El nuevo invento salió de Liverpool y llegó al Callao a inicios de la década de 1870. Los muchachos que volaban cometa en los terrenos abandonados detrás de la Penitenciaría quedaron fascinados con los movimientos de unos gringos que apenas chapurreaban el español, y que corrían como locos detrás de un objeto esférico forrado de cuero. Los miraban escondidos entre los matorrales como quien ve algo pecaminoso. Era un espectáculo extraño pero fascinante, tanto que algunos de estos chicos se escapaban de la escuela solo para ir a espiar a los ingleses, unos señores colorados y rubios que vestían camisetas y pantalones cortos. Una tarde, uno de estos niños regresó a su casa con una idea insólita: hacerse una bola de trapo y empezar a patearla sin remordimientos.
Su nombre era José Gálvez y así lo contó muchísimos años después —en 1930—, en un librito que llamó Nuestra pequeña historia, en el que narraba los orígenes de diversos deportes en Lima, entre ellos el tenis, el ciclismo, las regatas y el fútbol.
En ese momento, pocos podían validar esta historia, pero Gálvez aseguraba que era cierta. Es más, dio el nombre del pionero de este deporte en el Perú: un ingeniero que había estudiado en Inglaterra llamado Alejandro (o Alexander) Garland. Fue él quien comenzó a organizar los primeros partidos en los campos de Santa Sofía en un momento en que las reglas del fútbol todavía no eran tan claras y pocos podían diferenciarlas de las del rugby. Su figura ha sido objeto de diversas investigaciones. Según el historiador Juan Luis Orrego, este personaje nació en 1852 y falleció en 1912. Al respecto, cita al escritor costumbrista Amadeo Grados, quien lo menciona en un artículo aparecido en El Comercio el 4 mayo de 1939. “Con toda seguridad —comenta Orrego— Garland organizó estos partidos entre la élite limeña que intentaba canalizar el ocio siguiendo las nuevas tendencias de la burguesía europea, influida además por la presencia de la colonia británica que ya había introducido algunos deportes como el críquet y el tenis”.
Pero, si en ese primer momento el fútbol no se convirtió en una práctica popular, no fue por la falta de entusiasmo de Garland, sino por la Guerra con Chile, un hecho fortuito que afectaría radicalmente la vida nacional.
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La mayoría de investigadores que han tratado de dilucidar los orígenes del fútbol en nuestro país coincide en que su práctica se extendió recién después de la guerra de 1879, en ese período que Basadre llamó “la reconstrucción nacional”. Y fueron sus primeros cultores los numerosos inmigrantes ingleses que se habían asentado en Lima desde los tiempos del boom del guano, en la mitad del siglo XIX. Era un momento en que los deportes al aire libre comenzaban a ser difundidos en las escuelas protestantes británicas como signos de higiene, modernidad y buena salud. Una filosofía que las élites limeñas hicieron pronto suya. Si se quiere trazar una ruta seguida por el fútbol en el Perú, podría ser la siguiente: este juego bajó de los buques y vapores británicos en los pies de comerciantes, estibadores y miembros de la armada real; de ahí pasó a ser practicado por los muchachos de los colegios ingleses del Callao y en los clubes de críquet; luego se expandió a otras escuelas del puerto, como el Instituto Chalaco, y de Lima, como el prestigioso Guadalupe. Y, con la llegada del siglo XX, ganó la calle: se hizo popular en los barrios y en las fábricas textiles. Aparecieron los equipos de arraigo masivo y se establecieron las ligas. En dos décadas se pasó del espectáculo recreativo a la competencia. De los partidos de exhibición a las trifulcas callejeras.
El primer partido registrado en los diarios limeños —consignado por Basadre en su Historia de la República del Perú— se jugó el 7 de agosto de 1892 en la cancha de Santa Sofía, que era propiedad del club Lima Cricket. “Estaba ubicada a la altura del terreno que hoy ocupa el hospital Guillermo Almenara, y sabemos que el partido enfrentó a un equipo del Callao y a otro de Lima, formados por jugadores ingleses y locales”, dice Orrego.
Sobre el resultado de este match —como se le llamaba entonces— no hay consenso. Uno de los autores que más ha desarrollado el tema es el historiador Gerardo Álvarez Escalona, en La difusión del fútbol en Lima, tesis para optar el título profesional de licenciado en Historia por la UNMSM. El investigador dice que los equipos estaban mayoritariamente formados por ingleses residentes en la capital y por un reducido grupo de peruanos. Al repasar los apellidos de los jugadores, estos parecen salidos de la Premier League: “El equipo del Callao estaba capitaneado por el señor Foulke y lo completaron John Conder, Walson, Jolly, Corwan, Pearson, McBride, William, Robertson, Roltaston, Vowel y Pearson. El cuadro limeño fue capitaneado por el señor Pedro Larrañaga y lo integraron Denegri, Cooper, Mateo Biggs, Polis, Tenaud, Hamilton, J. A. Brooke, Solís, Wilson y Enrique Grau”. Según Álvarez el encuentro terminó empatado a un gol.
