El Big Ben, puntualmente sacado de su silencio por obras, tocará once campanadas y, una hora antes de la medianoche del jueves, el Reino Unido cortará definitivamente sus lazos con la Unión Europea (UE) poniendo fin a casi 50 años de agitada relación.
“Vamos a ser un vecino amistoso, el mejor amigo y aliado que la UE pueda tener”, prometió el primer ministro británico, Boris Johnson, durante la aprobación parlamentaria el miércoles del acuerdo comercial posbrexit alcanzado in extremis hace una semana con Bruselas.
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“El destino de este gran país está ahora firmemente en nuestras manos”, subrayó más tarde por la noche Johnson, el hombre que tomó las riendas para concretar esta histórica salida.
Si la aplicación de una nueva vacuna contra el COVID-19 eclipsó al Brexit en la prensa británica este jueves, el Daily Mail habló de “dos saltos gigantes hacia la libertad”, el Sun celebró que el divorcio se “concrete finalmente” y The Times decía “adiós a todo esto”.
Tras años de caos y enfrentamiento político, el Reino Unido salió oficialmente de la UE el pasado 31 de enero, poniendo en práctica lo que los británicos habían decidido por un 52% de votos en un controvertido referéndum en junio de 2016.
Sin embargo, durante once meses el país estuvo en el denominado “período de transición” durante el cual siguió aplicando las reglas europeas mientras negociaba su futura relación con sus 27 exsocios.
Dificultada por la pandemia de coronavirus y las determinaciones de Londres a “recuperar su plena soberanía” y de la UE a “proteger el mercado único”, la negociación pareció destinada al fracaso en varias ocasiones.
No obstante, el 24 de diciembre, horas antes de la Nochebuena, acabó dando frutos: la proeza de alcanzar el tratado de libre comercio más completo y exhaustivo posible en el plazo récord de diez meses en lugar de los varios años que estos acuerdos suelen exigir.
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La UE ofrece con él a su exsocio un acceso inédito sin aranceles ni cuotas a su inmenso mercado de 450 millones de consumidores a cambio del compromiso británico de respetar un número de normas que evolucionarán con el tiempo en materia de medioambiente, derechos laborales y fiscales, para evitar toda competencia desleal.
Esto evitará que a las 23:00 (GMT), medianoche en la Europa continental, se instale el caos en las fronteras británicas, sus puertos se vean bloqueados por la acumulación de cargas sometidas a trámites aduaneros y el Reino Unido sume la escasez de productos a la tristeza de un tercer confinamiento provocado por un fuerte resurgimiento del coronavirus.
Sin embargo, pese al acuerdo, la burocracia aumentará y los agentes de aduanas de Dover, principal puerto británico en el Canal de la Mancha, veían con preocupación la llegada de nuevos trámites.
Mirada al futuro
Debido a la pandemia no habrá festejos. Solo el Big Ben, la inmensa campana situada en la torre norte del Parlamento británico, en restauración desde 2017, que saldrá de su silencio excepcionalmente para tocar las campanadas de Nochevieja, sonará también una hora antes, en el marco de las pruebas destinadas a comprobar su mecanismo.
Los desafíos son ahora considerables para el gobierno de Johnson, que ha prometido dar al Reino Unido un nuevo lugar en el mundo, idea resumida con el lema de una nueva “Gran Bretaña global”.
Sin embargo, está a punto de perder un poderoso aliado con la salida de Donald Trump, partidario del Brexit que será reemplazado en la Casa Blanca por el demócrata Joe Biden, más europeísta.
A nivel nacional, el ejecutivo conservador deberá esforzarse por reunificar a británicos, divididos por un Brexit contra el que habían votando tanto Escocia como Irlanda del Norte.
“Dejamos un asiento vacío en la mesa de Europa” pero “no estará vacío mucho tiempo”, amenazó el miércoles el diputado independentista escocés Ian Blackford, cuyo partido, el SNP, exige un nuevo referéndum de autodeterminación, tras el perdido en 2014, con la esperanza de poder reintegrar la UE como Estado independiente.
Desde su entrada en 1973 en la Comunidad Económica Europea, la relación de los británicos con el bloque ha estado marcada por los conflictos.
Más interesado por la integración económica que política, Londres rechazó en 1985 participar en los acuerdos de Schengen que permiten la circulación de personas sin control de pasaportes y en 1993 en la moneda única europea, el euro. También luchó por contribuir menos al presupuesto común.
Ahora la UE pierde definitivamente a su primer miembro y con él 66 millones de personas y una economía de US$2,85 billones. Y gana el temor de que otros nacionalismos populistas se vean tentados con seguir el ejemplo.
Al mismo tiempo, libre de los frenos británicos, podrá seguir trabajando en su proyecto de mayor integración política.
“Ha sido un largo camino. Es el momento de dejar atrás el Brexit. Nuestro futuro se construye en Europa”, afirmó el miércoles la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.
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