Kenneth Rogoff
Ex economista jefe del FMI y profesor de la Universidad de Harvard
Desde que comenzó el 2016, la perspectiva de una devaluación importante del renminbi de China ha pendido sobre los mercados globales como una espada de Damocles. Ninguna otra causa de incertidumbre en materia de políticas económicas ha sido tan desestabilizadora.
Pocos observadores dudan de que China tenga que dejar que el tipo de cambio del renminbi flote libremente durante algún tiempo en la próxima década. La pregunta es cuál será el nivel de dramatismo que existirá en el ínterin, en tanto colisionen los imperativos políticos y económicos.
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Podría parecer extraño que un país que tuvo un excedente comercial de 600.000 millones de dólares en 2015 deba preocuparse por una debilidad monetaria. Pero una combinación de factores, entre los que se encuentra una desaceleración del crecimiento económico y una relajación gradual de las restricciones a las inversiones en el exterior, ha dado lugar a un torrente de salidas de capital.
Los ciudadanos privados hoy pueden sacar del país hasta 50.000 dólares por año. Si sólo uno de cada 20 ciudadanos chinos ejerciera esta opción, las reservas de moneda extranjera de China se esfumarían. Al mismo tiempo, las empresas con altas dosis de efectivo de China han venido empleando todo tipo de artilugios para sacar dinero del país. Una estrategia perfectamente legal es prestar en renminbi y cobrar en moneda extranjera.
Una estrategia no tan legal es emitir facturas comerciales falsas o infladas –esencialmente, una forma de lavado de dinero–. Por ejemplo, un exportador chino podría informar un precio de venta a un importador norteamericano inferior al que realmente recibe, mientras que la diferencia se depositaría de manera secreta en dólares en una cuenta bancaria estadounidense (y ésta, a su vez, podría ser utilizada para comprar un Picasso).
Ahora que las empresas chinas han comprado tantas compañías estadounidenses y europeas, el lavado de dinero inclusive podría hacerse puertas adentro. Los chinos no fueron los que inventaron esta idea. Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando una Europa en ruinas estaba ahogada por los controles del tipo de cambio, las salidas ilegales de capital del continente solían promediar el 10% del valor del comercio o más.
Al ser uno de los países más grandes del mundo en términos comerciales, es prácticamente imposible que China mantenga un control cerrado de las salidas de capital cuando los incentivos para esas salidas se vuelven lo suficientemente grandes.
De hecho, a pesar del gigantesco excedente comercial, el Banco Popular de China se vio obligado a intervenir fuertemente para respaldar el tipo de cambio –a tal punto que las reservas de moneda extranjera en efecto cayeron 500.000 millones de dólares en el 2015–. Con este tipo de controles de capital permeables, los fondos de financiación de China de 3 billones de dólares no serán suficientes para retener el fuerte indefinidamente.
Por cierto, cuanto más se preocupe la gente por la caída del tipo de cambio, más va a querer sacar su dinero del país de manera inmediata. Ese miedo, a su vez, ha sido un factor importante en la caída del mercado bursátil chino.
Existe mucha especulación en el mercado de que los chinos llevarán a cabo una devaluación única de porte considerable, digamos del 10%, para debilitar al renminbi lo suficiente como para aliviar la presión a la baja sobre el tipo de cambio.
Pero, además de servir de carne de cañón para personajes como Donald Trump, para quien China es un negociante injusto, sería una elección de estrategia muy peligrosa para un gobierno en el que los mercados financieros en verdad no confían.
El principal riesgo es que una gran devaluación sea interpretada como un indicador de que la desaceleración económica de China es mucho más grave de lo que piensa la gente, en cuyo caso el dinero seguiría saliendo del país.
No existe una manera sencilla de mejorar la comunicación con los mercados hasta que China aprenda a generar datos económicos creíbles. Fue una gran noticia cuando se difundió que el crecimiento del PIB de China en 2015 fue del 6,9%, apenas por debajo de la meta oficial del 7%.
Esta diferencia debería ser irrelevante, pero los mercados la trataron como de máxima importancia, porque los inversores creen que las cosas deben estar realmente mal si el gobierno no puede manipular los números lo suficiente como para alcanzar su objetivo.
Un buen punto de partida para las autoridades sería crear una comisión de economistas que generara un conjunto más realista y creíble de cifras históricas del producto nacional bruto (PNB), sembrando el camino para cifras más creíbles del PNB en el futuro.
Por el contrario, la idea inmediata del gobierno para liberar la presión del tipo de cambio es ajustar el renminbi con una canasta de 13 monedas, en lugar de solamente con el dólar estadounidense. Esta es una buena idea en teoría; en la práctica, en cambio, los ajustes con un cesto de monedas tienden a tener problemas de transparencia crónicos.
Es más, un ajuste con una canasta de monedas comparte la mayoría de los problemas de un ajuste simple al dólar. Es verdad, el euro y el yen han caído frente al dólar en el último par de años. Si el dólar retrocede en el 2016, sin embargo, el ajuste con una canasta de monedas implica un tipo renminbi-dólar más fuerte, lo que podría resultar contraproducente. El gobierno también ha indicado que pretende reprimir con más dureza las salidas de capital ilegales; pero no será sencillo volver a poner al genio dentro de la botella.
La vida hoy sería mucho más fácil si China hubiera adoptado un grado mucho mayor de flexibilidad del tipo de cambio cuando las cosas iban bien, como algunos de nosotros habíamos aconsejado durante más de diez años. Tal vez las autoridades puedan resistir en el 2016; pero es más probable que el renminbi siga su camino escarpado –arrastrando consigo a los mercados globales.