Imagínese un andinista en el tope de una montaña frente a un sendero muy angosto; un mal paso a la izquierda o a la derecha y el andinista puede terminar herido. Una situación similar es la que enfrentan muchos países en la actualidad debido a las elevadas tasas de inflación.
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Tras invernar casi 40 años, la inflación a nivel global ha despertado sorpresiva y agresivamente, generando que el poder adquisitivo de los ingresos familiares, especialmente de las familias más vulnerables, disminuya de manera preocupante. ¿Cómo así llegamos a este problema? La raíz es una mixtura de elementos que se pueden resumir en una sobreestimulación de la demanda agregada (principalmente en países avanzados) a través de políticas expansivas, en combinación con restricciones de oferta persistentes de carácter global, algunas relacionadas a la misma pandemia y otras, más recientes, vinculadas a la guerra entre Rusia y Ucrania.
El tema de discusión en diferentes círculos es: ¿cuál es el costo de reducir la inflación hacia los rangos aceptables? Sin duda, la receta implica enfriar la economía con el fin de igualar nuevamente demanda y oferta, y así “ahogar” las presiones inflacionarias. En países con claros indicios de exceso de demanda, esta receta lleva a resultados dolorosos, puesto que es necesario un aumento del desempleo para frenar dicho exceso. En aquellos en los que la inflación ha sido causada por el aumento de los insumos importados (por mayores precios de materias primas o depreciación cambiaria), la receta no necesariamente implica un aumento del desempleo; basta con desacelerar la demanda de bienes para que los productores no deseen traspasar los mayores costos de los insumos importados por temor a perder participación de mercado.
Sea cual fuere el caso, aplicar la receta para enfriar la economía requiere que los bancos centrales adopten una posición restrictiva, reflejada en tasas de interés más elevadas, y que los gobiernos consoliden sus cuentas, a través de balances primarios que estabilizan la deuda pública como proporción del producto nacional. Olivier Blanchard, ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional, ha resaltado una tensión en la aplicación de estas medidas debido a que primero se desacelera el crecimiento y, después, la inflación. La tensión surge entonces cuando los políticos interfieren y presionan porque no aceptan el costo económico de corto plazo. Aquellos países que sucumban a dichas presiones probablemente paguen un alto costo en el futuro. La historia económica del Perú entre las décadas de los setenta y ochenta constituye un excelente ejemplo en ese sentido.
Frente a un camino tan angosto, el margen de error es muy limitado. Lo que queda claro es que lo ideal es que las instituciones más técnicas se encarguen de guiarnos hacia delante y así minimizar las probabilidades de caer. Interferir políticamente solo hace el camino más sinuoso e irregular. Esperemos que así se entienda.