Cuadernillo y lápiz en mano recorre las calles de Lima un día de abril -pero de 1850- el escritor Manuel Atanasio Fuentes. Comience, lector, a imaginarlo. Lo acompaña su esposa -puede que con una o dos maletas de equipaje- en busca de un nuevo hotel para conocer en el Centro Histórico de nuestra capital.
No son extranjeros ni turistas, de hecho, viven en la ciudad desde que nacieron, pero tienen un hobby (que, a su vez, es una tarea autoimpuesta): hacer una guía que contenga toda la oferta hotelera que tiene la -todavía pequeña- Villa de los reyes (la gente no deja de llamarla así pese a que, a estas alturas, ya han pasado casi tres décadas desde la independencia). La pareja camina cerca al convento de Santo Domingo (que estará prácticamente igual dentro de 150 años). Como ya casi anochece, apuran el paso en medio de calles empedradas, carretas y carruajes. Tarde, Lima es oscura (y lo será también en el 2020). Deciden hospedarse en el Hotel de Francia e Inglaterra, uno de los ocho que, para entonces, tiene la capital. De ello nos enteraremos cientos de peruanos y extranjeros cuando leamos el libro que Fuentes está por terminar: la Guía del viajero, publicada en 1860.
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“La zona no tiene gran movimiento comercial, pero está cerca del Correo y de las dos estaciones de ferrocarril. Hace poco que existe, y por eso las instalaciones de los cuartos, especialmente las alfombras, son relativamente nuevas y de calidad. Por esto y porque se puede comer a cualquier hora a la carta, la mayoría de los viajeros prefiere este hotel. Nosotros también quisimos seguir el dictado de la moda y lo elegimos”, anotaría el escritor peruano en su cuadernillo, poco después. “Un inconveniente del Francia e Inglaterra es la proximidad al convento de los dominicos, que está al frente, y en el que el repique de las campanas es incesante; sobre todo en las mañanas: el quejido de las campanas pequeñas, que no armonizan entre sí, es una gran molestia hasta para los nervios menos sensibles. Sin embargo, con el tiempo uno llega a acostumbrarse, como se acostumbra a otras molestias”, remataría, para prevenir a sus futuros lectores.
Cuenta el historiador Juan Luis Orrego que los primeros hoteles de Lima –aquellos que operaron entre 1821 y 1900- nacieron y se desarrollaron como consecuencia del crecimiento comercial que experimentó nuestra naciente república. Y es que, después de la independencia, los progresos de la navegación en el mundo y el ‘boom’ del guano convirtieron a la capital en un atractivo foco de negocios para ciudadanos de otros países, sobre todo de Europa. Es en ese contexto que surgen hoteles como Francia e Inglaterra, y otros como el Morín (que tuvo el privilegio de ubicarse frente al Palacio de Gobierno) o el Maury. De todos ellos, el más famoso es este último, que opera hasta la actualidad.
EL MAURY, LA CASA DEL PISCO SOUR
El Maury vio la luz en 1826, apenas nacido el Perú como país independiente y casi un siglo antes de ganar fama por ser uno de los primeros sitios de Lima donde se preparó pisco sour. Fue inaugurado como la Posada de Pedro Maury, que era el nombre de un comerciante francés de esa época que encontró una buena oportunidad en la hostelería. Pero con los años fue cambiando de propietario y también de infraestructura, felizmente siempre en la esquina de los jirones Ucayali y Carabaylla (donde también se encuentra hoy).
Uno de los años clave para el Maury fue 1929, cuando el bartender Mario Bruiget comienza a preparar -y mejorar- la receta del pisco sour que previamente había aprendido en el famoso Morris Bar (que estaba ubicado en el Jirón de la Unión). Con el tiempo, sobre todo en las décadas de los 50 y 60, el hotel era identificado nacional e internacionalmente por ser la casa cuasi fundadora de esta bebida, reconocida como Patrimonio Cultural de la Nación.
PALACIOS DE LA ARISTOCRACIA
Tras esta primera oleada de hoteles emblemáticos de Lima surgió una segunda, que se convirtió en una de las representaciones más importantes de la llamada República Aristocrática (entre 1890 y 1930), como refiere Juan Luis Orrego. De este nuevo grupo, dos de los más representativos fueron el hotel Bolívar y el Country Club.
EL BOLÍVAR, BANDERA DEL PRIMER CENTENARIO
Con respecto al Gran Hotel Bolívar (así es como fue bautizado), abrió sus puertas en 1924 frente a la Plaza San Martín, en medio de las celebraciones del primer centenario de la Batalla de Ayacucho. Y aunque su construcción fue financiada por un grupo de inversionistas que lideró el empresario peruano Augusto Wiese, fue el presidente de entonces, Augusto B. Leguía, quien impulsó la obra, un proyecto que venía gestando ya desde 1920.