Se puede decir que algunos de estos jugadores fueron los primeros ídolos peruanos. El caso del portero Pedro Larrañaga es emblemático. Jaime Pulgar Vidal cita en su tesis Selección Nacional de “Fulbo” 1911-1939 (PUCP, 2016) un artículo de La Crónica de 1924, en el que se describe así el juego de Larrañaga: “... corpulento y musculoso […], casi nunca hacía uso de los pies al jugar, bastábale cazar la bola y despedirle inmediatamente con un potente ‘punch’ o puñetazo que la hacía avanzar fácilmente hasta media cancha”. En el mismo texto también se cita a un “centro forward” llamado Rafael Benavides, que jugó en un partido internacional de 1895, a quien se califica como un “forward de verdad, que reunía las condiciones necesarias para ese puesto; varios conocimientos técnicos, agilidad y viveza y maestro del verdadero dribbling”.
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Por aquellos años los partidos entre ingleses y peruanos se hicieron habituales. El sociólogo y editor de Ese gol existe. Una mirada al Perú a través del fútbol Aldo Panfichi cuenta que era usual que la armada inglesa, que resguardaba la ruta comercial en el Atlántico y el Pacífico, llevara equipos entre su tripulación, y que estos jugaran partidos de exhibición en los puertos. “Entre 1890 y 1910 deben haberse jugado cerca de 25 partidos entre los marineros ingleses y los combinados locales”, precisa Panfichi.
Lo curioso es que muchos de estos “desafíos” se jugaban el 28 de julio y eran parte del programa oficial de las celebraciones de Fiestas Patrias, a las que asistían el presidente de la República, el alcalde de Lima y otras personalidades distinguidas. Gerardo Álvarez, en la tesis mencionada, cita a un cronista de una publicación llamada El Amigo de lo Ajeno, quien reseña de la siguiente manera uno de estos encuentros realizados en 1896, que terminó con el triunfo de los británicos: “Se disputaron tenazmente los honores del fútbol, aunque el juego de los jugadores peruanos no era tan experimentado como el de los ingleses, [se] luchó, sin embargo, a brazo partido, y hubo gran entusiasmo siendo al cabo vencidos los peruanos, tanto porque algunos jugadores no pudieron tomar parte en el desafío tanto porque en el grupo de los ingleses la mayoría de los que tomaban parte eran más experimentados y contaba entre su número a hombres de buena talla en tanto que los peruanos eran todos jóvenes de pocos años”.
Con el paso del tiempo, estas contiendas se fueron haciendo cada vez más populares y también encarnizadas. El primer clásico nuestro se disputó entre el Lima Cricket, de ascendencia inglesa, y el Unión Cricket, creado por dirigentes peruanos de origen español como Pedro de Osma, el padre del conocido coleccionista de arte. Pulgar Vidal refiere que 20 centavos fue el valor de la entrada que pagaban los limeños para ver un partido de fútbol entre estos equipos. Los ingleses —no por gusto eran los inventores del fútbol— jugaban de acuerdo a los reglamentos de este deporte que ellos mismos habían establecido desde 1857. Esto no era bien entendido por los peruanos, quienes muchas veces pretendían interpretar las reglas a su manera. “El fútbol peruano siempre ha sido contencioso —dice Panfichi—, y desde un inicio se caracterizó por desafiar los reglamentos. La gente no tenía cultura deportiva. Se reclamaba todo y los partidos terminaban cuando entraba la gendarmería a poner orden”.
No está de más decir que la pelota de aquellas jornadas no se parecía a la actual: era marrón y más ovoide que redonda. Estaba hecha con 16 paños de cuero cosido y una abertura por la que se introducía una cámara de goma. Después de inflarla a pulmón, esta era cerrada toscamente con un cordón de cuero, como si fuera un zapato. El historiador y periodista Fabrizio Tealdo recuerda una curiosa anécdota de la final del primer Mundial (1930). Los argentinos y uruguayos habían llevado su propia pelota y ninguno quería jugar con la del contrario. El árbitro, en una decisión salomónica, decidió que cada tiempo se jugara con un balón. “El primer tiempo se jugó con la pelota de los argentinos y estos terminaron ganando 2 a 1. Para la segunda etapa se cambió y los uruguayos, con su pelota, voltearon el partido y fueron campeones”.
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“El fútbol, a inicios del siglo XX, era alentado por los municipios y las escuelas porque se comenzó a entender que la práctica del deporte era vital para crear a ese hombre nuevo, moderno y racional que requería el país”, dice Panfichi. La educación seguía así los modelos ingleses y norteamericanos, que propiciaban valores como la disciplina, la camaradería y la práctica de los sports.
