selección. Reynoso sabe que Quispe no es Cueva, pero que cuando prende la moto, no solo no lo alcanzan sino que lo mínimo que consiguen es un foul al borde del área. Dicho eso, Quispe ofrece aún un margen alto para crecer en el físico y la potencia de piernas. Tiene todavía biotipo de juvenil y esa falta de fuerza lo limita en acciones puntuales, muy evidentes a la hora de la definición. Los (pocos) goles de Quispe hoy se dan más cuando aparece por el medio a recoger un centro desde la derecha que cuando concreta uno de esos arranques individuales. Tras driblear a varios en fila es común verlo -como en el clásico, cuando maradoneó hasta comerse el 1 a 0- llegar sin potencia para definir. Lo que debería ser el cierre de una obra maestra es, cada vez más seguido, una masita al arquero.

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Quispe tiene 22 años, no es un veterano, pero está contra el tiempo para pulir su versión final como jugador. Y si no mejora su estadística de gol, no podrá ser vendido a grandes mercados, donde un jugador en su posición hace el doble de tantos de los que hoy él realiza (6 en 36 partidos este año). La fe está en que así como de un año al otro se volvió menos horizontal y más ubicado, corrija de aquí a los meses que siguen esa deuda goleadora que sin duda lo jaquea.