(Foto: Archivo)
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Inés Temple

Hace algún tiempo, un amigo de mi padre y su esposa me invitaron a almorzar, y con mucha transparencia él me contó que lo hacía para pedirme un favor. Quería que me reuniera con su sobrina que venía de Europa para darle algunas pautas sobre el y sus oportunidades de recolocación.

Me explicó que su sobrina era una joven profesional de primer nivel que había hecho una buena carrera, que era hábil, confiable y dedicada. Acepté ayudarla en lo posible y pensé: “Qué bueno que esta joven sea un talento, será más fácil apoyarla”.



Saliendo del almuerzo, la esposa pasó a explicarme que la sobrina no encontraba trabajo en ninguna parte, que se le habían cerrado muchas puertas, que la pobrecita estaba muy desanimada y negativa, y ya no confiaba en nada ni nadie.

Subí a mi auto preocupada. Me había comprometido a ayudar a alguien que quizá no iba a ser fácil de apoyar. Felizmente al conocer a Sandra (que no es su nombre real) me encontré con una joven muy profesional y fue fácil encaminarla. Comprendí que su tía, equivocadamente, aunque con buena intención, había tratado de llegarme al corazón, para que así, por pena, quizá la quisiera ayudar más.

Errores como estos son graves ya que posicionan mal nuestra marca personal y, a veces, hasta la dañan irremediablemente. Lo veo mucho en personas cuando buscan trabajo o mejoras profesionales.

En el mundo del trabajo todos quieren vincularse con profesionales entusiastas, apasionados con la misión o el encargo, con energía y más ganas de hacer cosas, de cumplir metas e impactar en el resultado. Con fuerza interna y garra para trabajar.

Por eso, la actitud con la que nos presentamos y lo que de nosotros decimos –y por tanto, otros repiten por doquier– son factores determinantes de nuestro propio éxito profesional.

Seguro al leer estas líneas usted pensará que nunca hablaría mal de sí mismo. Y es verdad, eso sería torpe. Sin embargo, conversando a diario con muchas personas detecto discursos con actitudes de desánimo y pesimismo, poca confianza personal, temor a los retos, focalizados en narrar historias negativas o compartir sus penas laborales.

Por otro lado, a quienes ayudamos a lanzar sus propios o a recolocarse con mejores sueldos o mejores posiciones en una gran mayoría de los casos hablan de sí mismos con el lenguaje del éxito –que por cierto no es un lenguaje de arrogancia ni de soberbia, sino de entusiasmo por los nuevos retos, por las oportunidades que crean o descubren–.

Con autenticidad y sencillez hablan de su sed de aprender e innovar, de seguir creciendo, dar lo mejor de sí mismos. Sin ser triunfalistas, transmiten una energía positiva que contagia e inspira. Eso vende bien nuestra marca personal, inspira confianza, genera interés. Y eso es lo que luego otros dicen de nosotros.

Siempre es oportuno hacer una auditoría de nuestro discurso y actitud. Si hoy se encuentra atrapado o focalizado en lo negativo, lo animo a detenerse y volver a plantear sus argumentos con una actitud más positiva y energizada. ¡Sentirá la diferencia en cómo eso impacta para bien su marca personal y hasta su propio sentir!