Héctor Chumpitaz a los 71 años: los secretos del Gran Capitán
Héctor Chumpitaz a los 71 años: los secretos del Gran Capitán
Miguel Villegas

es el único futbolista peruano que vive en un museo.

Su casa lo es. La primera imagen de la sala es una vitrina tan grande que parece más bien la de un equipo de fútbol. Pero es solo suya: reconocimientos de cuando fue capitán de Resto del Mundo en los 70, una placa recordatoria por sus cinco títulos con la ‘U’, la camiseta de Carlos Alberto tras el 4-2 de Brasil-Perú en México 70, el banderín del joven Pelé del Santos, la firma del pibe Maradona en ese yeso de 1981, cuando ‘Camote’ Vásquez lo hizo puré. Y así. Más allá, bajo la vigilancia de Esther, su esposa hace 50 años, descansa un ejército de camisetas irrepetibles, teniendo en cuenta las leyendas bípedas que las defendían. Está la chompa marca Player del gol a Bulgaria de tiro libre, la camisa que cambió con el alemán Gerd Müller, el modelo Adidas 1978 de Leopoldo Luque, que solo partidos después sería campeón del mundo. Chumpitaz enseña sus recuerdos como quien pasa diapositivas en una clase. Porque esta es una clase de historia. “Mi mayor premio es que la gente aún me pida un abrazo”, dice él, como si no hubiera sido el mejor defensor de la historia del país, según la FIFA. Y como si este no fuera el lugar sagrado que es.

Chumpitaz a los 71 años con la camiseta de Perú 1969. FOTO: Giancarlo Shibayama

Estamos aquí para recordarle que hace cinco décadas, el jovencito de la hacienda Santa Bárbara en Cañete debutó con la selección adulta de Perú. La fecha, el 3 de abril de 1965. El rival fue Paraguay en Lima. Jugamos lindo y perdimos feo 1-0. La victoria moral ya se veía desde la alineación: Luis Cruzado, José Fernández, Nicolás Fuentes. Y al banco, Perico León. ¿Qué recuerdos tiene Chumpitaz de esa tarde? Dice que en su casa de Collique lloraron de alegría. Que lustró sus botines Mayurí con la obsesión del que tiene una cena de gala con su chica. Que no tuvo miedo, porque los cañetanos como Lolo no tienen miedo. Dice, además, que él ya había jugado por la selección preolímpica un año antes pero que esto era diferente. “Le conté a Esther, que era mi novia. Y a mis padres. No lo podían creer”. Y si le contaban lo que pasaría después, los dos mundiales, la Copa América del 75, hubiese creído que están todos locos.

Fue una noche insomne. Se reunieron sus tíos, sus padres, todos para celebrar su debut. Pero no se acuerda de la fiesta ni de lo que le dijeron ni de cómo quedó el partido. “Todavía veo a Marcos Calderón en el vestuario, caminando como un oso gigante. Inspiraba respeto”. Un año después, Marcos lo nombró capitán. Algunas lecciones son silenciosas. Chumpi aprendió de Marcos el futbolista que quería ser: uno que sea influyente desde que se amarra los chimpunes. Un ministro de la defensa.

GENIO, FIGURA Y CAMOTES

Chumpi fue un defensor central práctico para anticipar, potente en el doble salto y demoledor en el tiro libre. No pateaba, disparaba. Y para esto hay una leyenda: antes del fútbol, trabajaba con pico y pala triturando bloques de piedra en un lugar llamado La Chancadora, en Collique. Subir cerros, golpear piedras. Fue su gimnasio ecológico. A eso le sumaba su primer trabajo adolescente: cosechar camotes con el pie, en Cañete. “Cuando era chico tenía que trabajar, y yo nunca le hice malas caras al trabajo”, dice Chumpi. Es un joven de 70 años que entrena de lunes a viernes con Universitario y el domingo juega fútbol en el AELU. Nunca tomó una botella de cerveza. Nunca probó un cigarrillo. Jugó 456 partidos en 20 años de carrera profesional y marcó 65 goles. Fue capitán de Perú en México 70 y Argentina 78. Jefe jugando y mandando. Los ‘chumpigolazos’ son tan queridos como los tantos de Cubillas. No era alto –llegaba a 1,68 m– pero influenciaba en sus compañeros como si midiera dos metros. Lo explican quienes vivieron con él en la selección. “El mejor profesional. Por eso le digo ‘Mi capitán’, hasta hoy”, me dijo una vez el Nene Cubillas, en Miami. “Héctor no necesitaba hablar para entenderlo”, cuenta Roberto Chale, el ‘Niño Terrible’ que nunca envejece. “En todas las gestas del fútbol peruano está Chumpitaz. Su sola presencia en el terrible 6 a 0 del 78 nos dice que no hubo nada raro. No concebimos ningún arreglo espurio en su presencia. Y menos con su consentimiento”, me escribe al e-mail Jorge Barraza, director de la revista de la Conmebol. “Chumpitaz era decir Perú. Un capitán extraordinario que lamentablemente no tuvo sucesor”. Después de su retiro de la selección, surgió Reynoso (en los 90), luego Solano (en los 2000) y finalmente Pizarro (hoy). Y más allá de éxitos en sus clubes, la cinta de Chumpi les quedó extralarge a todos.

Pero es posible que esta escena de Juan José Oré defina mejor la personalidad del crack: “Los aspirantes entramos al vestuario sin saludar. El ‘capi’ nos ve, nos manda un carajo y dice: “¿Ustedes no saben a qué lugar entraron? Salen de nuevo y saludan a todos”. Dijo cinco palabras pero fue un manual de buenas costumbres.

UNA TARJETA AMARILLA

Cuando alguien recupera el episodio ese de inicios del 2000, cuando fue involucrado en política por el ex asesor de inteligencia y hoy condenado a prisión Vladimiro Montesinos, tiene cientos de defensores con espíritu de final del mundo.

“Lo que más recuerdo de esa etapa es que me convertí casi en un ama de casa”, cuenta, con ironía, Chumpitaz. No es un tema fácil. El escándalo estalló en el 2001 y decía, básicamente, que había recibido 10 mil dólares por apoyar la candidatura de Hurtado Miller. La cita fue real. Su apellido resumía treinta años de gloria en el fútbol peruano y Montesinos, astuto fabricante de humo, vio en él el combustible perfecto. Vio en Chumpitaz lo que era: un defensor. Tres años después fue condenado a prisión domiciliaria. Largos e injustos 365 días después, volvió a ser libre. Montesinos dijo la verdad en la audiencia: Chumpitaz no tenía responsabilidad de nada. Meses después el alcalde de Villa María del Triunfo construyó un estadio con su nombre, como una manera de resarcirlo en el cemento.

EL FUTURO ES HOY

Es de noche en casa de los Chumpitaz. La hermosa calma de los museos. Hace cincuenta años debutó con la selección y ahora, a nueve días de cumplir 71, le provoca una risa suave esta última pregunta, después de las fotos. Chumpi tiene puesta la camiseta con la que Perú fue a la Bombonera a empatar con Argentina para ir al Mundial. Un coleccionista sufriría un infarto. Afuera es 2015 pero aquí, en la sala de los Chumpitaz, es 1969. El Capitán de América ha vuelto a ser un veinteañero.

–¿Cuánto costaría usted si jugara hoy, no?, le pregunto.

–“Seguro que mucho más de lo que gané jugando. ¿Pero sabes qué?; tengo todos estos recuerdos conmigo y es suficiente”.

Es palabra del señor.

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