Por Waldo Mendoza, profesor del Departamento de Economía de la PUCP
En la historia peruana de las últimas décadas, los presidentes electos nunca han aplicado la política económica que prometieron en sus planes durante la campaña electoral. En nuestra historia hay muchos ejemplos de ello.
Cuando en 1980 retornó la democracia, Fernando Belaunde cautivó a la población con su promesa de crear un millón de empleos. No hubo creación, más bien hubo destrucción de empleos.
En 1985, el joven García prometió un futuro diferente al de la inflación y recesión que heredaba del segundo gobierno de Belaunde. Nuestro futuro fue diferente, con la hiperinflación y la depresión que nos dejó al final de su mandato. En los noventa, Fujimori ganó las elecciones prometiendo no hacer el shock que su oponente planteaba. El ajuste económico de agosto de 1990 será recordado como el más duro del siglo XX.
En el 2001, Alejandro Toledo prometió reducir el IGV y, en lugar de ello, lo elevó. Y podemos seguir con muchos ejemplos más.
Creo que esta independencia entre lo que se promete y lo que se hace tiene dos explicaciones. Una técnica y otra a cargo de mis amigos politólogos.
La explicación técnica nos la dio hace casi 60 años el premio Nobel Jan Tinbergen. Él nos enseñó que los objetivos de política económica deben estar necesariamente asociados a los instrumentos de política económica. En caso contrario, las promesas son imposibles de cumplir. El Nobel dijo, en mis términos, “en su plan de gobierno, si usted tiene N objetivos de política económica, dígame cuáles son los N instrumentos para alcanzarlos. En caso contrario, mejor bote ese plan”.
No he encontrado planes de gobierno que cumplan con la exigencia de Tinbergen, o que se le acerquen. Son listados de un montón de objetivos, con los que casi todo el mundo está de acuerdo, con muy pocos instrumentos para alcanzarlos. Por eso, casi todos los planes de gobierno son muy parecidos. Técnicamente hablando, no sirven. Es como un sistema de dos ecuaciones con 10 incógnitas.
El hecho, sin embargo, es que en el Perú los consideramos importantes. Los aspirantes presentan sus planes de gobierno, los escuchamos y votamos porque las promesas nos convencen. Pero, si se sabe que las promesas no nos dicen nada sobre lo que hará realmente el candidato elegido, ¿por qué votamos en función a esas mismas promesas? Los politólogos Levitsky, Tanaka, Vergara, Dargent o Meléndez deben tener una buena respuesta. Quizá es que los planes de gobierno no sirven absolutamente para nada en la estrategia de ganar una elección.
Por eso, lector, para saber con cierta aproximación qué es lo que efectivamente hará el candidato de su preferencia en caso de salir elegido, mejor pregúntele quién va a ser su próximo ministro de Economía, quién va a ser el ministro de Educación, quiénes van a conformar su Gabinete Ministerial, quién va a ser el nuevo presidente del Banco Central de Reserva del Perú o quién será el jefe de la Sunat. Mientras no tengamos esa información, es posible que no sepamos nada de lo que va a hacer nuestro futuro presidente.