El 2020 ha sido, sin duda, un año plagado de malas noticias por los estragos generados por el COVID-19, que en nuestro país no solo ha cobrado más de 37 mil vidas, sino que también nos ha hundido en la peor crisis económica y social en décadas, quebrando empresas y arrojando al desempleo y a la miseria a millones de peruanos a un ritmo récord.
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El Perú, como sabemos, ha sido uno de los países más afectados del mundo. El MEF estima la contracción económica en 12%, algo no visto desde finales de los ochenta (-12,31% en 1989), y que el déficit fiscal cerrará en 9% del PBI. En esta coyuntura, la tasa de pobreza subiría de 20% a cerca de 30% (lo que nos haría retroceder una década) y la de informalidad laboral pasaría del 70% al 80%.
El año que terminó también estuvo marcado por la intensificación de la turbulencia política que alcanzó su punto más álgido con la vacancia del expresidente Vizcarra, seguida de la asunción y posterior renuncia de Manuel Merino como presidente tras las masivas protestas y movilizaciones en su contra y la consecuente toma de mando de Francisco Sagasti. Llegamos a tener tres gobiernos en tan solo 8 días.
Como si no fuese suficiente, el Parlamento hizo gala de su irresponsabilidad y cortoplacismo aprobando una avalancha de leyes sin el mínimo sustento técnico, socavando las finanzas públicas, como la que dispone la “devolución” de los aportes a la ONP, que es manifiestamente inconstitucional. Y, para colmo de males, con el paro agrario se reanudaron los conflictos sociales y bloqueos ilegales de carreteras en medio de una crisis policial.
Sin embargo, pareciera que ya hemos tocado fondo e incluso se perciben señales que despiertan cierto optimismo sobre el rumbo económico. Sobresalen las vinculadas al entorno internacional, que influye tremendamente en nuestro desempeño por ser una economía pequeña y abierta, como la veloz recuperación de China, nuestro principal socio comercial, que será la única gran economía que crecerá en el 2020 con una expansión de casi 2%.
Conforme los países avanzados, como EE. UU., vayan conteniendo la pandemia y regresando poco a poco a la normalidad económica, como todo indica que pasará este 2021, y conforme China vaya acelerando su crecimiento, como proyecta el FMI, el Perú irá recobrando el dinamismo de sus exportaciones.
Las cotizaciones de las materias primas registran significativos repuntes ante las mejores perspectivas por la llegada de la tan esperada vacuna. En particular, es muy favorable para el país que el precio del cobre -nuestro principal producto de exportación- haya alcanzado su mayor nivel en varios años. Ello tiene un impacto positivo en el flujo de divisas, la actividad económica, los ingresos fiscales y, eventualmente, en la viabilidad de nuevas inversiones mineras.
En este contexto es difícil hacer pronósticos, pero si hay algo en que todos coinciden para el 2021 es que va a ser un año con bastante incertidumbre. La amenaza de una segunda ola de contagios, el populismo del Congreso, la creciente polarización que vive el país, y las elecciones no dejan de preocupar. Todo esto para no hablar del riesgo de que se traigan abajo la Constitución. Aun así, todo indica que será uno mejor que el que está por cerrar. El BCR proyecta una recuperación de 11,5% del PBI, aunque mucho depende de la vacuna y del resultado electoral.
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