El mundo de los militares ha sido reiteradamente tratado en la literatura peruana. Solo enumerando los primeros títulos que se me vienen a la mente puedo citar a La ciudad y los perros y Pantaleón y las visitadoras de Vargas Llosa, La ronda de los generales de Adolph o Cambio de guardia de Ribeyro. En ellos la violencia y la verticalidad de las instituciones castrenses, así como sus rituales y códigos, se retratan y ficcionan con distinta suerte, pero siempre desde la mirada crítica del civil que juzga las fuerzas armadas como un mal necesario con el que hay que convivir.
Más extraño es contar con el testimonio literario del otro lado, el de los uniformados. Pocos libros de interés han generado los militares peruanos que se animaron a escribir cuentos o novelas acerca de su vocación, sobre la dura vida en los cuarteles y las consecuencias de las decisiones de los altos mandos sobre nuestra sociedad. Haciendo un ejercicio de memoria recuerdo Insurgente y Una bala en la frente de Manuel Aguirre, exoficial que narra con crudeza los desencuentros entre ciudadanos de a pie y militares en situaciones extremas. Aparte de él, durante buen tiempo no hubo mucho más.
Es por eso singular el caso de Carlos Enrique Freyre (Lima, 1974), comandante del Ejército, quien a partir del 2010 ha publicado varios relatos y novelas cortas, en los que no es raro encontrar evocaciones al tema militar, como sucede en Desde el valle de las esmeraldas (2011), en la que demostró un oficio cuajado y facultades para trazar una historia impactante y sugerente. Ahora regresa con su primera novela de largo aliento, la ambiciosa La guerra que hicieron para mí, y, aunque los retos que se impone son rigurosos, gana un combate en el que no es nada fácil salir indemne.
NOVELA
La guerra que hicieron para mí
Editorial: Planeta, 2018
Páginas: 354
Precio: S/59,00
En las trescientas y pico páginas de su novela, Freyre propone un amplio fresco en el que, a través del destino de distintos actores entre los que destaca el recio capitán Amador Ocampo, se repasan diferentes momentos de la guerra terrorista en el Perú. Entremezcla los trágicos años ochenta con épocas más actuales, cuando el senderismo, más que un movimiento ideológico, es una excusa para ejercer el narcotráfico en la zona andina oriental. Es notable cómo aborda estas coordenadas espacio-temporales, que engloban disímiles circunstancias y un numeroso grupo de personajes, a los que imprime versatilidad y verosimilitud.
Esto último es especialmente valorable cuando hablamos de novelas sobre la violencia política. La mayoría de las que he podido leer caen en el más desalentador esquematismo, que deshace desde los primeros párrafos cualquier posibilidad de persuasión frente a lo contado. En cambio, los militares y los senderistas de Freyre, incluso aquellos que aparecen brevemente, gozan de la consistencia de lo humano: la contradicción, el matiz y la debilidad los caracterizan, sin descontar a los terroristas más dogmáticos, quienes en su discurso fanático y monocorde exhiben, de pronto, una grieta que los muestra como algo más que máquinas que obedecen consignas y matan sin inmutarse. En otras ficciones con temática similar todo acaba por convertirse en meros catálogos de cadáveres o listados de masacres sin fin que se vuelven inevitablemente monótonos y cansinos.
Freyre posee un conocimiento de causa con respecto a lo que escribe que le permite confeccionar escenas ricas en detalles, sobre todo en las que acontecen en la zona de conflicto o en los episodios urbanos, también trabajados con mucha minuciosidad. Por otra parte, no puedo soslayar la laboriosa estructura de este libro; a pesar de las múltiples subtramas que lo componen, la historia fluye nutriéndose a sí misma, potenciándose hasta una conclusión limpia y eficiente.
Estamos ante una novela de madurez que cumple sobradamente con las expectativas dentro de un subgénero en la que más de uno ha naufragado. Por ello es un doble mérito.