Una persona en promedio pronuncia unas 16.000 palabras por día. Imagine cuántas más pasan por nuestra mente que no expresamos. Muchas de ellas son evaluaciones o juicios mezclados con emociones. Algunas son positivas y placenteras, otras negativas, cargadas de temores. La teoría del ‘management’ sostiene que en la oficina no hay que expresar debilidades, más bien proyectar confianza y descartar cualquier manifestación de negativismo.
Sin embargo, todo ser humano tiene un torrente de sentimientos que incluye el ser crítico con uno mismo y con terceros, el tener dudas y temores es natural. La mente ha sido diseñada justamente para anticipar y resolver problemas y evitar caídas dolorosas. Susan David y Christina Congleton, consultoras en estrategia del comportamiento, dan cuenta en el “Harvard Business Review” de sus investigaciones y concluyen que los fracasos no se producen porque ejecutivos en puestos de liderazgo expresen sentimientos negativos, sino por aferrarse a ideas y sentimientos basados en su experiencia pasada. Ahora bien, altos ejecutivos son pagados justamente para tomar decisiones difíciles, y son juzgados por la calidad de estas. Claramente cometerán errores, pero lo importante es que el balance sea positivo.
Es imposible eliminar el riesgo a la hora de tomar decisiones estratégicas, pero sí es posible mejorar las chances de acertar, si uno aprende a categorizar el tipo de decisión a tomar.
Hay dos factores que condicionan las decisiones: el control y la performance. El primero mide cuánto uno puede influenciar el resultado de la decisión a tomar. Estamos ante una decisión concluyente o se pueden tomar decisiones en forma secuencial conforme evoluciona el proceso.
La segunda dimensión (performance) tiene que ver con la forma de medir el resultado esperado. Es este medible en términos relativos, por ejemplo a un competidor, o se mide en términos absolutos.
Phil Rosenzweig, catedrático de la Escuela de Negocios IMD de Suiza, categoriza los tipos de decisiones en cuatro campos. En base al control bajo o alto del resultado de la decisión tomada y si la performance es absoluta o relativa. Así, las decisiones rutinarias caerán en el campo de control bajo pero de performance relativa. En este caso bastará usar el sentido común y evitar los prejuicios.
Sin embargo, las decisiones estratégicas caerán en el campo donde el control es alto y la performance absoluta.
Para este tipo de decisiones se requerirá una combinación de competencias, tales como ser buen táctico, para anticipar las movidas de los rivales, tener conocimiento de psicología para inspirar al equipo y hasta tener condiciones de jugador de póker, para leer la mente del rival y saber cuándo “subir la apuesta”.
El mundo de la mente y las decisiones juegan un papel transcendental, sobre todo en un escenario turbulento donde la inestabilidad permanente lleva al límite a los ejecutivos a la hora de tomar decisiones.
La fortaleza mental, lo que uno dice y lo que no, será clave a la hora de definir el éxito de la gestión.