La lengua y el salvado: el italiano de hoy
La lengua y el salvado: el italiano de hoy
Gabriel Valle

El jardín más bello de Italia se encuentra en Florencia. En el 2013 ganó el Concurso Nacional de Parques. Está hecho de terrazas, decorado con matas y arriates, poblado de estatuas, ornado de fuentes, perfumado por limoneros. Pertenece a una de las más hermosas mansiones suburbanas de la familia Médici, la Villa di Castello. Hoy, esa magnífica residencia es sede de la Accademia della Crusca, la academia de la lengua italiana. ¿Cuál ha sido el papel señero que ha desempeñado esta corporación, dentro y fuera del país? ¿Qué distingue al italiano de otros idiomas latinos? ¿Cómo es el italiano de hoy?

El salvado
Comencemos con algunos datos históricos sobre el italiano. La lengua nacida hace más de mil años en el solar florentino demostró un precoz esplendor literario. 
En el siglo XIV, tres ilustres escritores de Florencia la elevaron a una cumbre tan alta de excelencia que hicieron de ella la más reputada de la península itálica. Dante, Petrarca y Boccaccio fueron no solo los padres de la literatura nacional sino también del idioma italiano. 

     Nimbada de una aureola de nobleza, el habla de los florentinos fue abriéndose paso por todas partes como lengua culta. En 1583 un puñado de eruditos instituyó la Accademia della Crusca. “Crusca” era el salvado (afrecho) y simbolizaba la misión que se habían planteado los fundadores, los cuales querían “separar la harina del salvado”, las palabras castizas de las extrañas. Ellos comparaban su trabajo con el del cernedor, quien, con un cedazo, deja pasar las partículas sutiles y retiene las gruesas. Eran puristas; para ellos el antiguo florentino era la flor de harina. 

     Esta corporación tuvo una influencia inconmensurable. A través de su diccionario, Il Vocabolario degli Accademici della Crusca (1612), habría de convertirse en el tribunal supremo de la norma. Varias veces actualizado, el lexicón ha sido la piedra de toque de un idioma que con el tiempo fue extendiendo su notoriedad: en florentino, llamado ya italiano, escribieron casi todos los autores de la península. En italiano se redactaron las primeras páginas de la física moderna, las de Galileo. En italiano nació el léxico de la música clásica. En italiano surgieron muchas de las voces de la arquitectura que luego se han oído en el resto de Occidente. 

     Si el español se impuso en los dominios del rey de España, y el francés en los del rey de Francia, fue por una razón política: el Estado se expresa en la lengua de la corte, la de Castilla en un caso, la de la Île-de-France en el otro. El italiano, en cambio, se impuso por su prestigio cultural. Cuando se formó el reino de Italia la familia real otorgó al idioma de los florentinos rango de lengua nacional. 

     La Accademia della Crusca ejerció su influencia en Europa. Su diccionario fue “la primera gran empresa lexicográfica europea”, afirman Maurizio Dárdano y Pietro Trifone, dos prestigiosos gramáticos. En los criterios de definición empleados por la Crusca, añaden, se inspiraron los académicos de Francia (1696), los de España (1726-1739) y el inglés Samuel Johnson (1755).

Pan hodierno 
Hoy la Crusca ya no es lo que ha sido por siglos. La última vez que publicó su diccionario fue hace casi cien años. A diferencia de la Real Academia Española, cuya autoridad es invocada a menudo para zanjar cuestiones idiomáticas, la Crusca ha perdido fuste, puesto que su autoridad normativa es apenas reconocida por la comunidad. Las batallas que había librado contra los regionalismos o contra los galicismos hoy se recuerdan como quijotescas epopeyas históricas. 

     Del mismo modo, la lengua italiana de hoy tampoco parece una prolongación natural de la de ayer. Dijérase casi que hay dos variedades del italiano: una culta y una ordinaria. Esta última está salpicada de palabras inglesas cuyo número es incalculable y va en aumento; la expansión de anglicismos no adaptados está generando una lengua criolla, un itanglish que no sabe ni a inglés ni a italiano. El origen de esta tendencia ha de hallarse en los medios de comunicación: basta ver cómo hablan la prensa o la televisión para entender cuál es la madre del cordero. 

     Haría falta una política lingüística que defendiera el patrimonio espiritual más importante de la nación. Haría falta que la Crusca, recuperando su rol rector, ofreciese día a día adaptaciones para las palabras angloamericanas. Quizá entonces la academia del “salvado” salvaría, quizá entonces se cumpliría su lema, tomado de un hemistiquio de Petrarca: “il più bel fior ne coglie”. Entre las flores, ella escogería la más bella. 

Contenido sugerido

Contenido GEC