Por Gonzalo Álvarez del Villar, CEO de Tera Advisors
Dicen que para vivir plenamente hay que tener esperanza. Para invertir, sin embargo, la esperanza no es suficiente. Por eso me preocupa que el motor que ha estado impulsando diariamente al mercado accionario en EE.UU. hacia nuevos récords sea precisamente la esperanza de que Donald Trump lleve a cabo las reformas que prometió en campaña.
La pregunta que todo inversionista debe hacerse ahora no es si la agenda pro crecimiento de Trump tendrá que enfrentar enormes obstáculos en el Congreso (se sabe que así será), sino cuándo le empezará a importar al mercado que existe una terrible fractura dentro del Partido Republicano. Pareciera que el mercado no ha caído en la cuenta que es el Congreso quien tiene la última palabra sobre lo que se aprueba y lo que no.
El punto en cuestión quedó demostrado esta semana cuando el presidente presentó su propuesta para el presupuesto del 2018. Con bombos y platillos anunció un incremento de US$54 mil millones en la partida de gasto militar y un recorte de 37% en el monto asignado al poderoso Departamento de Estado. Inmediatamente, Mitch McConnell, el líder de los republicanos del Senado, dijo que el presupuesto, tal como lo presentó Trump, simplemente no va a ser aprobado en su cámara. Otro senador republicano, Lindsey Graham, fue más allá, y llamó a la propuesta del presidente ‘dead on arrival’.
Lo relevante es que no estamos hablando de congresistas de oposición. Son miembros del oficialismo quienes abiertamente se oponen a los planes presidenciales. Si desde el primer mes de gobierno la desunión entre los republicanos es notoria, ¿qué pasará cuando se presenten proyectos de ley controversiales como el que busca repeler y reemplazar el Obamacare o el que propone imponer un impuesto a las importaciones para reemplazar los ingresos que el gobierno dejará de percibir si se concreta la reforma tributaria que Trump prometió?
Por otro lado, hay una gran diferencia entre lo que el gobierno de Trump ha hecho y lo que dice que ha hecho. Trump ha firmado más de dos órdenes ejecutivas por día. Un ritmo frenético, no hay duda, pero no mayor al impuesto por Obama en su primer período. Y mucho más importante que el número de órdenes firmadas es el hecho que ninguna de ellas ha tenido impacto en el statu quo. La excepción, la única que ha tenido repercusiones reales (y negativas), fue la orden que llamaba a restringir el ingreso a EE.UU. de ciudadanos de siete países predominantemente musulmanes. Un juez la bloqueó a los pocos días de haberse emitido.
Todo esto no es más que el reflejo de Trump siendo Trump: un hombre que siente fascinación cuando es el centro de atención y que todo lo hace con el afán de realzar su imagen. Muchas voces y pocas nueces. Que el mercado esté esperanzado en un líder así puede ser muy costoso para quien persiga ciegamente los rallies de los principales índices bursátiles.