Si alardeas de tus vivezas creyendo que la moral es solo para algunos o que la ética es para los ‘quedados’, sin darte cuenta de que en el Perú algunas cosas han evolucionado para bien, yo en el acto te perdería la confianza.
Si falseas la información, ‘estiras’ la verdad, o peor aún, la escondes, sobre todo si esta es relevante para tomar decisiones o evaluar situaciones importantes, te perdería toda la confianza que alguna vez te pude tener.
Si callas algo importante que debiste compartir (y no acepto la típica excusa: “Es que no me lo preguntaste”) o ‘amarras’ información para retener un poquito de poder, bueno, ya sabes.
Si en el trabajo o en la vida personal mientes, aunque sea algo chico o aparentemente sin mayor importancia, igual te perdería la confianza.
Si te crees muy hábil al tratar de ‘voltear la tortilla’ y querer mostrar tus debilidades como fortalezas como si pudieras engañar a todos todo el tiempo, ¿quién podría confiar en la calidad de tu trabajo o en la seriedad de tus servicios? Yo jamás confiaría en ti.
Si te la pasas criticando a los demás sin aportar nada nuevo o constructivo salvo chismes o calumnias, o crees que tu poder está en destruir reputaciones gratuitamente, ni yo ni nadie jamás confiaría en ti.
Si a mis espaldas hablas mal de mí o usas mi nombre para tu beneficio personal, ¿cómo podría confiar en ti?
Si en el pasado ya mentiste, negaste lo innegable, y todavía sonriente y caradura lo sigues haciendo, la verdad es que de ninguna manera volvería a confiar en ti, aunque no tuviera mejor opción que tú para trabajar o por supuesto, para votar.
Si no cumples con lo que prometes, no honras tu palabra o no cumples tus compromisos, claramente no podríamos confiar en ti ahora ni nunca.
Si te sobrevendes o pretendes ser lo que no eres, te presentas como la gran maravilla exagerando tus virtudes o tus logros –sin data real alguna que los sustente–, o si no eres transparente sobre tu pasado, de hecho te perdería la confianza.
Si pierdes los papeles con facilidad o tienes exabruptos emocionales de esos que sorprenden a todos, o peor aún, que buscan manipularnos, de hecho también te perdería la confianza.
Si robas, tomas lo mío sin mi permiso o si plagias, bueno, ya sabemos lo que pasa. Si no eres consecuente con lo que predicas, cambias de posición, de bando o de aliados según te convenga, o si estás callado en las reuniones y te reservas tu opinión, pero luego la expresas abierta y negativamente en los pasadizos, ¿cómo podría confiar en ti?
Si pretendes sobornar a funcionarios –o me recomiendas hacerlo creyendo que esa es la manera mejor o más eficiente o ‘la única’ de lograr hacer las cosas–, yo de hecho no volvería a confiar en ti .
Si utilizas el poder que tienes solo para servir a tu ego o en tu beneficio personal, olvidándote que lo tienes solamente para servir a los demás, te perdería la confianza para siempre y nunca te la volvería a dar.
Ganar y merecer la confianza de los demás es tan importante en la vida y en el trabajo que a veces cuesta comprender por qué a tantos ¡parece importarles tan poco!