La primera vez que Claudio Puelles cortó peso tenía catorce años y no sabía lo que hacía.
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Era el verano del 2011 y había viajado a los Estados Unidos para un torneo de jiu jitsu. La categoría, de 67 kilos, suponía un reto mayúsculo: debía bajar 2 kilos y 300 gramos para que su cuerpo, que aún no se estiraba hasta el metro ochenta, pudiera competir.
El día previo a subirse a la balanza se le ocurrió imitar a los más grandes de su gimnasio: no tomó agua ni tampoco probó bocado en la noche.
Cuando despertó, casi no podía ni pararse. Le dolía la cabeza y se sentía frágil. Pero la báscula, la bendita báscula, marcó lo que la organización del campeonato le exigía.
Tambaleante, Claudio comió una barra de proteínas, bebió a chorros cuanto pudo y media hora después combatió. Por increíble que parezca ganó. Una emoción pasajera para el padecimiento que le sobrevino después: sintió su boca árida, completamente seca, y sin ninguna saliva que tragar.
El poco líquido que le quedaba en el cuerpo se había evaporado en la pelea y ya no le quedaba más. No era una persona, sino un pozo marchito, sin humedad. Estaba deshidratado como si hubiese regresado del desierto. Inclemencias del bautizo de un futuro campeón.
Pérdida y rebote
En la tercera semana de abril, antes de ingresar a la jaula de la UFC Apex, en la ciudad de Enterprise, Nevada, para plantarse frente al histórico Clay Guida —alguna vez campeón de peso ligero en la empresa Strikeforce —, Claudio Puelles comió tallarines con albóndigas de pavo, arroz con pollo y un plato generoso de camote con salmón.
El viernes 22, a las 9 de la mañana, había cumplido con el peso que demandaba su categoría de peso ligero: 70 kilos con 300 gramos. Hasta el momento del combate —7 de la noche del día siguiente— tenía por delante 34 horas.
Horas donde se la pasó comiendo y bebiendo. No de manera desenfrenada, como otras veces, pero lo suficiente para sentirse fortalecido ante Clay Guida.
Es el camino que solo ellos entienden: se deshidratan un día antes del pesaje, perdiendo hasta diez kilos para luego recuperarlos de golpe antes de lanzarle patadas y puñetes a los hombres más poderosos del planeta.
Claudio Puelles, un veterano de 26 años al que lo apodan el ‘Niño’, pesa 82 kilos cuando no tiene que montarse descalzo en ningún octágono de la UFC.
Ocho semanas antes de una batalla —el tiempo que suelen darle para prepararse— , Claudio baja un promedio de cinco kilos con ejercicio y porciones saludables y pequeñas de comida. El resto lo pierde convirtiéndose en una momia sin fiesta de disfraces a la vista.
Con el cuerpo caliente tras haber estado largo rato en una tina con agua hirviendo, lo embalsaman con toallas para conservar el calor. Y allí se queda tumbado por horas sobre algún mueble hasta que su sudor se seque por completo.
Puelles dice que son los métodos menos invasivos y que mejor le acomodan. El sauna le arde demasiado. En cambio, en la tina solo el primer remojón es el que le cuesta.
Iván Iberico, famoso en la escena como el ‘Pitbull’, ya hubiera querido emplear las rutas de uno de sus mejores pupilos. En sus tiempos no se comía nada. De hecho, las artes marciales mixtas se metían en un mismo empaque y eran conocidas ordinariamente como ‘Vale todo’.
“El éxito de una pelea depende mucho del corte de peso. Debes preparar tu cuerpo para recibir ese impacto. Si estás débil de un solo golpe te pueden noquear”, dice el ‘Pitbull’, quien entrena a Puelles desde los 16 años y que viajó hasta Nevada para ubicarse en la esquina de su muchacho cuando midió fuerzas contra Guida.
La UFC, repite el ‘Niño’ Puelles desde Miami, es un deporte relativamente nuevo, donde todo está por escribirse. De allí que las metodologías para llegar en plenitud a la jaula sean tan instintivas, artesanales y, desde luego, peligrosas. Sobre todo para un mortal cualquiera.
Jean Paul Osores, doctor especializado en rehabilitación física, conoce el tema de cerca. Durante algún tiempo ayudó a Puelles y a otros luchadores como Enrique ‘Fuerte’ Barzola a no ser tan drásticos con sus organismos.
“Bajar de forma progresiva es lo más saludable. Pero estos atletas suelen estar contra el reloj. Eso sí, no es nada recomendable para un cardiópata o un hipertenso. Sería fatal. Podría ‘zapatearles’ el corazón”, explica Osores, que en el pasado ha trabajado con deportistas de élite como Paolo Guerrero.
Enrique Chau, cirujano plástico y reconstructivo de la clínica Ricardo Palma, es más tajante en ese sentido. “Cuando nos hace falta, el líquido se va al corazón, al riñón y al cerebro, pero el resto de órganos sufre. Estos métodos ocasionan varias lesiones. Quizá ellos por ser jóvenes aún no lo sienten. Pero cuando tengan cuarenta o cincuenta años puede que tengan insuficiencia renal y deban pasar a diálisis”, opina el especialista.
En desmedro de ello, Claudio ‘Niño’ Puelles se siente cada vez mejor. Lleva cinco victorias consecutivas en la UFC, tres de ellas las finalizó con una llave a la rodilla, especialidad de la casa.
“Mi estrategia ante Guida era plantear la pelea de afuera. No dejarme ganar el medio del octógono, y no ponerme de espaldas contra las rejas. Imaginé una pelea de tres rounds. Pero lo cierto es que siempre me propongo acabar las peleas de cualquier forma, en el momento. Y se dio”, comenta el ‘Niño’, que en la actualidad es nuestro único representante en la máxima liga de los luchadores de MMA.
Después de vencer a Guida, el veterano le extendió la mano, le dio las gracias, lo felicitó por la llave y le dijo que espera entrenar con él en algún momento. Camaraderías que solo entienden quienes se abrazan luego de haber estado cerca de destrozarse los huesos.
A Claudio Puelles se le hace fácil hallar el instante preciso para realizar una palanca, pero se le hace complicadísimo explicar por qué se dedica a magullar a otras máquinas de pelea, fibrosos y letales, como él.
“Simplemente me nació y ya. Cuando veo las peleas de otros digo: qué locos están. Pero a mí me encanta. Lo practico desde hace más de diez años y no pienso parar en otros diez más. No voy a retirarme hasta ser campeón ligero de la UFC”, dice. Por ahora vacaciona. Ya le tocará embalsamarse de nuevo.
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