La cuarentena decretada por el gobierno como medida contra la pandemia por el coronavirus covid19 obliga a muchos trabajadores a laborar desde sus casas. (Foto: Eduardo Cavero)
La cuarentena decretada por el gobierno como medida contra la pandemia por el coronavirus covid19 obliga a muchos trabajadores a laborar desde sus casas. (Foto: Eduardo Cavero)
/ EDUARDO CAVERO
Rubén Quiroz Ávila

La terrible situación pandémica nos obligó a acelerar, incluso con ensayo y error, uno de los modelos de trabajar que responden al estatus contemporáneo de las nuevas relaciones laborales. La mayoría de empleados hemos estado hasta ahora estructurados bajo un modelo industrial controlista y que requería concentrar físicamente a sus equipos. Es decir, la idea, ya arcaica, de que la presencia física permite una gestión más óptima de los resultados.

En realidad, esto esconde un afán de control que es ilusorio. Para toda la cadena de mando -que suele ser sumamente jerárquica- tener la regulación de las tareas de su equipo significa monitorear las metas designadas. Pero esta función fundamental de la medición de la productividad ha sido confundida con la necesidad de estar reunidos todos a la vez en un espacio físico. Y como es obvio, ello genera la exigencia de una infraestructura costosa que albergue las condiciones para el desarrollo de los procesos laborales. Así, existe una arquitectura al servicio de un paradigma marcadamente fabril que necesitaba masas agrupadas y a la vista. Entonces, para fiscalizar a los grupos, había que crear inmensas oficinas, gigantes zonas de supervisión, horarios estrictos, todo un modelamiento espacial de biopoder. ;ás que resultados y rendimiento, estaba promovida por una representación controlista. El poder sobre el otro siempre es tentador. Sobre ese régimen de vigilancia, Foucault tiene sendos análisis.

Entonces, ¿qué nos ha permitido notar la pandemia en términos laborales, por lo menos, en sus oportunidades de reestructurar la dinámica de la productividad? Que es posible un nuevo modo de trabajar. En muchos casos, incluso en las instituciones tradicionales, se ha tenido que acelerar respuestas tecnológicas, que, además, ya estaban disponibles, y apresuradamente capacitar a su personal para mantener el servicio. Ya en otros países, el teletrabajo era una ruta que estaba siendo recorrida y encarnaba previsoramente lo que ahora está haciendo a trompicones en nuestro país.

En un estupendo libro, Remoto (2013), Jason Fried y David Heinemeier, fundadores de , son los abanderados del apotegma: “llevar el trabajo a los trabajadores y no los trabajadores al trabajo”. Su propia empresa de software carece en la práctica de oficinas. Sus desarrolladores están repartidos por el globo. Promotores del trabajo a distancia, sostienen que es absurdo seguir manteniendo un arquetipo laboral ineficaz y oneroso; que se tendría un impacto social positivo al reducir el tráfico, disminuir la contaminación ambiental y, por fin, pasar mayor tiempo con la familia. ¿No sería maravilloso desayunar, almorzar y cenar en casa? Se entiende que en ciudades tan altamente caóticas como Lima, donde un ciudadano pierde literalmente tiempo vital, sería un gran alivio colectivo implementar sistemáticamente estas buenas prácticas laborales.

Es evidente que no todo tipo de trabajo se ajustaría a esta flamante dinámica, ya que por su propia naturaleza requieren imprescindiblemente de lo presencial. No obstante, los hechos actuales, aunque trágicamente fortuitos, una vez más nos ha sorprendido con sus posibilidades. Y debemos incorporar de una vez por todas, con sensata inteligencia, el trabajo a distancia y sacar el potencial de todo el aparato tecnológico.

Es verdad que se requiere de toda una resignificación de las instituciones y deshacerse de los lastres conceptuales que suelen ser un inicial impedimento para aceptar una inédita e irremediable forma de organizar el trabajo. También de claras reglas de juego para todos los que participarían de una noción más cooperativa, más horizontal, menos constreñida a la rigidez del espacio industrializado, donde la confianza mutua por el resultado adecuado de la producción sea la base del vínculo.

El teletrabajo ya no es una opción. Pero, para que funcione adecuadamente, tiene que trazarse con claridad los tiempos dedicados a los asuntos familiares y aquellos en los que se enfocará a resolver lo laboral. La frontera inicialmente puede ser borrosa, pero, una vez más, la costumbre se impondrá. Estamos asistiendo a un giro de tal magnitud que debe obligarnos a reorganizar la manera de trabajar.

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