AUGUSTO TOWNSEND KLINGE / Editor central de Economía de El Comercio
¿Por qué la desigualdad es un tema central en Davos?
Porque hay la percepción de que el tema se ha salido de control. Por ejemplo, Oxfam acaba de reportar que las 85 personas más ricas del planeta tienen una riqueza equivalente a la de la mitad más pobre del planeta, es decir, unos 3.500 millones de personas. El propio Papa Francisco se expresó en términos muy duros sobre el tema en su reciente exhortación apostólica. Básicamente cuestionó la denominada teoría del chorreo y dijo que el “capitalismo desbocado” estaba profundizando la desigualdad y las exclusiones.
Es importante advertir que esta es una discusión que se está dando principalmente en los países desarrollados y, en particular, en Estados Unidos. En este país, los profesores Thomas Pikkety y Emanuel Saez han estudiado el tema y han demostrado que más del 90% de las ganancias de capital que se han realizado en los últimos años en EEUU han ido a parar al 1% de la población más rico. Algunos economistas, como el premio Nobel Joseph Stiglitz y Robert Reich, secretario de Trabajo durante el gobierno de Bill Clinton, señalan que este es el principal problema que afecta a la economía estadounidense.
Sin embargo, como bien anotaba John Gapper del Financial Times en un artículo que publicamos recientemente en Portafolio, mientras que por un lado ha crecido la desigualdad al interior de los países desarrollados, por otro se ha visto un crecimiento tan notable en las economías emergentes (y, entre ellas, claramente la del Perú), que esto les ha permitido a las segundas acercarse a los niveles de ingresos per cápita de los países ricos. Las brechas todavía son amplias, pero se acortan con rapidez.
En el caso concreto del Perú, como han demostrado algunos estudios de destacados economistas como Gustavo Yamada y Richard Webb, ambos columnistas de El Comercio, el crecimiento económico ha tenido un sesgo inclusivo y ha favorecido en mayor medida a las zonas rurales del país. Esto quiere decir que hemos crecido y que a la vez hemos reducido la desigualdad, quizá no tanto como quisiéramos, pero lo cierto es que es un gran logro el que ambas cosas ocurran a la vez.
¿Cómo se mide la desigualdad?
El método más utilizado es el coeficiente de Gini, que mide la desigualdad de ingresos. Es un número entre el 0 y el 1: mientras más cerca de 0 esté un país, hay más igualdad, y mientras más cerca de 1, más desigualdad. Según datos de la Cepal citados por Lampadia , el Perú pasó de 0,53 en el 2001 a 0,45 en el 2011. Ahora bien, ese coeficiente nos ayuda a ver cómo evoluciona el país, y como les decía, esa evolución es positiva en el caso del Perú, pero no nos dice mucho sobre cómo se percibe la desigualdad en una determinada sociedad.
Sobre esto podría mencionarles, por ejemplo, un experimento interesante que hicieron Dan Ariely y Mike Norton, profesores de las universidades de Duke y Harvard, respectivamente. Ellos le preguntaron a un grupo de personas qué porcentaje de los ingresos totales en EE.UU. tenía el 20% más rico de la población, luego el 20% siguiente y así sucesivamente hasta llegar al 20% más pobre. Después de eso, les consultaron cómo creían ellos que debería ser la distribución de ingresos en un escenario ideal.
Al comparar ambas respuestas con la distribución real de ingresos en EE.UU., se vio que esta estaba lejísimos de lo que la gente creía, y mucho más de lo que consideraban como un escenario ideal. Según los investigadores, esto demuestra que las personas tendemos a subestimar la real dimensión de la desigualdad, y que inconscientemente queremos todos –sin importar nuestras diferencias partidarias- una sociedad más igualitaria.
En tal sentido, las investigaciones de economía conductual (que se nutren de la psicología cognitiva y la biología evolutiva) muestran que los seres humanos tenemos un sesgo natural hacia la justicia distributiva y que, por tanto, es natural que nos opongamos a aquellos resultados que nos parecen injustos, salvo que nos favorezcan, en cuyo caso los racionalizamos y encontramos la manera de sobreestimar nuestras propias virtudes para darle una justificación a nuestro éxito.
Esto me lleva a un interesante artículo del reciente Nobel de Economía Robert Shiller, publicado poco antes de la crisis financiera del 2008. Lo que decía Shiller es que la tolerancia a la desigualdad tiene que ver con cómo percibe la gente que esta se ha originado. En EE.UU., por ejemplo, durante mucho tiempo la desigualdad era perfectamente razonable porque estaba enmarcada en la narrativa del “sueño americano”, que daba a entender que cualquier persona podía convertirse en millonario.
Esta narrativa ha perdido fuerza luego de la crisis, en la cual salieron a relucir, por ejemplo, los privilegios que tenían los banqueros, que incluso fueron rescatados por el gobierno a pesar de los errores, e incluso delitos, que cometieron.
En el Perú no existe algo similar a la narrativa del “sueño americano”. Más bien, existen diversos prejuicios antiempresariales que llevan a muchas personas a creer que el empresario es, por definición, codicioso, explotador, insensible, depredador, etc., como argumenté en mi columna de Día_1 de este lunes. Aunque estas generalizaciones sean mayoritariamente falsas, inevitablemente inciden en cómo se discute el tema de la desigualdad en el Perú.
¿Es la desigualdad un problema estructural de la economía?
La desigualdad es una característica inevitable de una economía próspera. Para que haya progreso económico, es vital que las personas sean recompensadas por los frutos de su creatividad, esfuerzo y disposición a asumir riesgos. En un mercado libre donde prima la iniciativa empresarial privada, ciertamente hay desigualdad en el sentido de que unos satisfacen mejor que otros las preferencias de los consumidores, pero esa es precisamente la razón por la cual los mercados donde eso es así, progresan muchísimo más que aquellos otros donde se prefiere recompensar por igual a todos, sin importar que unos sean más productivos que otros.
Dicho esto, estudios realizados por el Fondo Monetario Internacional muestran que cuando la desigualdad es muy pronunciada en una economía, sí hay un problema estructural que limita el crecimiento en el largo plazo. Esto ocurre cuando solo un grupo reducido de la población tiene las herramientas para alcanzar la prosperidad. Y ese es exactamente el problema del Perú y de muchos países latinoamericanos: no hay, pues, igualdad de oportunidades.
Buena parte de nuestros compatriotas están excluidos del mercado por el clamoroso déficit de infraestructura que tenemos, y tienen enormes limitaciones para salir adelante por la pésima calidad de la educación que reciben. Es claro que el Perú crece y que va reduciendo paulatinamente la desigualdad, pero no estamos haciendo lo suficiente para solucionar problemas estructurales como los mencionados, que impiden que se pueda decir con convicción que en el Perú hay igualdad de oportunidades.
Como decía al inicio, las brechas entre las economías emergentes y las economías avanzadas se están cerrando aceleradamente, salvo en temas como la infraestructura, la educación, la salud, la seguridad, el impulso a la innovación, los servicios que brinda el Estado y la administración de justicia. El Estado Peruano tiene deudas históricas en muchos de estos aspectos y el sector privado tiene que estar comprometido para solucionar otros. El Perú crece y reduce la desigualdad económica, pero no podremos hablar del “sueño peruano” hasta que hagamos muchísimo más para garantizar la igualdad de oportunidades.