Por Katherine Subirana
Marco Martos es una de aquellas personas que eligió vivir para, por y de las palabras. Poeta y profesor universitario, ha sido recientemente reelegido como presidente de la Academia Peruana de la Lengua, una institución cuyo trabajo por el recogimiento y reconocimiento de las palabras que nos definen como peruanos suele pasar inadvertida.
En el siglo XXI, ¿qué vigencia tienen las academias, hijas de una institución fundada en el siglo XVIII?
Bueno, las academias hacen los diccionarios, y son importantes porque recogen los usos de las palabras en todos los lugares donde se hable español. Por ejemplo, la Academia Peruana se fundó en 1887 por iniciativa de Ricardo Palma, y en un momento él llego a ser su presidente. A Palma se le recuerda en este terreno porque defendió en 1892, en Madrid, la necesidad de incorporar vocablos de América, y no le aceptaron ninguno. Él quedó molesto y casi cierra la Academia Peruana. Los tiempos han cambiado, y el español de América tiene la misma importancia que el de España. La gente no lo sabe, pero hay dos diccionarios: el antiguo Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española —que ahora se llama Diccionario de la lengua española—; y el Diccionario de americanismos, que recoge los vocablos de América.
Cuando el uso de las palabras es cada vez más público (al usar Facebook o Twitter, por ejemplo), se hace visible el descuido con el que se las trata.
Siempre hay niveles de la lengua. Una misma persona puede tener un lenguaje en su barrio, otro familiar, y otro en el colegio o la universidad. Hay un lenguaje médico, uno jurídico, etc. Lo que ocurre en Internet es que la gente más cultivada se molesta por el uso del lenguaje sintético, pero este ha existido siempre. Las personas mayores han logrado conocer los telegramas, y esta es una nueva modalidad de telegrama, y de una simplificación absoluta. El lenguaje tiene que acomodarse a los tiempos, pero no desechar de plano ciertas formas. Las academias lo que pueden enseñar, y en lo que pueden influir, es en la enseñanza de las lenguas, en no discriminar a las personas por su forma de hablar, y en explicar que hay una lengua para cada circunstancia. Digamos que el rol de las academias es reconocer todos los niveles de lenguaje.
Una de las funciones de la Academia es escoger palabras para ingresarlas al diccionario. ¿Cómo es este proceso?
Nosotros en la Academia Peruana hemos hecho por primera vez el diccionario de peruanismos que se hizo durante mi gestión y salió el 2014. Para que una palabra esté en el DEL tiene que hablarse no solo en un país, sino en más. Un caso bien interesante es que, como el diccionario lo hacían los españoles, palabras que se usaban en América quedaban desplazadas por la palabra española, y puede ser así, pero cuando la palabra alude a objetos de América nosotros tenemos que tener una primacía. Nos ha costado trabajo pero hemos conseguido que una palabra como papa sustituya a patata, que ahora aparece como segunda entrada dentro del diccionario. Esto que parece una cosa minúscula, requiere mucho tiempo y trabajo.
Usted tiene una relación muy especial con las palabras. Como poeta se ha vuelto muy prolífico los últimos años: ¿qué opina de quienes consideran que es mejor dejar macerar la poesía antes que publicar periódicamente?
Me pregunto por qué le critican a los poetas que publican mucho, mientras a los novelistas les exigen siempre que publiquen más. Algunos no publican porque no pueden, otros porque no quieren, otros porque demoran. Hay poetas copiosos, y yo no he sido copioso, me he vuelto copioso. Eso es porque he estudiado más técnicas de poesía y porque estoy constantemente estudiando. La poesía se lee poco; hay que saberlo.
Usted publica en Facebook muchos de sus poemas. ¿Es su manera de colaborar a que la poesía se lea más?
En parte sí. Descubrí Facebook en el 2010, cuando participé en una elección en San Marcos. Ganamos dicha elección, pero por poco. Un profesor que participaba conmigo me dijo: “Ellos casi ganan porque tenían Facebook”. Y entonces lo descubrí y ahora estoy ahí. Y me sirvió, porque, siendo decano, los estudiantes se dirigían a mí por ese medio. Lo que no me decían en el pasillo me lo decían por Facebook.
Eso muestra que, de alguna forma, se han perdido los espacios de socialización presenciales que antes unían generaciones de profesores y alumnos y que eran tan ricos.
Yo considero un privilegio ser profesor de San Marcos. Es verdad que se han perdido los espacios de socialización en la universidad, y lo lamento. Siempre el café es un lugar amistoso, pero es cierto que no a muchos alumnos les interesa. Cada vez la gente llega más a solo cumplir y se ha perdido la mística que se tenía antes. Sin embargo, yo he tenido estos últimos años una revelación increíble con la creación de la maestría en Escritura Creativa, pues eso facilita otra vez esa relación. Cultivé la costumbre con grupos de alumnos de ir una vez a la semana a un café a conversar, y eso no lo había tenido por años.
¿Esta pérdida del interés se traduce también en la política? ¿San Marcos ha perdido su lugar como referente político y académico?
En lo académico no. Creo firmemente que San Marcos sigue siendo un ejemplo en muchas carreras. Pero de pronto descuida su relación con la sociedad: como universidad está callada frente a los acontecimientos. No ha dicho absolutamente nada en todo lo que hemos pasado los últimos meses, y eso lo lamento. Entonces, no puedo si no alegrarme al ver gente que protesta.
¿Qué es lo que más lamenta?
Una sola palabra: Odebrecht. Y todo lo que significa. Que una empresa sea más poderosa que los países y que vaya país por país seduciendo a gobernantes, no tienen perdón.
Y sobre el indulto, ¿qué opina?
Estoy en contra. Estoy en contra. Y lo lamento profundamente. Durante muchos años yo no he dicho mucho sobre política porque formaba parte del tribunal del pacto electoral. Ahora que no formo, puedo decir libremente lo que pienso.