ENZO DEFILIPPI
Socio de Intelfin y profesor de U. del Pacífico
Un día, un profesor colocó una jarra de vidrio sobre su escritorio, le metió piedras hasta el borde y preguntó a sus alumnos si estaba llena. Ellos respondieron que sí. Luego metió a la jarra piedras pequeñas, la cuales se acomodaron entre las piedras grandes hasta llegar al borde. Luego, metió arena. Y después, agua. Ahora sí estaba llena la jarra. “¿Podrían meter más piedras grandes?”, preguntó el profesor. “No”, respondieron los alumnos.
La moraleja es que muchas cosas entran después de las piedras grandes, pero si no las ponemos primero, no lo podremos hacer después.
He leído con atención el Plan Nacional de Diversificación Productiva (PNDP) presentado recientemente para su discusión. El plan tiene tres ejes: 1) integración de las empresas locales con las cadenas mundiales de valor, 2) eliminación de las regulaciones excesivas que limitan el crecimiento, y 3) reducción de la brecha de productividad entre pequeñas y grandes empresas. Si bien es perfectible, me parece que parte de un diagnóstico acertado y que plantea propuestas razonables.
Algunos lo critican por intervencionista. Yo pienso que si alguien considera intervencionista un plan que explica por qué no usar subsidios y exoneraciones, pone énfasis en la solución de fallas de mercado y plantea no desatender los sectores primarios que han sido la base de nuestro crecimiento, el problema no está en el plan sino en las creencias de sus críticos. Y una política pública seria no se sustenta en creencias (sean religiosas o ideológicas, que en el fondo son lo mismo), sino en el sentido común y la evidencia empírica, la cual indica que no hay economía pequeña y alejada como la nuestra que haya pasado a la siguiente fase de desarrollo sin diversificarse primero. Y para ello hay que solucionar fallas de mercado e incrementar la productividad.
Dicho esto, es necesario pensar en las ‘piedras grandes’ del PNDP; es decir, en las reformas que deben hacerse previamente para que el plan pueda transformar la estructura productiva del país.
La más importante guarda relación con los incentivos que tienen los funcionarios públicos para no tomar decisiones. Si investigamos, encontraremos que el origen último de los trámites ridículos, del excesivo número de documentos solicitados y de la multiplicidad de firmas necesarias para obtener una autorización es el sistema de control del Estado, el cual parte del principio de que los funcionarios públicos deben demostrar su inocencia o arriesgarse a ser denunciados. Por ello prefieren curarse en salud pidiendo todos los papeles que puedan e involucrando más gente en cada decisión.
Si no reformamos este sistema (que no sirve, pues la corrupción continúa rampante), poco importará contar con una burocracia bien preparada como la que avizora el plan.
La otra ‘piedra grande’ que debe acompañar el PNDP es la exigibilidad de los contratos. En un país en donde es difícil hasta desalojar un inquilino precario siempre será costoso contratar, lo cual obstaculiza el eslabonamiento entre empresas grandes y pequeñas, dificulta el surgimiento de nuevos emprendimientos y reduce los beneficios de la formalidad.
¿Existen otras ‘piedras grandes’ relacionadas con el PNDP? Seguramente. Pero aquellas en las que debemos enfocarnos son las que empujan el país hacia adelante, no las que se ponen en el camino.