Tealdo cita el concepto de cristiandad muscular para explicar cómo la educación victoriana comenzó a expandir esa devoción por la condición física como un elemento clave para fortalecer el espíritu. En el libro Misioneros y evangelizadores, de Juan Fonseca, se detalla cómo la red educativa protestante fue pionera en dar énfasis a los deportes en la formación de los alumnos. En ese nuevo escenario el metodista Callao High School —hoy Colegio América— fue uno de los primeros en tener selecciones masculinas de fútbol y femeninas de vóley. Estas iniciativas se expandieron rápidamente y otros colegios, como Nuestra Señora de Guadalupe, Santo Tomás de Aquino, José Pardo, Mercedarias, La Inmaculada, Pedro Labarthe y el Instituto Chalaco organizaron sus respectivos teams o elevens, como se les llamaba por aquel tiempo.
El primer campeonato interescolar de fútbol se realizó en 1899 con solo algunos colegios, pero un año después la cosa fue apoteósica. El concejo provincial de Lima organizó el torneo y el propio presidente Eduardo López de Romaña asistió al acto inaugural. Probablemente se jugó en los campos del Unión Cricket, que era una cancha con tribunas edificada en un terreno cedido a esta institución en Santa Beatriz. El ganador fue el colegio Mercedarias de los Barrios Altos. También hubo una competición de escuelas fiscales que la ganó el José Pardo. Se sabe que en futuras ediciones el campeón fue el Guadalupe.
El paso de las escuelas a los clubes de fútbol fue casi simultáneo. El caso más representativo fue el del Atlético Chalaco, fundado por alumnos del Instituto Chalaco en 1902. “Jugaban en el campo de la Mar Brava, en Bellavista —refiere Tealdo—. Imagínate cómo debió haber sido eso… con el viento que corre por ese lugar”. Otros clubes que llevaban nombres de centros educativos eran el Sport Mercedarias, el Sport José Pardo y el Unión Foot Ball Club Guadalupe, todos creados en los últimos años del siglo XIX e inicios del XX.
Por eso, no debe sorprender que los fundadores y dirigentes de estos equipos fueran niños. Gerardo Álvarez en el ensayo “El fútbol en Lima: actores e instituciones” —en el libro Ese gol existe— revela que el primer club formado exclusivamente para la práctica de este deporte fue el Association Football Club, creado el 20 de mayo de 1897, y conformado por alumnos de los colegios Guadalupe, Labarthe y Convictorio Peruano. “El mayor del grupo tenía 13 años y no contaban con un local ni terreno de juego. Solían reunirse en plazuelas y jugaban en los terrenos desocupados de Lima”, detalla.
Estos muchachos comenzaron a sacar el fútbol a la calle. Lo convirtieron en un juego de barrio, donde se confundían procedencias y clases sociales, y se creaban nuevas hermandades y antagonismos. De los descampados pasó a las fábricas textiles de Vitarte, donde los patrones —de origen inglés y estadounidense— lo utilizaron como una estrategia de entretenimiento y distracción en una época de tensiones sindicales. “Fue allí que la gente común aprendió el nuevo juego, un deporte fácil de practicar, que no requería gran gasto en indumentaria o accesorios, asequible al bolsillo de las familias de obreros y artesanos”, añade Orrego.
El club más simbólico de esta nueva realidad fue el Sport Alianza, fundado en una casa modesta de la calle Cotabambas —a pocas cuadras de la casona de San Marcos— en 1901 por muchachos criollos, chinos y mestizos, de entre 9 y 16 años.
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Para llevar el fútbol del espacio amateur al profesional también fue clave el interés de los políticos, que vieron en este juego una manera de ganar adhesiones entre las masas. Si un pierolista como el mencionado Pedro de Osma alentó la formación de uno de los primeros clubes peruanos; un leguiísta, como Foción Mariátegui, apadrinó los gastos de los muchachos que fundaron el Sport Alianza (que luego pasaría a llamarse Alianza Lima).
A raíz de los partidos disputados con los ingleses en Fiestas Patrias —que se siguieron jugando hasta antes de la Primera Guerra Mundial—, surgió la necesidad de seleccionar a los mejores jugadores locales. Eso lo documenta muy bien Pulgar Vidal en su referida tesis y cuenta cómo entre 1911 y 1913 se fue gestando eso que con el tiempo se llamó “selección peruana”. Por primera vez, en 1911, se reunió a los mejores elementos de los clubes Unión Cricket, Atlético Chalaco y Association para disputar el partido contra los extranjeros. Entre los convocados destacó el chalaco Telmo Carbajo, el primer ídolo popular, y por primera vez el triunfo fue peruano: 2 a 1. Hubo algarabía y se celebró a todo dar en el hotel Maury, el más lujoso de la Lima de entonces.
Un año después se creó la Liga Peruana y se jugó el primer campeonato de Primera División —la Federación Peruana de Fútbol se fundaría recién en 1922—, y los equipos dejaron de llamarse teams para peruanizarse cada vez más e ir creando eso que Panfichi llama la identidad del fútbol local: “Ese juego que tiene que ver con los espacios reducidos, el toque y la habilidad”. El corte inglés iría desapareciendo de nuestras canchas aunque cierta elegancia y garra quedaron, felizmente, para siempre.