Enrique Planas

El 11 octubre de 1923, en primera página de la edición vespertina de El Comercio, puede leerse: “, el compositor de ‘Madama Butterfly’, está trabajando en la composición de su nueva ópera ‘Turandot’”. Se daba la composición como concluida, aunque sabido el perfeccionismo y lentitud del autor, se esperaba su presentación para el año siguiente.

La expectativa no era gratuita. Para entonces, Puccini era la mayor celebridad de la música. Sus composiciones sonaban en la Ópera de Milán y de Nueva York, así como en los cines de barrio, ejecutada por las pequeñas orquestas que acompañaban las funciones de cine mudo. De hecho, la versión fílmica de “Madama Butterfly” con Mary Pickford se presentaba en el limeño cine Excelsior, y se anunciaba la interpretación de todo su repertorio lírico. Puccini era el artista ideal para una época en la que el público gustaba de las bellas y amplias frases melódicas, la delicada melodía y el cantar con el corazón. Estilo, color, polifonía, eran aspectos con los que el compositor italiano embelesaba al público global con óperas como “Boheme” o “Madama Butterfly”.

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Expectativa por “Turandot”

Un año después, el 6 de marzo, El Comercio publicaba un reportaje escrito por Lucio D’Ambra, uno de los grandes barones de la cultura italiana, quien entrevista a Puccini y da, en primicia mundial, el argumento de su próxima composición. Puccini prometía una fábula que transportaría al público a una China de fantasía, remotísima y a la vez cercana, donde la princesa Turandot rechazaba a todos sus pretendientes, hasta que llega a Beijing el joven Calaf, hijo de un rey tártaro, quien tentará la suerte y tratará de conquistar a la princesa, aunque para ello tenga que jugarse la vida.

Se esperaba el estreno simultáneo en Italia y Estados Unidos para principios del otoño siguiente. Pero el compositor y los responsables del libreto, los insignes comediógrafos Renato Simoni y Giuseppe Adami, con los que se reunía en su villa de Viareggio, en la Toscana, seguían modificando y reescribiendo el texto basado en una fábula homónima de Carlos Gozzi, escritor veneciano del siglo XVIII. “Me he apasionado muy especialmente por esta ópera –declaraba Puccini–. Nadie puede decir cuando escribe que el resultado será su obra maestra. Sin embargo, hay una obra en que el artista se pone, más que en otras, todo entero, y un todo entero que llega al límite supremo de sus propias posibilidades. Todo lo que de música tengo en el corazón parece haberlo puesto en las páginas de ‘Turandot’”.

El 17 de octubre, desde Milán, se informa que Puccini había telegrafiado a Beniamino Gigli (junto a Enrico Caruso el intérprete predilecto para los papeles de tenor lírico en la Metropolitan Opera de Nueva York) para que fuera el primer intérprete de su nueva ópera por representarse en el teatro de la Scala.

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La agonía del maestro

El 18 de noviembre, una noticia paraliza las rotativas: “El compositor Puccini enfermo”, titula El Comercio en su portada. El cable proviene de Bruselas: el músico se encuentra en una clínica donde se le someterá en breve a una intervención quirúrgica, publica el diario “Le Soir”. En los días siguientes, el deterioro de la salud de Puccini es tema de preocupación internacional. El 22 de noviembre, “La Tribuna” en Bruselas busca tranquilizar a sus lectores y describe el estado de salud de Puccini de manera demasiado optimista: “El compositor padece de una afección no maligna a la garganta que se está tratando con radium. Los médicos le han prohibido fumar, esforzarse o hablar demasiado, pero como le sería una gran privación la de abstenerse totalmente de fumar, se le ha permitido unos pocos cigarrillos por día”.

Lo cierto es que dos meses antes, el compositor había sigo diagnosticado con cáncer de garganta, tras descubrir un tumor en la raíz de su lengua, lo que suponía la remoción de esta. Puccini prefirió un tratamiento alternativo, la entonces primitiva radioterapia, que por entonces resultaba una intervención muy dolorosa. El material radioactivo debía penetrar la carne para llegar a las partes afectadas y destruir las células cancerosas. Era en Bruselas donde se dispensan aquellos tratamientos pioneros. El tratamiento pronto afectaría su corazón.

El pesimismo empezaba a teñir los reportes. El 26 de noviembre, se informa que, a lo largo de tres horas, Puccini estuvo sujeto a la aplicación del radio para tratarse el llamado “cáncer de los fumadores”. El día 28, se informa que Bruno y Tosca, hijos del compositor Puccini acompañan al maestro. Su esposa no se encuentra a su lado. Una afección bronquial la mantiene en su casa de campo, cerca de Pisa.

Es la edición vespertina del 29 de noviembre de El Comercio la que dará cuenta del final: “El gran compositor Puccini ha muerto”, titula. Si bien al inicio se informó de una infección posoperatoria, finalmente se oficializó el paro cardíaco como causa del deceso. En los días siguientes, la prensa internacional publica largas necrologías del compositor. Mussolini ordena en toda Italia demostraciones de duelo.

Si bien podía sonar impertinente, las notas periodísticas se preguntan cuál sería la suerte de “Turandot”, cuyo tercer acto permanecía inconcluso. El diario italiano “La Epoca” sugiere que Toscanini sea quien resuelva las últimas páginas, cosa que el compositor se animó a prometer. Sin embargo, Puccini había dejado instrucciones para que Riccardo Zandonai la terminara. Fue Tonio, hijo del compositor, quien zanjó el debate comisionando a Franco Alfano la misión de concluirla. Así, “Turandot” se estrenó el 25 de abril de 1926, en La Scala de Milán, como quería su autor.