Algunos desastres no terminan de superarse, como la tragedia ocurrida en la región Áncash hace 50 años. Un 31 de mayo de 1970, sucedió uno de los peores sismos de nuestra historia. Alrededor de las 3:20 de la tarde, partiendo de la costa frente al mar de Chimbote en el océano Pacífico, el terremoto de magnitud 7.9 remeció el Callejón de Huaylas, así como la costa y sierra del centro y norte peruanos. De la ciudad de Yungay, fundada en 1540, así como del pueblo de Ranrahirca, no quedó nada tras el aluvión que los sepultó en pocos segundos.
“Para los científicos naturales, físicos, geofísicos y científicos sociales fue el terremoto más destructivo del Perú por la cantidad de muertes que provocó”, nos comenta Carlos Carcelén, catedrático de Historia Ambiental de la UNMSM. “Algunos autores hablan de 100 mil muertos aproximadamente, 25 mil desaparecidos, 400 mil heridos, casi 160 mil hospitalizados y un cálculo de 3 millones de damnificados”, destaca Carcelén sobre este terremoto, recordando, además, que durante más de un año hubo equipos de ayuda que llegaron de diferentes partes del mundo. “El personal médico también es parte de la historia que hemos olvidado”, nos refiere. “Este terremoto es considerado el desastre natural de mayor cantidad de muertos de América Latina, solo superado por el último terremoto de Haití”.
Desde su especialidad, el presidente ejecutivo del Instituto Geofísico del Perú (IGP), Hernando Tavera, indica que se trató de un sismo de menor magnitud que los de Pisco ( 2007) y Arequipa (2 001) , pero que sacudió el suelo con bastante intensidad porque el epicentro estuvo muy cerca a la zona costera. Cuenta Tavera que, en 1963, geólogos habían identificado en un extremo del nevado Huascarán un inmenso bloque de hielo fracturado. Como esperando la desgracia, siete años después, se sacudió la cordillera Blanca y este bloque cayó. “Arrastró lodo, piedras y hielo. Se ha estimado que viajó a una velocidad de 200 a 500 km por segundo, lo cual significa que llegó a la zona de Ranrahirca y Yungay en 3 o 4 minutos. El ruido fue tan fuerte, indudablemente porque es un callejón, que desesperó a la gente y no pudo notar que venía este alud”.
Al ser el Perú un país altamente sísmico, ¿hemos internalizado lo que es un terremoto? ¿Cuán “silencioso” es el silencio sísmico que tanto se teme? ¿Estamos preparados para el día del gran terremoto de Lima? Ahora que sobrellevamos, además, una pandemia, ¿hemos reflexionado sobre las medidas de seguridad? Agregar a la mochila de emergencia un juego de guantes, mascarillas y jabón es ya una necesidad.
Rocas en movimiento
Le preguntamos al Dr. Tavera cuál es la definición de un terremoto. Nos dijo: “Es la emisión instantánea de la energía que se libera producto de una ruptura de rocas en el interior de la Tierra. Esta energía se irradia en forma de ondas sísmicas y en forma de ondas de calor. Las ondas de calor se disipan muy rápido, mientras que las ondas de energía —que conocemos como las ondas sísmicas— son las que deforman el suelo”, y son estas deformaciones las que se perciben en la superficie.
Pero ¿cómo ejemplificar esta ruptura de rocas? Aunque no se pueden ver directamente, sabemos que kilómetros debajo del suelo que pisamos existen las placas tectónicas “flotando” sobre un material viscoso y semilíquido que conocemos como manto. “Las placas son rocas que se movilizan y colisionan entre ellas produciendo rupturas en su interior. Es como si 4 o 5 buques estuvieran flotando en el mar, y, de pronto, chocan frente a frente y de costado. Cuando chocan frontalmente, probablemente uno se suba encima del otro; cuando es de lado, se rozan el uno contra el otro”.
Según el experto, el primer caso es lo que sucede en América del Sur cuando la placa oceánica se introduce por debajo de la placa continental. El segundo es lo que conocemos como la falla de San Andrés, cuando la placa del Pacífico choca lateralmente con la placa Norteamericana. Pero también hay placas que no se juntan, sino que se separan como la del golfo de Túnez. Además, cada placa se mueve a distintas velocidades: “En nuestro caso (entiéndase la placa de Nazca), tenemos una de las placas más veloces a nivel global: se mueve 8 centímetros por año; por eso, tenemos los sismos más grandes que han ocurrido”, destaca Tavera.
El temido silencio
Ahora bien, si la naturaleza de nuestra placa provoca constante movimiento, ¿por qué se habla de un silencio sísmico? “Sabemos que las placas se mueven y cada vez que chocan generan un sismo; la pregunta es cómo lograr predecir o pronosticar un sismo. En los años 70, se hizo una estadística de los más grandes que han ocurrido en el mundo, de magnitudes 8 hacia arriba, y se dieron cuenta de que aparecían uno detrás del otro, dejaban zonas de vacío y volvían a aparecer”. Esas zonas con ausencia de sismos se llamaron “laguna o silencio sísmico”. Esto significa que todavía no hay movimiento porque no se ha acumulado la suficiente energía para liberarse, pero sucederá.