El historiador Cipriano Laos reseña –en su libro Lima, ciudad de los virreyes- que la construcción del hotel estuvo a cargo del arquitecto Rafael Marquina, quien también asumió la edificación de toda la Plaza San Martín (inaugurada en 1921). Vale destacar que Marquina fue uno de los constructores más importantes de aquellos años, siendo responsable de obras como las del Hospital Arzobispo Loayza y el Puericultorio Pérez Araníbar.
Sin embargo, al Bolívar –rejuvenecido recientemente- se le recuerda más por sus huéspedes. Es inédita la historia (real) de cómo el intelectual peruano José de la Riva Agüero decidió ‘vivir’ en una de las suites del hotel durante sus últimos años de existencia. Por sus habitaciones también desfilaron huéspedes ilustres como Orson Welles (en 1950), Mick Jagger y Keith Richards (en 1969); y Robert Kennedy (en 1966), entre otros cientos de famosos.
UN COUNTRY CLUB PARA LOS PRÍNCIPES
Sólo un año después de la inauguración del Bolívar, en 1925, y a tono con la expansión urbana de nuestra capital, abrió sus puertas el Country Club, ubicado en San Isidro, distrito que para entonces era una suerte de campiña (por ello el nombre del hotel).
Rápidamente, el Country se convirtió en una de las plazas predilectas de la élite limeña –según Juan Luis Orrego- contando entre sus visitantes a mandatarios, políticos y personalidades del mundo cultural y del espectáculo. Incluso hospedó al famoso duque de Windsor, Alberto, junto a su esposa, Wallis Simpson, poco después de que este abdicara al trono de Gran Bretaña.
LLEGA LA MODERNIDAD
Pasada la segunda ola de hoteles limeños, los primeros a los que se les podía categorizar como oferta de lujo, por estar emparentados con la llamada “República Aristocrática”, apareció la tercera, que además marca el perfil de los establecimientos que vemos actualmente. Este último grupo comenzó a operar en 1940, con emblemas como el Crillón y el Sheraton.
EL CRILLÓN Y LAS NOCHES DEL SKY ROOM
Todos aquellos que las han vivido –de cerca o de lejos- reconocen que las fiestas en el Sky Room del Hotel Crillón eran inolvidables. Ubicada en el piso 22 de este complejo, esta sala abrazó celebraciones para la posteridad, al ritmo de artistas como Nat King Cole, Charles Aznavour o los miembros de La Sonora Matansera, con la ciudad de Lima de fondo.
Esa fue la marca registrada del Crillón, el Sky Room. Fue todo un éxito comercial para su fundador, el empresario suizo Domingo Bezzola, quien inauguró el hotel en 1947, buscando que sea una de las torres más altas de la capital. No se mantuvo activo en el tiempo (hoy el edificio es ocupado por la Sunat), pero con noches y huéspedes como John Wayne y Mohamed Alí, sí que se ganó un espacio en la historia.
LA MARCA SHERATON
El Sheraton fue el primer hotel de cadena internacional que tuvo Lima. De bandera norteamericana, una de las primeras características que llamó la atención en 1973, cuando abrió sus puertas, fue sus dimensiones: 20 pisos, 431 habitaciones, 2 restaurantes, casino, cancha de tenis, piscina, gimnasio y varias salas de conferencias para por lo menos 1.000 personas. Incluso hoy, un complejo de ese tipo marca la diferencia.
Para tamaña obra, que se edificó sobre los terrenos donde se ubicaba la Penitenciaría de Lima (también conocida como el Panóptico) la cadena invirtió S/520 millones de la época, según el Archivo Histórico de El Comercio. “En el extremo de un espejo de agua de más de 20 metros de largo, se ve imponente un cuadro de Machu Picchu a todo color e iluminado, que es el atractivo principal de los asistentes”, recuerda el Diario en el artículo que reportó su inauguración.
Con los años, el hotel (que ahora pertenece a la cadena Marriott), ha ganado fama también por sus visitantes ilustres, por los mítines de políticos como Alfonso Barrantes y Alan García, y hasta por un asesinato poco esclarecido, el de Marita Alpaca, quien cayó del piso 19 de la torre en 1990.
VOLVER AL FUTURO
Largo ha sido el camino de la hotelería limeña desde aquella primera guía de Manuel Atanasio Fuentes en 1865. En algunos aspectos se podría decir que la ciudad cambió radicalmente, pero en otros, no tanto, y no sólo en lo que respecta a la arquitectura del Centro Histórico, que felizmente sobrevive.
“Aquí, ofende al oído civilizado las voces de los vendedores ambulantes y sus pregones, tan hirientes que es imposible habituarse a ellos, y que según el estado de ánimo en que uno se encuentra llevan, por momentos, a la desesperación o a la rabia”, escribía el historiador en su cuadernillo por aquellos años de los inicios, que no son estos, pero algo se parecen. Por eso, y salvando las distancias, por supuesto, aún quedan varias cosas que corregir.
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