Desde el último viernes, al interior del club metropolitano ‘Wiracocha’ en San Juan de Lurigancho, se encuentra para disfrute y goce de los ciudadanos de Lima Este una playa artifical. Se trata de espacio de esparcimiento y recreación para que los vecinos que no tienen acceso a un balneario cercano puedan pisar arena y contemplar palmeras. Son 2.500 metros cuadrados de pura diversión, seguramente ya para el 2024. Ante esta noticia es inevitable preguntarse, ¿no sería más beneficioso enfocarnos en reducir la tasa de criminalidad en los distintos distritos o ocuparnos de mantener de manera más eficiente de nuestras áreas verdes?
Es sorprendente cómo pasamos del Parque Jurásico en Arequipa a esta playa artificial sin aparentemente haber retenido que uno de los problemas más agudos que enfrenta el aparato público no es la falta de dinero sino en qué y cómo se gasta. Es, de hecho, aún más sorprendente que esta noticia se haya desarrollado en la misma semana en la que nos enteramos que la pobreza se incrementó en el 2022 y que alcanzó a 27,5% de peruanos. De hecho, casi 2 millones de personas siguen sin regresar a la clase media desde el 2019 y según cálculos del IPE, para reducir la pobreza a los niveles prepandemia, sería necesario crecer 2% anual por tres décadas. Es decir, problemas más importantes sin duda tenemos (y hasta para regalar o repartir).
La ciudadanía perdonaría una promesa de campaña decorativa no cumplida si viera un mínimo cambio en sus servicios públicos, lo que no pasa por empadronar a taxis colectivos o inaugurar playas artificiales. A luz de estas cifras de pobreza, los gobiernos locales tienen una enorme oportunidad para trabajar para y por sus vecinos, y sobre todo, para y por los más vulnerables a través del fortalecimiento de ollas comunes, del impulso de programas como “A Comer Pescado”, y de la articulación que es posible generar entre productores y mercados locales. La pobreza rural sigue siendo alta, pero la urbana es la que más avanza. #NoTePases, Perú.