Sin embargo, ahora se realiza un mejor análisis de los sismos y del movimiento de placas con instrumentos sofisticados como el GPS: “Hemos calculado en qué zonas de la costa del Perú las placas se están moviendo a menor y mayor velocidad, y en qué zonas no se están moviendo. Pudimos confirmar que, en el centro del Perú, la placa no tiene movimiento y eso, probablemente, sí sea un sismo muy grande que debe proceder en cualquier momento”, nos alarma Tavera. Recordemos que, desde el último gran terremoto de Lima en 1940, han pasado 80 años. Es un silencio que aturde.
Con toda la tecnología desarrollada en este siglo, ¿por qué todavía no se pueden predecir los temblores y terremotos? Según Tavera, sí se podrían predecir con las herramientas actuales, pero lo que hace falta es algo más importante: data histórica, la suma de registros de todos los sismos de siglos pasados: “No es que no tengamos la metodología o procedimiento, el tema es que, para hacerlo, necesitamos datos”.
Aprender de los errores
“Del sismo de Áncash, 50 años después, hemos aprendido la importancia de poder actuar antes y no reaccionar sobre el desastre”, nos comenta el general Chávez, jefe del Indeci.
Nos cuenta que fue a partir de esa tragedia que se creó en 1974 el sistema nacional de Defensa Civil y que, desde esa fecha, este sistema viene mejorando y tomando acciones para mitigar y reducir el riesgo. “En 2017, el 30 % de la población participaba en simulacros; ahora tenemos el 65 % de participación. Hemos avanzado, pero nos falta concientizar a ese 35 %”, explica Chávez.
Por ello, persisten en recomendar a la ciudadanía establecer planes familiares de emergencia, es decir, conocer la cantidad de integrantes de la familia, sus características y necesidades, así como de la propia vivienda, y, según ello, decidir si salir o no (si la vivienda es precaria, hay que salir) y cómo hacerlo (además de la mochila, ¿qué medicinas llevar? No olvidar las mascarillas). Y también incluir a los vecinos, barrios y distritos dentro de los planes de organización para los cuidados antes, durante y después de un sismo.
Actualmente, si sucediera un sismo mayor a siete grados de intensidad y con la débil infraestructura en las zonas norte, sur y centro de Lima, se proyecta que habría 120 mil casas destruidas y 1 millón de damnificados; de ellos, fallecería el 10 %. En el peor escenario, el epicentro sería a 50 km de profundidad con una intensidad de 8.5 y un posterior tsunami. “Este es el escenario más crítico sobre el cual tenemos que trabajar”, aclara Chávez, quien constata que, a pesar de la pandemia, se están tomando las precauciones y difundiendo la información necesaria para afrontar al mismo tiempo un sismo de gran magnitud. No obstante, recalca que ningún esfuerzo tendrá buenos resultados sin el compromiso real y consciente de toda la población: “Hemos aprendido y la gran lección del sismo de Áncash es que nunca más debe volver a producirse por falta de una actitud preventiva o acción por parte de nosotros como autoridades y de nuestra población, por eso debemos estar organizados”.
Tres momentos para estar prevenidos
- Antes del sismo. Prepararse, analizar la vivienda o lugar de trabajo. Cada casa debe estar señalizada. La mochila de emergencia es una referencia porque cada familia tiene su particularidad. El plan de emergencia familiar debe reconocer el área donde se puede recibir el sismo.
- Durante el sismo. Si es una zona segura y el movimiento lo permite es mejor no salir. Si no es así, agacharse lo más cerca del suelo para no perder el equilibrio. Si pasa el movimiento en una zona segura proceder a evacuar con la mochila a una zona segura predeterminado. Si el sismo es fuerte y se encuentra en una vivienda precaria salir de ella.
- Después del sismo. Se debe planear qué pasará después. Si la casa ha caído ¿que se debe hacer? Es necesario que la población conozca cómo actuar después de un terremoto y sepa, por ejemplo, a qué zona de reunión debe acudir y que ahí estará implementado un albergue.
La prevención en el Perú prehispánico
Para el historiador Carlos Carcelén, la prevención en el Perú antiguo formaba parte de los planes de las autoridades y estaba internalizada en la población.
A diferencia de los siglos recientes, no construían sus viviendas en cualquier lugar y almacenaban alimentos para los momentos más críticos como los desastres naturales. “Evitaban construir en las cuencas aluviales porque un huaico los mataría; tampoco, en terrenos endebles. Hacían un ordenamiento territorial muy sólido que evitaba que la gente estuviera en riesgo. Sin embargo, desde la Colonia en adelante, la gente vive donde quiere o puede”, nos refiere Carcelén.
Además, comenta que, conforme las culturas andinas van construyéndose y destruyéndose en el tiempo, sea por cuestiones naturales o guerras, los sistemas de almacenajes siguieron creciendo: “Para los chavín, son galerías; para los moche, almacenes dentro de los templos que van creciendo; los wari tienen en sus ciudades no solo almacenes sino una serie de estructuras al lado del templo donde guardaban sus productos y los comienzan a llamar ‘colcas’. Los incas hacen ciudades completas de almacenes”. Pero, cuando llegaron los españoles, no entendieron esta cultura de prevención y agotaron los recursos.
Sin duda, tenemos mucho que aprender de los antiguos peruanos que aprovecharon sus recursos pensando en el bienestar común.