El juicio final abre la tierra y separa las almas pías de las pecadoras. En los muros del templo de San Juan Bautista, en Huaro, Cusco, puede verse cómo el pintor Tadeo Escalante pintó, en 1802, todos los tormentos del infierno. Como nos advierte el historiador de arte Luis Eduardo Wuffarden, esta pintura al temple tenía un claro significado político: tras la rebelión de Túpac Amaru, la condenación eterna no solo se asociaba a la infidelidad a Dios. También faltar al rey nos condenaba.
Hablamos de las pinturas murales en Huaro, pero sucede lo mismo en los templos cusqueños de San Pedro Apóstol de Andahuaylillas, Virgen Purificada de Canincunca o San Francisco de Asís de Marcapata. El despliegue de sus imágenes barrocas envuelve al visitante: algunas son devocionales, otras ornamentales. Entre los siglos XVII y XIX, el pintor muralista andino apelaba a un repertorio muy amplio, con posibilidades creativas mucho más abiertas que al trabajar la pintura al óleo.
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“Pintura mural del sur andino”, la exposición preparada por los historiadores de arte Luis Eduardo Wuffarden y Ricardo Kusunoki en el Centro Cultural Inca Garcilaso, busca compartir la historia del muralismo peruano para el más amplio público, apoyándose en un notable registro fotográfico y la complementación de algunas piezas históricas (en gran parte de la colección del MALI) que reflejan la influencia de la pintura mural en otros géneros artísticos, tanto las creaciones de época como el actual arte popular. Una continuidad muy profunda que se manifiesta en el predominio de la línea al momento de definir una figura o en la ausencia de profundidad en la imagen.
Como señala Ricardo Kusunoki, curador asociado de arte colonial y republicano del Museo de Arte de Lima, los lienzos del barroco cusqueño y los murales en las iglesias “de indios” son dos tradiciones artísticas paralelas. A veces, como señala el historiador Luis Eduardo Wuffarden, se superponen, tanto física como simbólicamente: a fines del siglo XVII, sobre la pintura mural, grandes lienzos barrocos se colocaron a lo largo de las naves laterales de los templos. Eran los tiempos del auge de la pintura cusqueña, propiciado por el obispo Manuel de Mollinedo y Angulo (Madrid, 1626 - Cusco, 1699), arzobispo del Cusco y gran patrón de las artes. La imposición de estos lienzos, felizmente, no destruyó los antiguos murales. Más bien los protegió y para los investigadores entablan un interesante diálogo.
“Esta muestra es una ocasión para pensar en las diversas tradiciones pictóricas en el Perú”, explica Kusunoki. “Para esta exposición, nos hemos enfocado en los Andes del sur. Sin embargo, hablamos de una forma muy específica de entender la pintura mural, compartida por gran parte del área andina, en los contextos rurales de todo el país”, afirma el investigador.
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La ruta del barroco
Se denominó “capilla de indios” a las capillas construidas en tiempos del Virreinato como una estrategia del clero para atender la gran cantidad de indígenas a evangelizar tras la conquista española. Como explica Wuffarden, en estas construcciones se dispuso una tipología arquitectónica precisa, basada en naves gótico-mudéjares alargadas, establecida en la época del virrey Francisco de Toledo (1515-1582). Se trata de una configuración que nos remite al gótico isabelino desarrollado en el siglo XVI en España y que se mantuvo congelado a lo largo del tiempo en sus territorios de ultramar. Las profusas imágenes religiosas en sus muros tenían una función catequizadora.
Las cuatro iglesias cusqueñas desplegadas en esta muestra formaban parte de una ruta comercial entonces muy potente. El circuito iba desde las minas de Potosí, en el Alto Perú (Bolivia), para seguir por Puno, Cusco, Huamanga y finalmente Lima. Un territorio particularmente rico, de gran producción agrícola demandada por los centros mineros. Estos factores permitieron una muy particular presencia arquitectónica y decorativa de los templos cusqueños, ayacuchanos o puneños. Un patrimonio cuya protección, como explica Kusunoki, ha sido fundamental en la región del Cusco. La creación de circuitos turísticos, como la exitosa “Ruta del barroco”, resulta clave para el mantenimiento de este conjunto.
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El registro fotográfico
Esta muestra que retrata el muralismo andino no habría sido posiblesin el trabajo dedicado de dos fotógrafos que en los últimos años se dedicaron a captar al detalle la belleza y el sentido histórico de este patrimonio. En primer lugar, los curadores destacan el trabajo de Hiroshige Okada, profesor de la Universidad de Osaka, quien a inicios del 2010 se dedicó por un lustro a fotografiar todos estos murales para luego ponerlo a disposición de los investigadores. “La suya es una verdadera proeza”, apunta Kusunoki.
A este trabajo se suman las imágenes en video del historiador cusqueño Raúl Montero, reconocido también por su dedicación a registrar ampliamente la riqueza de estos templos andinos. Una labor hasta hoy incomprendida, pues como señala Kusunoki, en muchas comunidades campesinas se cree que la circulación de las imágenes de su patrimonio puede conllevar robos posteriores. Sin embargo, la práctica ha revelado lo opuesto, pues las obras catalogadas son más fácilmente rastreables y disuade intereses no santos. “El registro de la pintura mural, tan vulnerable y frágil, es muy importante. Nos permite preservar y catalogar un patrimonio que en los últimos años ha desaparecido en gran parte”, alerta.
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El legado de Macera
Como señala Wuffarden, la muestra ha sido concebida también como un homenaje al historiador Pablo Macera (1929- 2020), considerado, entre otros reconocimientos, el gran precursor de los estudios de la pintura mural. En efecto, durante los años setenta, descubrió a estos grandes pintores populares y estudió sus técnicas de trabajo.
Está claro que, cuando se cumpla el centenario del natalicio del maestro Macera, la institución que se proponga organizar una exposición basada en sus investigaciones en el arte peruano lo tendrá difícil. Hablamos de un investigador definido por una curiosidad excepcional y una capacidad para proponer nuevos temas, enfocados siempre de manera distinta.
Para Kusunoki, Macera resulta una de las figuras más influyentes en la investigación de una historia del arte local más allá de lo convencional. Le interesaron siempre los objetos sin autoría, que nos hablan de estéticas no académicas. “Fue uno de los grandes impulsores de la investigación y la valoración moderna del arte amazónico, mucho antes del ‘boom’ actual”, explica.
Hablamos de un investigador que replanteó las coordenadas usuales del historiador del arte, y consiguió que otros investigadores pusieran su atención hacia otros nuevos temas. Si hoy vemos, fascinados, el juicio final pintado por Tadeo Escalante en la iglesia de Huaro, en parte es porque Macera, emulando “La Divina Comedia”, nos sirvió de Virgilio en nuestra visita a los infiernos.
- Curada por Luis Eduardo Wuffarden y Ricardo Kusunoki, la muestra “Pintura mural del sur andino” se presenta en el C.C. Inca Garcilaso de la cancillería en Jr. Ucayali 391, Lima. El ingreso es libre.
- La exposición se realiza en memoria y homenaje del historiador Pablo Macera Dallorso (1929-2020 ).