—¿Cuáles son los efectos potenciales de la guerra en Ucrania sobre las economías de la región?
Es un balde de agua fría. Según la OCDE, con la información que tenemos hoy, la guerra significará un punto menos de crecimiento a nivel mundial; y eso nos golpea. Luego, está el aumento de los precios en ciertos productos básicos que genera una presión política: el aceite, trigo, y, por tanto, en la harina y en el pan. Eso evidentemente viene a engrosar las cifras de inflación, que es un tema a nivel mundial, en parte por un exceso de liquidez en algunos países, producto de la pandemia.
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—¿Cuál es el panorama para Latinoamérica?
Latinoamérica, luego de la pandemia, es de las regiones que saldrá más golpeada en términos de crecimiento. Hay un escenario económico post pandemia muy complejo para los países de la región. Hay que sumarle el exceso de endeudamiento y la fragilidad fiscal, producto de la pandemia. Todo ello genera un desequilibrio macro y una demanda ciudadana que presionará a la institucionalidad política de los países de forma importante.
Ahí hay un tercer riesgo, que a mí me preocupa mucho, y es que . Esta mezcla de economía a la baja, inflación alta, dolores de la pandemia, presiones ciudadanas con institucionalidad política débil, hace emerger medidas populistas, cuando no, caudillos y populismos que alcanzan el poder y eso es preocupante para la democracia.
—Ante ese escenario tan complejo, ¿qué pueden hacer los gobiernos?
Tienen que reposar en la seriedad y en la palanca institucional. Sabemos que la región tiene disímiles niveles de fortaleza institucional. Pero en el caso de Chile y Perú, ambos países tienen una institucional robusta en materia de bancos centrales y reglas fiscales. Deben ocuparla. Lo importante es que el Banco Central haga su trabajo contra la inflación, que es un cáncer que golpea particularmente a las familias más vulnerables; y los gobiernos deben volver a ordenar sus cuentas fiscales, tienen que hacer creíble un proceso de consolidación fiscal que es necesario.
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Pero me temo que haya presión en el sentido contrario: a través del Parlamento, a través de proponer medidas populistas, medidas fáciles que al final exacerben el problema, empeoren los desequilibrios fiscales; y, en definitiva, hagan que la enfermedad sea más dolorosa y larga que hoy.
—¿Cómo enfrentar la inflación?
No hay otra receta que una política monetaria. Sabemos que la inflación es un fenómeno monetario. No cabe introducir medidas heterodoxas ni mágicas, porque no existen. Muchas veces las recetas mágicas solo exacerban el problema. Me refiero a bonos universales, retiros de los fondos previsionales. Estos son un alivio transitorio que, a la larga, solo empeora el problema. Son un camino tremendamente peligroso. Pero ese riesgo existe.
—¿Por qué los retiros de los fondos de pensiones son negativos?
Genera un efecto inflacionario. Esto agrega plata disponible para ser consumida en el bolsillo de las personas. La experiencia peruana y chilena ha evidenciado que los retiros han ido mayoritariamente a los sectores de mayores ingresos, que no han perdido su empleo. Todo ese exceso de circulante genera un boom de demanda que se traduce en el aumento de precios. Solo a modo de poder una cifra, ahí donde los ingresos de los hogares en los años 2020 y 2021 cayeron uno, en materia de retiros [de los fondos de pensiones] le pusimos cuatro; y en materia de ayuda social, le pusimos dos. Entonces, donde cayó uno se puso seis. Ese exceso de liquidez obviamente se traduce en aumento de gasto y en aumento de precios. Seguir inyectándole plata es una medida que genera un alivio en el corto plazo, pero en la segunda vuelta solo hará que esos precios sigan subiendo y, en algún momento, los retiros se habrán acabado.
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—¿Cuál es el otro aspecto por considerar?
Estos recursos están destinados para financiar pensiones; y la regla es muy simple: independientemente si el sistema es de ahorro individual, estatal o de reparto, las pensiones requieren plata; más plata significa mejores pensiones, menos palta significa peores pensiones. Así de simple. No hay magia. Todos los países tenemos un desafío de mejorar las pensiones, no empeorarlas.
[Además] cada retiro es un paso más hacia un sistema de reparto, porque el dinero tendrá que salir de la población [económicamente] activa para financiar a la población pasiva. Sabemos que un sistema de reparto tiene un problema estructural grave: es insostenible, por una cuestión de transición demográfica.
El último efecto, no menor, tiene que ver con el impacto de los retiros en los mercados de capitales. Por donde se le mire, está es una mala medida, pero es muy popular.
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—Volviendo a la inflación, si las medidas puntuales que se están tomando en la actualidad no son las adecuadas, ¿cuáles sí lo son?
Medidas mitigatorias, medidas de apoyo a las familias que lo necesitan. La inflación reduce el poder de compra y golpea con mayor fuerza a las familias más vulnerables. Entonces, aquí sí se requiere palanca estatal para apoyar a las familias más vulnerables. Eso puede ser a través de transferencias directas, apoyo. Pero aquí entra [a tallar] una palabra que, acá en Chile, ha perdido fuerza: focalización. Focalizar no es otra cosa que priorizar. Se debe priorizar a quienes lo necesitan y no en quienes no lo necesitan.
—¿Hay otra medida?
