Luego de ocho años, el Perú vuelve a ser anfitrión de la cumbre de la Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC). El evento reúne alrededor del 62% del PBI global y los países representados concentran casi el 40% de la población mundial. Se trata, como siempre, de una oportunidad para afianzar vínculos diplomáticos y comerciales con las 20 otras economías que la componen y, como sede, para proyectar una imagen positiva a nivel internacional.
Como país, sin embargo, puede ser interesante reflexionar sobre todo lo que ha pasado desde la última vez que hicimos de anfitriones. A estas alturas del 2016, Pedro Pablo Kuczynski era el recientemente inaugurado presidente del Perú, 51% del país aprobaba su gestión (Ipsos) y, en general, el sentimiento hacia el nuevo Gobierno era de relativo optimismo. Además, con respecto al promedio de la APEC, el Perú demostraba mucha fortaleza. Mientras que en los ocho años anteriores (2008 al 2015) nuestro país había crecido en promedio 5,3%, la APEC lo hizo en 3%. Asimismo, ese año lo cerraríamos con 4% de expansión de nuestro PBI y con 20,7% de pobreza (la cifra más baja de nuestra historia hasta ese momento).
En ese entonces, aún no sabíamos que el futuro nos deparaba una sucesión de crisis políticas que nos convertirían en el país democrático del grupo con más líderes en un lapso de ocho años, producto de las tensiones entre los poderes del Estado, los escándalos de corrupción y la pandemia. Y no es difícil relacionar esta situación con los datos económicos: entre el 2016 y el 2023, el Perú creció en promedio 2,2% mientras la APEC, en promedio, lo hizo en 3%.
Hoy, la cumbre tiene lugar en un contexto en el que tanto el Congreso como el Poder Ejecutivo no alcanzan los dos dígitos de aprobación. En un momento en el que un 87% de peruanos afirma que se siente inseguro en las calles de su ciudad (El Comercio-Datum) y luego de un 2023 en el que nuestra economía se contrajo 0,6% (APEC, en promedio, creció 3,5%) y la pobreza aumentó en 1,5% con respecto al 2022 (alcanzando el 29%).
Las cosas, en suma, han cambiado mucho desde la última vez que asumimos el rol de anfitriones. Sin embargo, el desarrollo de la APEC en el Perú, ocho años después, no solo sirve para comparar nuestro desarrollo con el de los demás países miembros o para contrastar nuestro pasado con nuestro presente. También es un recordatorio de las oportunidades que podemos aprovechar para volver al camino del que nos alejamos por nuestra desidia institucional e inestabilidad política.
Porque la fortaleza futura de nuestra economía depende de principios como los que promueven encuentros como el de la APEC. Es fundamental, por ejemplo, que nos mantengamos comercialmente abiertos al mundo y que nos preocupemos por apuntalar la inversión en industrias como la minera, en una época en la que metales como el cobre protagonizan la demanda internacional. Y esto último no es posible si es que no viene de la mano con inversión en nuestra institucionalidad que, lejos de necesitar dinero, necesita del compromiso de nuestras autoridades y de una ciudadanía decidida a no cometer los mismos errores del pasado a la hora de elegirlas.
Si algo se mantiene desde el 2016 son nuestro poder y disciplina macroeconómicos. Toca reencausarnos, ordenarnos. Quizá, de esa manera, para la próxima cumbre de la APEC que se desarrolle en nuestro país, la conversación en esta columna sea muy distinta.