A regañadientes, el Gordo detuvo al primer taxi que pasó por allí. Era un viejo Peugeot blanco, pero el color apenas se adivinaba bajo las sucesivas capas de óxido y mugre que eran la respuesta del pobre 404 a la atmósfera de Lima. El conductor era un hombre maduro, no uno de aquellos taxistas provincianos, apenas más que chiquillos, que habían copado Lima desde fines de los setenta y que Sergio odiaba de modo tan uniforme y con tanta justicia. Subimos, Steve y yo atrás, Sergio al lado del chofer; el vehículo empezó a avanzar bastante rápido. La radio se encargaba de enmascarar bajo toneladas de estática algo todavía reconocible como “Love me do”. Por esos días se celebraban veinte años de su lanzamiento y la armónica de Lennon sonaba en todas partes.
El hombre era morado, casi calvo; la falta de cabellera acentuaba la forma aplanada de su cabeza, una pulga con barba de cinco días, una aceituna pisada inclinada sobre el enorme timón. Vetustos anteojos de montura de carey, con los cristales irremediablemente opacos de polvo, legañas y raspones, le impedían toda visión hacia adelante; uno de los bracitos del marco estaba atado con pita. De inmediato el Gordo creyó conveniente empezar su rutina censal-sociológico-comprometida, aunque la database resultante, sospecho, le servía apenas para mejor odiar a los taxistas. Pero este fue diferente.
—¿Su nombre, maestro?
—¿Cómo dices, gordo?
—Oe, más respetación, carambas. Le pregunté por su nombre.
—Yo me llamo como Mozart: Amadeus. O sea Deodato. O sea Amadeo. ¿La paras? Si no la paras no la corres. Pá su madre, mira a esa enana. Pa su madre y pa su padre, pa que queden pajeros. Parejos, digo.
Steve estornudó.
—¿Estás resfriado, gringo? Cuidau con la sinusitis. Inflamación purulenta de los senos frontales. Zona de gran peligro infeccioso y traumático. Triángulo de la muerte, delimitado por los senos frontales y las comisuras de los labios. Arriba: etmoides, hueso impar. Apófisis cristagalli: porción superior del mismo, parecida a la cresta de un gallo. Esfenoides: senos esfenoidales, dos apófisis pterigoides, silla turca. ¿Huesos de la cara? Son catorce. Dos maxilares superiores, dos palatinos, dos malares, dos nasales, dos lagrimales, dos cornetes inferiores, un vómer, y un maxilar inferior o quijada de Burroughs, autor de Tarzán de los Ecuatorianos.
El chofer no solo recitaba, sino que representaba su lista, tocándose cada hueso según los iba mencionando, con ademanes y tono claramente pedagógicos. En el asiento trasero, Steve y yo quedamos seminoqueados con ese discurso súbito, pero Sergio se hizo rápido cargo de la situación. Sin más trámite, probó:
—Ya. Ahora, nervios del brazo.
—¿Del brazo? A ver... Sistema nervioso periférico, constituido por cuarenta y tres pares de nervios (doce craneanos y treinta y un raquídeos) y ganglios. Inervan el brazo solo raquídeos: nervios superficiales o cutáneos y musculares o profundos.
Veinte. El Gordo siguió con el examen, para deleite del conductor. Buscó algo difícil.
—¿Tendones… del abdomen?
—Diversas aponeurosis de inserción de los oblicuos mayor y menor, recto mayor y trasverso, que se entrecruzan con la línea blanca, por debajo del ombligo, del latín umbilicus. Aplanados y con forma de membrana.
Y del umbilicus saltó al universo: ya no necesitábamos preguntarle. ¿Volcanes de Islandia? Ciento cincuenta, los principales Hekla, Snæfell, Laki, Krafla, Surtsey. ¿Provincias de Uruguay, con sus capitales? Salto su capital Salto. Durazno su capital Durazno. Treinta y Tres su capital Treinta y Tres. Canelones Canelones, Paysandú Paysandú, Soriano Mercedes, Río Negro Fray Bentos. Cerro Largo su capital Melo, que además hace frontera con Brasil por el este: laguna Mirim. ¿Ríos de Patagonia? ¿Capital de Kansas? ¿Partes del sistema de enfriamiento de un tractor Caterpillar D6 de 1952?
