María Teresa Grillo es magíster en Literatura Peruana y Latinoamericana por la Universidad de San Marcos[Foto: Lino Chipana]
María Teresa Grillo es magíster en Literatura Peruana y Latinoamericana por la Universidad de San Marcos[Foto: Lino Chipana]
Jorge Paredes Laos



Hace unos días se presentó el primer número de +Memoria(s), la revista académica publicada por el Lugar de la Memoria en la que se desarrollan temas vinculados a entender las causas, efectos y consecuencias del período de violencia que se vivió en el Perú entre las décadas de 1980 y 1990. En palabras del ministro de Cultura, Alejandro Neyra, es “un medio para conocernos y comprendernos mejor como país, y reflexionar sobre lo que vivió el Perú en aquellos tiempos para que no se repita lo sucedido”.

Para ahondar en estos temas, conversamos con María Teresa Grillo, integrante del consejo editorial y doctora en Estudios Hispánicos por la University of British Columbia y magíster en Literatura Peruana y Latinoamericana por la Universidad de San Marcos. Ella también es autora del libro Discursos de la nación pendiente (Pakarina/UNMSM, 2016).

¿Cómo surgió su interés por los derechos humanos y la memoria en el país?
De manera concreta puedo situar este interés en el tiempo de mis estudios de maestría en Literatura Peruana y Latinoamericana en la Universidad de San Marcos, en el 2003 y 2004. Como tema de investigación, elegí trabajar con testimonios andinos peruanos, un asunto que en ese tiempo no había sido muy estudiado desde la literatura. Se trata de un tema que abre puertas hacia la historia, la sociología, los derechos humanos, los estudios de la memoria. El testimonio constituye por sí mismo un texto de la memoria, ya que una persona relata su experiencia y la de su colectividad. Y la experiencia andina, fuertemente marcada por la discriminación y la exclusión, entronca con el tema de los derechos humanos. Este trabajo me permitió tener un mayor acercamiento a la cultura andina. Desde entonces, he venido investigando las manifestaciones discursivas andinas, y, dentro de esta área, los vínculos entre lo colonial, y el pasado y el presente republicanos.

Podemos decir que la revista gira alrededor de dos ejes: derechos humanos y memoria. ¿Cuáles fueron los criterios para escoger esta temática?
Por la propia naturaleza de la institución que la publica, la revista necesariamente debe incluir estos ejes, tan importantes para la reflexión sobre lo que hemos sido, somos y queremos ser como nación. En los fundamentos conceptuales del LUM, Diego García Sayán hacía referencia a un espacio que contribuyera a una sociedad respetuosa de los derechos humanos y fuera capaz de reflexionar sobre la exclusión, la discriminación y la intolerancia. Dentro de este marco, la revista contribuye a la difusión de las experiencias del pasado, sobre todo de aquellas sobre la violencia que carecen de espacios para ser expresadas, y a la consiguiente reflexión sobre estos hechos y sobre la importancia de los derechos humanos por parte de los miembros de la sociedad.

¿De qué hablamos cuando hablamos de memoria? ¿En qué se diferencia del recuerdo?
Esta palabra tiene distintas acepciones vinculadas al recuerdo, y al acto de rememorar. Hay también una distinción entre memoria individual y colectiva. Y los hechos protagonizados por un pueblo o país forman parte de una memoria histórica. En el campo de los estudios sobre la memoria, de tanta importancia en la actualidad, esta se concibe como espacio activo de rememoración, en el que los hechos del pasado son evocados y resignificados. Es decir, la memoria no es un espacio fijo y situado en el pasado, sino un lugar que vincula el presente, en el que ocurre el acto de rememoración, con el pasado que se evoca, y también con el futuro en el que ese pasado se proyecta. También es un espacio de confrontación y diálogo entre las distintas memorias. Creo que deberíamos comenzar por elucidar cuáles son los sentidos del pasado que proyectaremos hacia el futuro, en aras de un mañana en que las atrocidades y la violencia no se repitan. Para esto, desde mi punto de vista, se requerirá de largos años de honestos intentos de diálogo, buscando consensos entre los distintos sectores de la sociedad.

En uno de los textos, una de las protagonistas dice: “La guerra se metió dentro de mí”. Es interesante cómo la idea de ‘enfermedad’ en el imaginario andino está asociada a los años de violencia. ¿De qué manera empezamos a curarnos como sociedad?
Hace poco hablé en el LUM sobre textos andinos coloniales, que, en su mayor parte, no lograron su objetivo de conmover a sus destinatarios y operar cambios favorables para indios y mestizos. También mencioné el desprecio con el que fue recibido inicialmente un testimonio andino importantísimo del siglo XVII, el de Guamán Poma de Ayala, por un erudito de la primera mitad del siglo XX, como fue Raúl Porras Barrenechea. Y es que a través del tiempo, los testimonios andinos han sido recibidos por la sociedad dominante con indiferencia y en este sentido el pasado colonial no resulta remoto, ya que está conectado a un presente en el que la voz del Otro —muchas veces andina y amazónica— no es escuchada. Cuando terminé mi charla, alguien me hizo la misma pregunta que me haces hoy y me sentí pequeña para responderla de manera concreta porque los problemas sociales son muchísimos y tal vez más preocupantes de lo que se quiere admitir. Pienso ahora que esta indiferencia, que todavía existe, se encuentra en el meollo de muchos de nuestros problemas como nación. He escuchado expresiones como “crisol de razas” para definir la nación peruana, considerando la idea de mestizaje como una cortina que esconde la dura realidad de la discriminación racial y étnica. Pero la verdad, como lo dice Gonzalo Portocarrero, es que el Perú es un país racista. Creo, por ejemplo, que admitir de manera honesta que el racismo y la discriminación se viven a diario en el Perú sería un primer paso.