Lo más importante de todo: el empleo. El empleo es la fuente permanente de ingresos de las familias. En la región, tenemos economías que van saliendo de la crisis muy dañadas, con muchas fisuras sociales y económicas, y, por lo tanto, lo que se requiere acá es apoyar el empleo.
—¿Cómo se apoya al empleo?
En Chile tenemos un ambicioso programa –que me tocó crear– de subsidio directo a la contratación. Es el camino para apoyar a las empresas cuando no tienen las espaldas suficientes para contratar [a nuevo personal]. El Estado apoya a las empresas para que contrate a personas, de forma tal que cuando la situación retome, esos trabajos puedan perdurar en el tiempo.
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—El Gobierno peruano ha optado por incrementar el salario mínimo.
Muchas personas creen que el salario mínimo lo paga el Estado. Pero no, lo pagan los empleadores, los pequeños comercios. Entonces, uno tiene que ser bien responsable. Uno tiene que hacerse cargo de la capacidad de pago de los empleadores; ser prudente y, eventualmente, apoyarlos con medidas de apoyo, subsidio al empleo.
—¿Cuál es la fórmula adecuada para elevar el sueldo mínimo?
Creo que se debe cambiar la lógica: pasar de “salario” mínimo a “ingreso” mínimo. A las familias, lo que les importa es cuánto dinero tienen disponible al final de mes, venga de donde venga. Un camino que se debiera explorar –lo empezamos a hacer para el caso de Chile con el Ingreso Mínimo Garantizado– es el de tener una lógica de un ingreso mínimo garantizado. Se trata de complementar el ingreso de las personas, le entrega un subsidio directo, que es decreciente respecto a su ingreso hasta cierto umbral.
Así se hace política social, ya que apoyo a las familias que lo necesitan; y, segundo –y esto es particularmente importante para el caso del Perú–, se incentiva la formalización laboral.
El ingreso mínimo reconoce que la persona gana poco, pero en caso tenga un trabajo formal, el Estado pone un complemento para que al final del mes la persona tenga más dinero. Pero si el trabajo es informal, no corresponde ese complemento. Así se da un desincentivo para ser informal y un incentivo para ser formal.
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¿Qué opina sobre la informalidad en las economías de la región?
Es un problema estructural de Latinoamérica. Mientras no lo resolvamos, vamos a estar haciendo trampa en otro debate político, porque las mejores pensiones requieren de una mayor cantidad de personas que aporten al sistema de pensiones; ampliar la base nos permitirá recaudar los impuestos que corresponden y financiar políticas sociales, incluyendo las de transferencias directas, focalizadas y que incentiven la formalidad. Los Estados no tiene fábricas de dinero; se nutren de los recursos de las personas. Por tanto, todo lo que sea formalizar y [apoyar los] trabajos y emprendimientos va en la dirección correcta.
—En el Perú, la informalidad alcanza niveles de más del 70%.
Con una economía compuesta por 70% de informalidad, no puedes tener un país. No hay un pacto social, son solo individuos. Y los países se sustentan en reglas comunes y en un contrato social donde todos aportamos. Si no, no puedes financiar pensiones, ni educación, ni nada.
Si cada siete de 10 trabajadores están en la informalidad, el peso de la carga recae los formales, lo cual, a su vez, desincentiva la formalización de ellos mismos. Todo lo cual deriva en un efecto de bola de nieve, porque los formales prefieren ser informales.
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—En Chile, la tasa de informalidad es menor al 30%, muy por debajo de la del Perú y de la región, que asciende a alrededor de 50%. ¿Cómo logra esto Chile?
Yo la estimo super alta. A mí me encantaría que [en Chile] no hubiera informalidad.
—Pero comparado con el resto de la región, es envidiable…
Ésta es una hipótesis: considero que la razón de la informalidad tiene que ver con incentivos a la informalidad o desincentivos a formalizarse. La política social puede tener que ver con eso, al igual que las barreras para emprender formalmente y la tolerancia a la informalidad. Con la existencia de la informalidad, el formal tiene una competencia desleal que lo incentiva, finalmente, a ser informal.
—¿Cuál es su lectura de la situación actual de Perú?
Está en una situación muy complicada, que es la continuación del proceso que han vivido en los últimos años: mucho desorden político. Es entrar al ejemplo de la fisura institucional al nivel político: donde se tiene una política completamente fragmentada, donde es imposible lograr acuerdos sobre reformas estructurales.
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Perú tiene oportunidades increíbles; lo ha hecho muy bien en muchos aspectos –crecimiento económico, inflación controlada, etc.–; pero esa fisura política las va a pasar la cuenta. Porque en algún momento esa incapacidad de hacer las reformas potentes económicas y sociales –que
nuestros países necesitan– se les va a volver en contra. Me apena ver el deambular político, la fragilidad de sus distintos presidentes, que todos los últimos hayan salido por corrupción.
—Desde el 2016 se está en un vaivén de presidentes…
No hay nada peor para un país, sobre todo para la democracia, que la sensación generalizada de la población de que la política no sirve para nada, porque son todos iguales y corruptos. Cuando eso pasa, hay que temer. Porque abrimos las puertas a los gobiernos autoritarios o a los populistas. Esas dos cosas destruyen a los países. La fragilidad política que tiene Perú es un riesgo en ese aspecto. Nuestra propia historia en América Latina también lo muestra.