En una curva, viniendo en sentido contrario, un Ford enorme se abalanzó con prepotencia sobre el taxi; ambos vehículos frenaron y sus conductores quedaron a pocos centímetros uno del otro. Amadeus sacó la cabeza por la ventana, y preguntó con toda frescura, gozando de antemano el efecto de su doble juego:
—¿Qué pasa, hermano? ¿No sabes darla?
Nos fuimos entre las carcajadas de Sergio, las explicaciones a Steve y una nueva disertación de Amadeus, esta vez sobre historiadores alemanes y de cómo habría que fusilarlos.
—¿Sabe de armas, también?
—Fusil FAL: fusil ametralladora ligero. Estrías helicoidales. Rotación de la bala: veinte vueltas por segundo. Avance de trescientos metros... —Un microbús se detuvo delante del taxi, sin terminar de cruzar la calle.
—¡Oye, Roberto, challe de allí! El llamado fusil peruano de 1908 (y 1909, porque se los hizo en dos series) en verdad es checo y fue hecho en 1907. ¿La tasas? La taza, la cucharita y el platito. Cincuenta y siete años tengo. ¡Pasa la voz! —escenificó, metiéndose toda la mano a la boca y ofreciéndonos un manojo de su voz a los del asiento de atrás. El microbús partió. De pronto Amadeo puso la frente contra el velocímetro, nadie conducía: —Ahora sí vamos de frente. ¿La paramount pichurs? Una iglesia. Permiso, voy a persignarme —y dibujó la señal de la cruz sobre su cara, incluyendo un sonoro beso sobre la uña del pulgar. Guarisco celebró particularmente que para hacerlo no quitara las manos del timón:
—Pero ha usado el pie izquierdo, la señal de la cruz se debe hacer con el derecho.
—Ah, sí, y después cómo freno, loco. Este es un Peugeot, pues. Cuatrocientos cuatro. Significa que se maneja con las cuatro, o sea hasta las patas. ¿La tasas? Si no la tasas, no la paras.
—¿Y sabe de mecánica?
—No, mocho… ¡Digo, no mucho! Yo armo y desarmo este carro todas las noches y siempre me sobran piezas. ¡Piezas! La cocina, el baño y el dormitorio, con su kama sutra.
—¿Y eso?
—De los hindúes, pues, jefe. La doctrina del erotismo sagrado. O sangrado. Por eso yo tengo carro con respaldo reclinable. ¿Ves? Me voy a Chancay, me sigo hasta Huaral.
Amadeo sujetó el timón con una rodilla y tiró el respaldo de su asiento hacia atrás. Su cabeza quedó entre las piernas de Steve. El Gordo gritó algo y cogió el timón, al menos por si acaso.
—Cuidado, gringo, suave con las rodillas. ¿Ves? ¿Cómo la ves? Como la cé. ¡Pero miren a ese pimpollo! Ya la juventud no sabe piropear, fíjense. —Bajó la velocidad y sacó medio cuerpo por la ventana; después de la señal de la cruz aquello no era nada. Atacó a algo que debió parecerle una dama:
—“La malva es una flor que no conoce la venganza... ¡la pisas y te responde con su fragancia!”.
—¡Calla, viejo cojú —alcanzamos a oír a la malva ultriz.
—Otra, para aprender —pidió Sergio con sincero entusiasmo.
—“Chansón damúr pur una femm dislocant —empezó, y farfulló tres minutos en esa lengua híbrida, que tenía que ser la de un clochard de El Porvenir. ¿Celine? ¿Baudelaire? ¿Verlaine? ¿Quiénes eran los bueyes de esa hecatombe?
—Hola, hola —Amadeo saludaba a grandes voces a nadie, a la gente; muchos le respondían.
—Todos me tasan, yo soy un espectáculo. La tasa, la cucharita, toda la vajilla.
—¿De dónde es usted, maestro?
—Nací en Viterbo. ¿Cómo la ves? Como la Cé. Ve sacando la pata, Gordo, voy a doblar. No, en verdad soy de Whiskonsin. ¡Hola, Pepe, ya vuelvo, me esperas..! —Tan solo de ver pasar al Peugeot blanco ‘Pepe’ se cagó de risa con otros parroquianos en la puerta de un bar. Realmente era Pepe, en verdad lo conocían. Amadeo era uno de los anónimos varones que mantenían vigente al cosmos y vivía en la misma ciudad que yo y nadie se había dado cuenta.