Michelle  Barclay

Un año antes de las elecciones presidenciales de 2016 en Islandia, Halla Tómasdóttir recibió una llamada absolutamente inesperada. Un amigo le explicó que se había presentado una petición para que postulara como candidata a la presidencia de su país. Halla dirigía un fondo de inversión y logró sobrellevar la crisis financiera del 2008, más no estaba preparada para la candidatura ni presidencia.

Luego de mucha insistencia por parte de amigos, familia y colegas decidió asumir el reto. Un mes previo a las elecciones, Halla tenía solo 1% de aprobación, porcentaje que subió de manera meteórica en pocos días, quedando en las encuestas finales entre los cuatro primeros puestos.

Halla logró obtener 27,9% de aprobación en la votación, el segundo puntaje más alto después del ganador. En entrevistas sobre su candidatura, Halla cuenta que estaba convencida de que no tenía ni la experiencia ni la confianza para lo que se le estaba proponiendo.

Invitada por el escritor, psicólogo y profesor Adam Grant a una clase, ella explicó que lo que generó esa subida tan importante fue el síndrome del impostor. Este fenómeno es usualmente visto de manera negativa pero en el caso de Halla la ayudó a tomar acciones que la diferenciaron de sus competidores: repensó la manera de hacer campañas presidenciales, utilizó adecuadamente las redes sociales y en lugar de dedicarse a perseguir a sus competidores, se enfocó en hacer una campaña presidencial positiva.

El síndrome del impostor se presenta cuando una persona no logra creer en su propia competencia, talentos y habilidades. La persona que tiene pensamientos de impostor se considera un fraude al pensar que sus éxitos son inmerecidos.

Estos pensamientos no nos son ajenos y es probable que los hayamos tenido en algún momento de nuestra vida. El síndrome del impostor no es una enfermedad ni una condición mental, es una ocurrencia psicológica que se genera por ciertas situaciones o eventos.

Adam Grant explica en uno de sus libros que, en lugar de luchar contra el impostor, estamos mejor si lo acogemos y lo aprovechamos a nuestro favor. ¿Cómo lo hacemos? Grant explica que si nos sentimos impostores podemos motivarnos a trabajar más fuertemente para probarnos que sí podemos lograr ciertas metas. Por su parte, Halla explica que el impostor la ha ayudado mucho en su carrera para siempre pensar que uno puede aprender de otras personas y mantenerse en el aprendizaje continuo.

En lugar de competir desde la arrogancia y el ego asumiendo que uno sabe más que los demás, Halla trabajó desde la humildad. El impostor la ayuda hasta hoy a tener los “pies en la tierra”. Un enfoque tan diferente del que solemos ver en nuestro panorama político.

Frotaremos la lámpara de Aladino y quizás logremos, en un tiempo, contar con candidatas y candidatos presidenciales con un enfoque diferente, menos agresivos y de la mano de un impostor constructivo. Vale la pena soñar y quién sabe…

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