Miguel Villegas

Era su foto favorita. Cuando no estaba en la sala de la casa, en la calle Rousseau de San Borja, se la llevaba a la mesa de noche o la cargaba calladito frente a la piscina y allí, aunque nadie lo escuchara, decía: “Nadie me tomó una foto con esa pinta”. Era, claro, la arbitrariedad de su estética. O su Magdalena. Tenía cientos de fotos en los archivos. Pero esa le gustaba. De Niño y de Tío Terrible. De los 70, cuando tenía ese rulo de virrey decorándole la cornisa de sus ojos verdes; de los 80, cuando usaba la corbata apenas anudada como estilo y cábala; o de los 2000, cuando se ponía buzo XXL y tenía un carajo listo para encarar a los que él, Roberto Chale Olarte, quería recontra lejos. Habían decenas de imágenes en los archivos de YouTube pero a él, quizá por el recuerdo que le significaba, ya eso no lo sabremos, esta foto a toda página de Él Comercio lo superaba. Diría que lo hacía sentir vivo.