Existe en algunos sectores la creencia de que es mejor olvidar los años de violencia y solo mirar el futuro, ¿cuán peligrosa puede ser esta actitud? ¿Cómo dice Wilton Martínez cuán peligroso puede ser reprimir los traumas o tratar de esconderlos bajo la alfombra?
En el Perú el conflicto armado interno fue traumático, por las dimensiones de su violencia y su carácter cruel y sanguinario. Creo que un escenario de olvido no puede ni debe darse, ya que estas heridas serán siempre parte de nuestra memoria histórica. Las víctimas de la violencia merecen mucho más de parte de la sociedad. En otros países en los que se han iniciado los llamados procesos de paz, estos han comportado largos años de intentos de diálogo, acuerdos y desacuerdos, marchas y contramarchas. En este sentido, creo que en el Perú hace falta procesar las memorias del conflicto; es una responsabilidad brindar las plataformas adecuadas para expresar estas memorias, algo a lo que el LUM está contribuyendo, pero hay que hacer todavía mucho más. Además, la Comisión de la Verdad y la Reconciliación sugería una reflexión sobre los muchos problemas –económicos, sociales, étnicos- y las enormes disparidades que asolan el país. Esta reflexión es prioritaria, ya que estos conflictos son barreras que impiden que podamos construir consensos y empezar a pensar en un bien común.

El gobierno ha titulado el 2018 como año de la reconciliación, pero leyendo estas historias — desaparecidos, duelos no cerrados, crímenes de odio, etc.— vemos que estamos muy lejos de conseguir este anhelo, ¿en su opinión la reconciliación debe ser solo política o también debería ser social, con las víctimas y con las nuevas generaciones del país? ¿Cómo desde el LUM se puede ayudar a lograr este objetivo?
Sí, y diversas personas han hablado de perdón, de reparación y otras ideas que se vinculan con esta propuesta. Pero pienso que no existe un consenso sobre en qué consiste la reconciliación exactamente. Por ejemplo, me es difícil entender la idea de una “reconciliación política” o de una “reconciliación social”. Por otro lado, el énfasis en la reconciliación desde algunos sectores parece sugerir una sociedad sin discrepancias, en la que todos alberguemos una meta común, lo que, desde mi punto de vista, es imposible, porque una sociedad democrática está formada por todos sus miembros, con sus distintas historias, culturas, y visiones. Y más aun considerando la diversidad social y étnica del Perú y sus enormes disparidades económicas. Tampoco puede pensarse en crear consensos si no se establecen los medios para un diálogo abierto y horizontal. Más que promover una reconciliación ambigua y apresurada, un planteamiento importante sería comenzar a sentar las bases para una convivencia democrática con respeto hacia las ideas diferentes.

Recientemente, una congresista ha calificado de terroristas a quienes se oponían a su proyecto de ley, ¿qué opina del uso de esta palabra para estigmatizar al otro, con el que no estamos de acuerdo políticamente?
Es interesante y a la vez preocupante esta extensión que se otorga de manera consciente a la palabra “terrorista” y que no guarda relación con su acepción original. Primero, la palabra se extiende para proyectarse a los miembros de partidos de izquierda, y después a cualquier persona con ideas socialistas, vistas posiblemente como un peligro en términos electorales. Luego, continúa extendiéndose, para abarcar a cualquier persona que se oponga a medidas ya sea abiertamente autoritarias o simplemente a planteamientos. Se pierde el significado original y el término acaba convirtiéndose en un instrumento que descalifica, y, lo que es más peligroso, que promueve el odio. Estas extensiones semánticas de los calificativos no son algo nuevo, han sido utilizadas muchas veces por gobiernos totalitarios —de derecha y de izquierda— para descalificar a los opositores. Así, los seguidores pueden identificar a todo opositor con aquello negativo que ya tienen en su imaginario. Mi opinión es que este recurso, si puede calificársele de tal, contribuye a exacerbar la polarización de una sociedad que ya está bastante dividida, y no ayuda a la convivencia democrática que pienso deberíamos tener en mente cuando pensamos en el Perú como nación. Tristemente, a veces da la impresión de que todo lo que importa es lo inmediato y que el Perú del mañana no está en la mira de algunos. Si no se cambia rápidamente las actitudes, las inmensas brechas en nuestra sociedad continuarán abriéndose y se resquebrajará aún más el ya dañado tejido social del país.

Más información
El 15 de marzo se abrirán las convocatorias para el envío de artículos para la segunda edición de la revista.

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