Si hay una revista que para los cinéfilos garantice calidad, inteligencia e independencia, es Cahiers du Cinema. Fue fundada en Francia en 1951 por André Bazin, secundado por un grupo de ingeniosos y atrevidos jovencitos entre cuyos nombres figuran François Truffaut, Jean-Luc Godard, Jacques Rivette, Claude Chabrol o Éric Rohmer. A propósito del centenario de este último recordamos cómo estos muchachos saltaron del papel a la pantalla para convertirse en directores y formar la Nouvelle Vague: la Nueva Ola francesa.
Suele decirse que 1959 fue el punto de partida de la Nouvelle Vague, pues ese año varios de los directores de esta corriente estrenaron su primera película y remecieron el Festival de Cannes: Marcel Camus ganó la Palma de Oro con Orfeo Negro, François Truffaut el premio a la dirección por Los 400 golpes y Alain Resnais fue alabado por el público y la crítica tras la presentación de Hiroshima mon amour. Los medios empiezan a hablar de una nueva forma de hacer cine.
No era sencillo el contexto que se vivía entonces en Francia. En 1958 el país había empezado a sentir el peso de una crisis política que dio como resultado la elección de Charles de Gaulle como presidente, en 1959. Ese año cierran varios cines y empieza a disminuir la cantidad de público que asistía a ellos mientras los televisores entraban a cada vez más hogares. ¿Cómo puede nacer un movimiento de cineastas en este contexto? La catedrática española Teresa Nozal lo explica en el artículo “La Nouvelle Vague vista desde un siglo nuevo”. En él dicce: “la constancia en la cantidad de títulos estrenados demuestra que la crisis apenas afecta a la producción cinematográfica en términos económicos. Esta paradoja se justifica por tres razones: aumenta el precio de las entradas muy por encima de la media del coste de la vida, el Estado toma una serie de medidas de apoyo económico a la cinematografía y se potencia la realización cinematográfica con la revolución en el sistema de producción que supone el cine moderno de la Nouvelle Vague”.
Esta revolución a la que se refiere Nozal tiene que ver no solo con libertad de expresión, sino también con libertad técnica en el campo de la producción fílmica que supone un gran ahorro en los costes: filman en escenarios naturales, el uso de cámara en mano y el trabajo con actores amateurs o no profesionales. Nozal añade que En 1959 se instaura la Cuenta de ayudas y los Adelantos por recaudación, gracias a la cual muchos cineastas pueden dirigir su ópera prima, pues favorece pues proyectos difíciles, originales, que no habrían podido beneficiarse con las antiguas ayudas, además, existen préstamos otorgados por el Estado para la producción.
Del papel a la pantalla
Antes que afamados directores y aún antes que afilados críticos de cine, los jóvenes redactores de Cahiers du Cinema eran cinéfilos en el sentido más puro de la palabra. Habían devorado productos culturales, pero sobre todo cinematográficos, sobre todo en la Cinemateca Francesa. Algunos de ellos habían hecho cortometrajes o trabajado como guionista. Éric Rohmer incluso había publicado una novela. Desde las páginas de Cahiers defendieron a directores estadounidenses como John Ford, Alfred Hitchcok u Orsron Wells, y en sus películas se encuentran referencias y homenajes a ellos, así como a los franceses Jean Renoir, Robert Bresson o Jacques Tati.
La escencia de Cahiers desde sus inicios fue reconocer al director como un autor, un creador al igual que un músico o un literato. Esta filosofía, defendida por André Bazin, fue absorbida y respaldada por los jóvenes futuros cineastas que ingresaron a la revista desde 1953. El cineasta español Aurelio Carnero, en un artículo a propósito del 50 aniversario de Cahiers, que los futuros nuevaoleros tuvieron como críticos más de un mérito: escribían desde sus gustos personales pero con espontaneidad, amor por el cine, la revisión de todas las películas posibles y la rebeldía.
Todo esto se reflejó en sus producciones. Revaloraron el cine popular de Hollywood, pero sin dejarse llevar por los temas políticos. Sus películas se centran en la condición humana y el autoconocimiento personal, apuestan por el realismo y le dan un nuevo giro al uso de la cámara como sujeto. Esto, sumado a las innovaciones técnicas y los bajos costes de los instrumentos necesarios para la realización de filmes contribuyeron a que sea esta una corriente prolífica.
En honor al centenario
“Diez años más viejo que Godard, Truffaut y Chabrol, Éric Rohmer es la figura más solitaria y secreta de la ‘nouvelle vague’ francesa”, escribe la cineasta Sonia Goldenberg en el prólogo de la entrevista que le realizó a Rohmer y que publicó en abril de 1980 en la revista Hablemos de cine. Entrevista que ha sido recuperada a propósito de este centenario (celebrado el 4 de abril) por la revista Ventana Indiscreta, de la Universidad de Lima. En ella se lee:
¿Qué principios, qué convicciones del “credo de la nouvelle vague” conserva todavía?
Varios, por ejemplo, el concepto del “cine de autor”, es decir, que el director es el autor de la película. Incluso en Perceval puedo llamarme con toda modestia el autor, aunque el texto original no sea mío, y yo haya sido fiel al texto. Uno es autor tanto como director, como guionista. Jean Renoir, una de las más grandes figuras del cine, autor de guiones originales, ha hecho películas con guiones ajenos que son tan buenas y personales como las otras.
¿Qué dirección cree usted que están tomando los cineastas identificados con la "Nouvelle Vague"?
Se siente actualmente en muchos de ellos una cierta lasitud en relación a temas y situaciones que en cierta manera ya han agotado. Por ejemplo, ya no están tratando temas contemporáneos. Como Truffaut, que acaba de hacer una película ambientada después de la Primera Guerra Mundial, La habitación verde. Chabrol acaba de hacer Violette Noziére, que se desarrolla en 1933. En la primera época nunca se nos habría ocurrido tratar un tema que no fuese contemporáneo. Nuestro interés por el pasado parece una tendencia, pero evidentemente volveremos a los temas del presente.
El trabajo de Rohmer ha quedado eclipsado para el gran público por nombres como Jean-Luc Godard o François Truffaut, pero es injusto. Rohmer cumple un papel fundamental para el cine moderno. Es notable su trabajo sobre las relaciones de pareja y sus crisis, con historias minimalistas y de una subjetividad desbordante. ¿Una muestra de su influencia? La aclamada trilogía “Before…” de Richard Linklater. En 1967 obtuvo dos premios en el Festival de Cine de Berlín: Mejor película para público joven, y el Premio especial del jurado por su película La coleccionista. Tres años más tarde fue nominado al Óscar por Mi noche con Maud, en la categoría de mejor película de habla no inglesa. y en la categoría de mejor guion.
Amante de retratar personajes femeninos complejos, dijo una vez para el diario El País: “Mis personajes femeninos son intuitivos, están más próximos a valores como la sinceridad, la ingenuidad, la naturaleza o la fe que los hombres, que presento como más complicados, menos naturales y más razonadores. Ellas resultan más simpáticas. No creo que puede decirse que soy misógino”.
No se puede decir que la Nouvelle Vague tenga hoy el reconocimiento que se merece, más allá de los cinéfilos y nostálgicos que buscan la forma de regresar a sus películas por sus propios medios. El único cineasta vivo de la Nueva Ola francesa es Jean Luc Godard, otro genio que sigue produciendo películas a sus 90 años. Los más despistados lo recordarán porque, en la campaña presidencial peruana del 2016, los medios destacaron que era primo de Pedro Pablo Kuczynski. Pero, se lo prometo, es mucho más.