Era su cumpleaños número 21 cuando Ariarca Otero llegó al río Madre de Dios donde fue acribillado su tío abuelo Javier Heraud, en 1963. Tenía entonces la misma edad que ella. En el documental El viaje de Javier Heraud, dirigido por Javier Corcuera, Ariarca arma paso a paso la historia del joven poeta cuyos ideales lo llevaron a Cuba, en el contexto de la revolución; y a Puerto Maldonado, donde encontró la muerte. Con testimonios de amistades cercanas —como Arturo Corcuera y Eduardo Chirinos— y familiares, así como fotos, cartas y objetos, ella persigue los pasos del tío escritor. Un viaje en el que no solo resuelve interrogantes sobre el personaje de Javier Heraud, sino que también se encuentra a sí misma.
¿Cómo transitaba el fantasma de Javier Heraud en casa? ¿Se hablaba de él?
Mi abuela hablaba mucho de él. Siempre lo tenían presente, hasta ahora. Pero una cosa es la relación que tiene una hermana y otra la que tienen todas las personas que lo conocieron. No hay una sola historia, ni una sola versión; eso es lo rico de todo este proceso: descubrir que Javier estaba en un montón de personas de maneras distintas y cada una tiene su propia experiencia e idea de quién fue.
¿Qué sentiste al ver por primera vez ese recorte de periódico con la noticia del asesinato?
Me dio respuestas para entender estructuras que se habían formado alrededor de mi familia y que no tenía claras. No es algo que te van contando. Entender su muerte me hizo comprender su historia y forjar una identidad a través de ese hecho.
Hablar con tu familia sobre él, con su círculo de amigos más cercano y con quienes estuvieron con él en sus últimos días, ¿qué causó en ti?
Fue increíble sobre todo estar en Puerto Maldonado y que, a pesar de todos los años que han pasado, la gente sigue recordando ese día como si fuese ayer. Todos los testimonios están cargados de información que no imaginaba. Es conmovedor que lo recuerden tanto y que les haya generado ese impacto. Ahora me quedo con más preguntas que respuestas, con más ganas de tener a ese tío cerca para hacerle todas estas preguntas.
¿Qué le preguntarías?
Creo que lo tendría siempre cerca de mí para cualquier tipo de dudas, ya sean existenciales o hasta consejos sobre cómo escribir mejor poesía, o como una simple compañía.
¿No tienes la duda de saber por qué creyó tan necesario hacer ese viaje?
Antes la tenía, pero conforme fui investigando más a fondo y contactándome con tantas personas que estuvieron con él en Cuba y antes de irse a Cuba, o en la selva, entendí que era una coyuntura inevitable para lo que se estaba formando. Ahora podemos ver la Revolución cubana con otros ojos, pero en ese momento marcó un antes y un después en la vida de muchas personas.
En el proceso descubriste varios objetos que le pertenecieron. ¿Cuáles rescatas?
Dos cosas. Una es su capacidad para poner su nombre en todo lo que hacía, como si estuviese tratando de dejar su huella en todo, como si supiese que en cualquier momento se podía ir. Eso me impactó porque le ponía nombre y fecha a todo, desde papelitos que mandaba a sus amigos en la universidad hasta cajetillas de fósforos o libros chiquitos. Y también me quedo con algo que es suyo, pero no precisamente salió de él, que es la carta que le escribe mi bisabuela [la mamá de Heraud] cuando se entera de que él ha muerto en Puerto Maldonado. Es desgarradora. Al leerla, comprendes muchas cosas. Con esa carta es que entiendo mucho de él, del amor que le tenían y de mi familia. Estaba guardada en un cajón con llave.
¿En algún momento quisiste parar de filmar?
He llorado varias y he tenido que cortar. Las emociones están a flor de piel para todos. Me impresiona saber cómo a través de una imagen, una foto o una carta, uno puede conectar tanto con alguien. Surgían cosas muy raras que normalmente no esperas. Todos los que aparecen en el documental de Javier [Corcuera] son claves; era como si ellos estuviesen listos para hablar del tema y solo estaban esperando hacerlo.