“Seguir en el camino donde estamos implica que las generaciones futuras estarán peor en términos relativos”, señala Ganoza. (Foto: GEC)
“Seguir en el camino donde estamos implica que las generaciones futuras estarán peor en términos relativos”, señala Ganoza. (Foto: GEC)
Carlos Ganoza

Los estudios sobre siempre tienen el mismo disclaimer de que no existe una fórmula mágica para crecer de manera acelerada y sostenida, pero a lo largo de los años se han identificado algunos ingredientes básicos que no pueden faltar.

En un artículo de 1999 que está entre los 10 estudios científicos más citados sobre crecimiento económico, los profesores de Stanford Robert Hall y Charles I. Jones identificaron que los países alcanzan altos niveles de PBI per cápita gracias a que logran altas tasas de inversión (en activos físicos y en capital humano) y productividad; y esto a su vez es impulsado por las instituciones y políticas públicas que generan incentivos para que empresas y personas tomen buenas decisiones de inversión, producción y trabajo.

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Para trasladar estos hallazgos a conclusiones prácticas para gobiernos el Banco Mundial formó una comisión especial liderada por el premio Nobel de economía Michael Spence, que estableció cinco elementos necesarios para el crecimiento acelerado y sostenido: aprovechar la economía global, estabilidad macroeconómica, altas tasas de inversión, aprovechar al mercado como asignador de recursos, y gobiernos comprometidos, creíbles y capaces.

Dicho de otra manera, los países que logran una transición hacia el desarrollo y el ingreso alto son aquellos con economías estables, que invierten un porcentaje alto de su PBI, que aprovechan sus ventajas comparativas para exportar productos que el mundo demanda, que no distorsionan los mecanismos de mercado, y que cuentan con un Estado competente para proveer bienes públicos, y corregir las inequidades producidas por el mercado y sus fallas.

En la receta de desarrollo que desde hace algunos años cocinan nuestro y estos ingredientes destacan por su ausencia. El resultado es un plato intragable que va a dejar a todo el país indigesto y sin sustento.

Veamos uno por uno los cinco ingredientes.

La estabilidad macroeconómica no es algo que podamos dar por sentado por el debilitamiento de las finanzas públicas durante la pandemia y la andanada continua de iniciativas de gasto promovidas por el Congreso (devolución de los aportes de la ONP, cambios en los regímenes de contratación de funcionarios públicos, etc.) que suman varios puntos del PBI. Si seguimos así la reducción en la calificación de riesgo es inevitable.

Por otro lado parecería que estamos haciendo todo lo posible por anular nuestras ventajas comparativas en sectores exportadores. La minería no tiene proyectos importantes a la vista, y con los cambios en la agroexportación frenamos un sector que estaba generando un círculo virtuoso de productividad e inversión. En torno al éxito agroexportador peruano empezaban a surgir emprendimientos con tecnología de punta (desde drones hasta biotech) para atender las necesidades de las empresas del sector. Ese inicio de clúster innovador con alto potencial exportador se puede frenar junto con la inversión en el agro.

Mientras tanto el Congreso juega a fijar tasas de interés y sueldos mínimos por sector, negando la abrumadora evidencia histórica e internacional sobre lo contraproducente que es distorsionar el sistema de precios en los mercados laboral y financiero. El crecimiento acelerado requiere que capital y trabajadores fluyan hacia los sectores con más productividad. Nada de eso ocurre con distorsiones en intereses y salarios.

La deformación del ahorro previsional con las leyes del Congreso (tanto en el régimen privado como público) no solo deja desprotegidas a las personas en su vejez, sino también priva al país de su principal fuente de recursos de inversión. Los países que han crecido aceleradamente logran tasas de inversión de más de 20% del PBI. La única forma de alcanzar esos niveles sin generar desequilibrios es con ahorro doméstico. En el mundo ha sido común que el ahorro previsional cumpla ese rol. Pero las perforaciones a los regímenes de pensiones nos llevan en la dirección contraria.

En resumen, la receta que están cocinando nuestros políticos no es de desarrollo sino de atraso: un país inestable, sin capacidad para invertir en su futuro, que no aprovecha la demanda global para producir más, y que no canaliza recursos a las oportunidades más prometedoras. El impacto de esto sobre el bienestar es gigantesco. Si en las siguientes dos décadas lográsemos cambiar de receta y combinar estos ingredientes para crecer a una tasa promedio de 6% en el ingreso por persona, alcanzaríamos el nivel que tiene España hoy. Pero seguir en el camino en el que estamos implica que las generaciones futuras estarán peor en términos relativos que nosotros.

Estimaciones realizadas conforme al avance de la economía. (Infografía: Jean Izquierdo)
Estimaciones realizadas conforme al avance de la economía. (Infografía: Jean Izquierdo)

¿QUÉ HEMOS HECHO PARA MERECER ESTO?

Hemos descuidado el quinto elemento: un Estado competente, comprometido, creíble. Hemos dejado que la política –y en consecuencia el Estado– quede a merced de políticos improvisados, mercantilistas y mafiosos. A ellos les hemos encargado cocinar nuestro desarrollo y la consecuencia la tenemos frente a nuestras narices.

La única forma de enrumbar el país es impulsando una reforma política y del Estado, promovida por un gran frente común de líderes de la sociedad civil (empresa, academia, cultura, etc.). El CADE que pasó esta semana empezó con ese mensaje, que debemos reforzar con urgencia. Este sentido común para reformar y limpiar la política debe calar en la ciudadanía para evitar que en estas elecciones escojamos más cocineros del atraso.

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