"La pandemia ha desmembrado el aparato económico, presentándose una contracción no observada desde hace 30 años", comenta Tuesta. (Foto: Fernando Sangama / GEC)
"La pandemia ha desmembrado el aparato económico, presentándose una contracción no observada desde hace 30 años", comenta Tuesta. (Foto: Fernando Sangama / GEC)
David Tuesta

Una de las principales conclusiones que se obtiene al leer los planes de gobierno de los principales partidos políticos es la ausencia de planteamientos serios para revivir nuestra alicaída productividad y . Entendiéndose que estas políticas usualmente requieren alterar el statu quo, los partidos las esquivan por temor a perder el favor electoral.

Sin embargo, donde casi todos suelen apuntarse en primera fila es en el ofrecimiento de promesas basadas en el uso de recursos fiscales a mansalva. Dada la situación crítica en que se encuentra nuestra economía, varias agrupaciones no pierden hoy el rubor de ofrecer amplias políticas redistributivas con gastos fiscales estratosféricos que tienen el potencial de elevar nuestros niveles de endeudamiento en varios puntos del PBI.

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En este contexto, algunas agrupaciones políticas se han sentido curiosamente arropadas por un reciente informe del Fondo Monetario Internacional que, valorando positivamente el espacio fiscal peruano, recomiendan la entrega de un nuevo bono universal cercano a 2,5% del PBI que permitiría recuperar los niveles de prepandemia. Sin embargo, lo anterior es una lectura selectiva del informe, pues el mismo detalla la urgencia de avanzar con las reformas estructurales. Estas, al final, son lo único que asegura que los beneficios de las políticas redistributivas no terminen revirtiéndose.

La pandemia ha desmembrado el aparato económico, presentándose una contracción no observada desde hace 30 años que ha derivado en la pérdida de millones de empleos y un retroceso de más de una década en las condiciones de pobreza. Esta situación impone el uso de nuestro espacio fiscal, ciertamente. Pero lo que es un error es creer que esto nos exime de la tarea de reparar la creciente debilidad estructural de nuestro aparato productivo que ya se manifestaba antes del 2020. La falta de apetito por avanzar en mayores reformas económicas ha llevado a que el aporte de la productividad al crecimiento del PBI se aproximara a 0% antes de la llegada del virus, cuando diez años antes era del 2,5%. Si no le damos la vuelta a esta situación, el camino a un Perú con menos pobres nos será esquivo.

Reducción de la pobreza y crecimiento económico. (Infografía: Jean Izquierdo)
Reducción de la pobreza y crecimiento económico. (Infografía: Jean Izquierdo)

DISMINUCIÓN DE LA POBREZA

La literatura económica, que muchas veces tiene visiones discrepantes, arriba a un consenso casi pleno sobre el rol que tiene el crecimiento sostenido en la disminución de la pobreza. La figura adjunta presenta una muestra de 54 países durante las últimas dos décadas, sugiriendo una relación inversa entre el crecimiento económico y la disminución de la tasa de pobreza. El gráfico ilustra conclusiones similares obtenidas por varias investigaciones. Por ejemplo, en los trabajos de Dollar & Kray (2002) y Kray (2004) se llegan a resultados robustos que aseguran que la disminución de la pobreza en el mediano-largo plazo se explica entre un 70-90% por el crecimiento económico. Es decir, el papel de las políticas redistributivas, si bien importantes, solo explican entre el 10-30% las menores tasas de pobreza. Estos trabajos han sido replicados en varias ocasiones con resultados bastantes similares. En la misma línea, convergen los trabajos de López (2004), y Chen & Ravalion (2000). Este último, en particular, encuentra que el crecimiento del consumo del quintil más pobre sigue de manera proporcional al crecimiento económico a largo plazo del país.

Evidentemente, la elasticidad de todas estas relaciones en cada realidad particular depende de varios factores claves tales como la capacidad de generar ganancias de productividad, la composición sectorial del crecimiento económico, la intensidad en el uso de los factores de producción y el nivel de desigualdad existente. Por tanto, más allá de que se requiere un buen diagnóstico de cada circunstancia, es clave poner sobre la mesa el papel superlativo del crecimiento sostenible y sus determinantes.

Al respecto, la literatura del crecimiento económico encuentra evidencia contundente sobre el papel que tiene la mejora del capital humano, el desarrollo del sector financiero, la búsqueda de mayor eficiencia de los mercados –entre ellos el mercado laboral–, el impulso de la inversión privada, el rol del desarrollo masivo de infraestructura física, las políticas comerciales, la eliminación de las distorsiones regulatorias, mejora de la productividad del Estado, etc. Y nada de esto es novedad, pues de hecho varias de estas vías las hemos recorrido en décadas pasada reflejándose en una extraordinaria disminución de las tasas de pobreza.

Dicho todo lo anterior, mal haría el próximo gobierno en caer en la tentación del uso fácil de la billetera del fisco sin construir bases reales que sustenten nuestra competitividad. De hacerlo, nuestro ticket con destino a los terribles 80 estará asegurado.

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