El prócer, liberal y magistrado Francisco Javier Mariátegui, figura clave del primer Congreso peruano de 1822. Fotos: Wikipedia y Repositorio PUCP, colección Elejalde.
El prócer, liberal y magistrado Francisco Javier Mariátegui, figura clave del primer Congreso peruano de 1822. Fotos: Wikipedia y Repositorio PUCP, colección Elejalde.
/ Jorge Paredes Laos
Héctor López Martínez

El editorial de El Comercio correspondiente al día 23 de diciembre de 1884 estaba dedicado a Francisco Javier Mariátegui. Su texto decía: “Hoy ha dejado de existir este venerable prócer a la avanzada edad de 91 años. La vida del Dr. Mariátegui encierra la historia completa del Perú desde los primeros albores de la Independencia. El primer Congreso que se formó en el Perú, tuvo en su seno al ardoroso tribuno que por primera vez tuvo ocasión de manifestar en público sus doctrinas esencialmente liberales, las mismas que con implacable firmeza ha sostenido durante su larga y brillante carrera de político, estadista, magistrado y escritor”.

Colaborador eficiente y destacado del Libertador José de San Martín, Secretario del Congreso de 1822, Mariátegui fue uno de los redactores de nuestra primera Carta Política junto a Toribio Rodríguez de Mendoza, Hipólito Unanue, Luna Pizarro, José Faustino Sánchez Carrión, Tudela, Olmedo y otros más. Mariátegui también intervino decisivamente en la protesta pública que culminó con la prisión y destierro de Bernardo de Monteagudo.

En el Perú independiente

El confuso año 1823 encuentra a Mariátegui como uno de los políticos más influyentes y, al igual que la mayoría de los peruanos en ese momento, apoyó firmemente a Simón Bolívar. Ministro de Relaciones Exteriores durante el gobierno de José La Mar, fue posteriormente ministro plenipotenciario en Ecuador y Bolivia. Paralelamente fue cultivando su honda vocación jurídica y en la Comisión que formó el general Ramón Castilla, en 1845, para reformar la legislación civil, cumplió un papel destacadísimo, viéndose obligado a disentir en algunos puntos de importancia con varios de sus colegas. Ya entonces era reputado como uno de los masones más importantes del Perú.

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Al ser nombrado fiscal de la Corte Suprema, en 1844, Mariátegui inició una notable y fecunda carrera judicial permaneciendo en ese alto tribunal hasta su obligada jubilación en 1870. Su nombre era sinónimo de probidad y saber, considerándosele como una verdadera reliquia en los estrados judiciales de la República. Su obra escrita la plasmó en numerosos libros y folletos. Los más importantes fueron: “Defensa católica del curso de Derecho Eclesiástico del señor Vidaurre” (1840), “Reseña histórica de los concordatos” (1856) y “Anotaciones a la Historia del Perú Independiente de don Mariano Felipe Paz Soldán” (1859). Colaboró mucho en estas más que centenarias páginas, en El Nacional y en algunos periódicos eventuales, como El Constitucional, donde compartía las columnas con otros prominentes liberales como Francisco de Paula González Vigil, José Gálvez y Benito Laso.


Los funerales e incidentes

Sus funerales tuvieron lugar el 24 de diciembre. Al respecto, informaba El Comercio: “En la tarde de hoy fueron trasladados al Cementerio General los restos del ilustre ciudadano Dr. D. Francisco Javier Mariátegui. Cuanto hay de respetable y distinguido en nuestra sociedad, formó parte del cortejo fúnebre que partió de la casa mortuoria a las cuatro y tres cuartos de la tarde. Cincuenta y tres coches de plaza y doce particulares condujeron a los asistentes. Al llegar al Cementerio se vio que este se hallaba desierto. Las puertas estaban abiertas, pero no se veía ni al administrador, ni al capellán, ni a los otros empleados. El cadáver fue conducido hasta el nicho en hombros del Sr. Dr. José E. Sánchez y de cinco de los nietos del finado. Para cerrar el nicho, uno de los hijos del señor Mariátegui tuvo que contratar un albañil”.

¿Qué había ocurrido? Monseñor Manuel Antonio Baldini, Gobernador Eclesiástico de la Arquidiócesis, ordenó que no se le diera cristiana sepultura pues había fallecido “sin manifestar su voluntad de reconciliarse con la Iglesia, de la que se hallaba separado por ser en el Perú uno de los miembros principales de la Masonería, cuya institución está condenada no solo por antiguas Bulas y decretos de los Sumos Pontífices, sino también por la reciente Encíclica de Su Santidad León XIII Humanum genus, publicada recientemente…”.

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Lo cierto fue que esta decisión de monseñor Bandini estaba prevista antes del sepelio y ante el grave problema que se generó el prefecto de Lima consultó por telégrafo al presidente de la República, general Miguel Iglesias, quien se encontraba en Ancón, cómo debía proceder. Iglesias le respondió, según informe de El Comercio, que lo importante era que la inhumación se llevara a cabo, lo cual ocurrió como hemos referido.

En el Panteón de los Próceres

El 25 de diciembre monseñor Bandini ofició al Cura Rector de la Parroquia del Sagrario, presbítero Andrés Tovar, “para que se constituyera en el Cementerio General de esta capital y execrando el cadáver del doctor Francisco Javier Mariátegui, procediera a reconciliar el camposanto”. Mientras no se cumplieran estos ritos, no era posible dar sepultura a los cadáveres que habían llegado con posterioridad al entierro de Mariátegui.

Años más tarde los restos de Francisco Javier Mariátegui, a quien se le rindieron los más altos honores que brinda la nación a sus hijos dilectos, fueron trasladados al Panteón de los Próceres.

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