César Vega Herrera pasa sus mañanas sentado en un parque ubicado en la cuarta etapa de la urbanización Mayorazgo, en Ate. Ahí, este autor que alguna vez recibió el Premio Nacional de Dramaturgia (1987) y el Premio Nacional de Teatro (1989), despliega una veintena de libros sobre una banca y espera a que alguien llegue a comprar y escuchar sus historias. Tiene 88 años, pero no ha perdido ni la memoria ni esa emoción que transmite cuando relata cómo se gestaron sus libros más conocidos, como los cuentos La noche de los Sprunkos (1974); o su pieza teatral Ipacankure (1968), la más celebrada y escenificada, que recibió una mención honrosa en el Premio Casa de las Américas de 1969; o ¿Qué sucedió en Pasos?, obra ganadora del Premio Tirso de Molina, en España, en 1976.
Protegido del sol con una gorrita, don César alza las manos y parece dibujar con ellas las siluetas de sus personajes. Su voz delgada apenas corta el silencio de la mañana. “Justamente, el libro empieza con esa pregunta: ¿Quiénes son los Sprunkos? —me dice—, estos son personajes que siempre han existido y existirán en la imaginación, y que solo se presentan a los niños que se portan bien”. Luego, cuenta que esta obra, que lo hizo conocido en la narrativa para niños de los años 70, está dedicada a la memoria de su hermana Eva, su compañera de juegos y travesuras infantiles. En esa época, él leía mucho, gracias a una maravillosa caja de libros que heredó de un tío, allá en Arequipa, la ciudad donde nació —un año bisiesto—, el 29 de febrero de 1936.
Don César se levanta, coge un ejemplar de La noche de los Sprunkos, abre las primeras páginas y lee parte del prólogo que escribió en la tercera edición de 1991: “En la infancia y adolescencia leí a los hermanos Grimm, a Jacques Perrault, a Christian Andersen, a Gulliver, El viaje maravilloso de Nils Holgerson, Alicia en el país de las maravillas, Rip van Winkle…”. Cierra el libro y comienza a narrar algunas de estas historias: imita voces, lleva sus manos a la boca para producir sonidos, se transporta a bosques y escenarios míticos, ríe y se emociona. Vuelve otra vez a ser niño.
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De formación autodidacta, don César ha dedicado su vida a escribir. Después, ha sido vendedor de libros, dibujante y bibliotecario en la Asociación Nacional de Escritores y Artistas. A inicios de los 2000, se apareció por la Escuela Nacional de Arte Dramático para vender sus libros, pero se dieron cuenta de que sabía tanto de historia del teatro que terminaron contratándolo como profesor. Sus clases fueron reveladoras y se formó alrededor suyo una legión de alumnos agradecidos. Sin embargo, años después, lo despidieron “por no tener ningún título”.
No se sabía nada de él, hasta que la cantante Araceli Poma publicó hace unos días en Facebook que su padre, el ingeniero Manuel Poma, había visto a César Vega Herrera sentado en un parque, vendiendo sus libros. Inmediatamente, dramaturgos y actores reconocieron al maestro y se organizaron para darle un merecido reconocimiento.
Una de las organizadoras de este homenaje es la dramaturga Mariana de Althaus. Ella recuerda que, cuando estudiaba en la universidad, leyó el texto de Ipacankure y quedó fascinada. “Me inspiró muchísimo y no sé si influyó en mi trabajo posterior, ojalá haya sido así, porque es una obra muy simbólica, que puede interpretarse desde la anécdota concreta de dos marginales que solo se tienen el uno al otro, pero también puede leerse como una metáfora sobre la amistad, las relaciones afectivas, la necesidad de tener a alguien que nos escuche”, refiere. “Es necesario hacer conocer al público —agrega— la obra de Vega Herrera, pero lo más importante es lograr que él pueda tener un ingreso económico producto de su trabajo en favor del teatro peruano”.
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Es lunes por la tarde y don César ha vuelto al parque para la foto que ilustra este artículo. Esta vez, esperamos también a su hijo Gabriel Vega, quien llega a los pocos minutos, después de haber cruzado la ciudad, pues es profesor de ciencias en un colegio de Lima Norte. “Desde que tengo uso de razón —dice— siempre he visto a mi papá escribir… Ha sido como una luz de conocimiento”.
Gabriel cuenta que don César, con su esposa Teodolinda Estela Huamán, viven en Mayorazgo desde hace 14 años. “Lo que nosotros quisiéramos —precisa— es que las obras de mi padre se reediten, pero que se respeten sus regalías y no le paguen con libros, porque ya no puede salir a venderlos. Lo segundo es una pensión de gracia”. Afirma que alguna vez vinieron funcionarios a evaluar esa posibilidad, pero se la negaron con la excusa de que vivía en un departamento. “¿Qué quieren, que esté debajo de un puente?”, se pregunta Gabriel. Mientras tanto, don César comienza a guardar sus libros. Son casi las cinco, es hora de volver a casa.
Cesar Vega Herrera (Arequipa, 1936) pertenece a una generaciòn notable y singular de autores y autoras nacionales que escribieron entre las decadas de los 60 y 70 y cuyo impacto se vio aminorado por la irrupcion de la creacion colectiva como forma predilecta del quehacer escenico de los jovenes grupos que surgieron en esos años. Una generaciòn que merece una nueva y justa presencia en nuestras tablas. Cesar es autor de numerosas obras para adultos y para el publico infantil. De ellas destaca claramente IPACANKURE (1968), un texto fundamental de la dramaturgia peruana donde temas omnipresentes de nuestra historia reciente, la migracion, la pobreza, el desarraigo, aparecen en una composicion poetica y misteriosa como su titulo, iluminada por una apuesta terca y calurosa por la solidaridad y por la esperanza.
El próximo 7 de diciembre, en el Centro Cultural de la Universidad Católica, se realizará una lectura dramatizada de Ipacankure, dirigida por Alberto Isola. Luego habrá un conversatorio. En la mesa estarán Mariana de Althaus, el dramaturgo César de María y el crítico Santiago Soberón.