Juan Carlos Fangacio Arakaki

Si aceptamos el lugar común de que el perro es el mejor amigo del hombre, resulta inevitable pensar que las sociedades de hoy no serían las mismas si no fuera por el impacto que ha tenido la vida canina en ellas. Y de eso se ocupa el historiador británico Chris Pearson, autor del libro “Dogópolis. Cómo los perros conformaron las ciudades modernas”, un interesantísimo ensayo que se divide en cinco capítulos dedicados a cinco actividades centrales de los perros: el vagabundeo, la mordedura, el sufrimiento, el pensamiento y la defecación. Con sesudas reflexiones y múltiples referencias históricas, Pearson reconstruye la evolución de nuestras urbes con aguda mirada perruna.

–El libro se enfoca en Londres, París y Nueva York. ¿Podría decirse que la manera que se desarrollaron en torno a los perros es la misma en otras ciudades?

Creo que hay similitudes en todo el mundo. Muchos elementos de lo que yo llamo Dogópolis se han exportado a través del colonialismo. En un nuevo libro que acaba de ser publicado aquí en el Reino Unido, “Collared: How We Made the Modern Dog”, muestro mucho más cómo los británicos, en particular los dueños de perros y criadores, llevaron elementos de la Dogópolis a la India, al África, al Medio Oriente, etc., bajo la idea de que los perros callejeros no deberían estar permitidos. Es un concepto que se puede aplicar a muchas ciudades, aunque debe haber situaciones particulares diferentes. No sé, por ejemplo, cómo es la situación en Lima.

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–De hecho, hay una pequeña referencia al Perú en el libro: que nos describe como un país de gente miserable y perros esqueléticos y hambrientos. ¿Cuánto de verdad y cuánto de exotismo prejuicioso habrá en ese artículo?

Sí, muchos periodistas británicos y estadounidenses de esa época se fijaban en los perros callejeros de los países a los que viajaba. He encontrado eso en algunos artículos sobre Estambul, en la antigua Constantinopla (como Turquía era llamada por Occidente en el siglo XIX), en los que la abundancia de perros callejeros podía verse como algo fascinante y exótico. Pero creo que se trataba de un reflejo de la sociedad turca: revoltosa, desordenada, inapropiada para los estándares occidentales. Entonces, sí creo que existen muchos prejuicios en la forma en que se mira a los perros de otras culturas. Porque no estás viendo solo a unos animales, sino a las ideas de la gente detrás de esos animales. Ideas en torno a clase, género, raza. Los animales son una buena forma de exponer esos prejuicios.

–Afirmas que el vínculo entre las personas y los perros se basa sobre todo en las emociones.

Mientras ciudades como Londres, París y Nueva York crecían, se organizaban y se modernizaban, con montones de cambios, también surgían preocupaciones como el desagrado por los malos olores, la criminalidad, y más. Lo que yo creo es que los perros avivaron algunas de esas preocupaciones o temores, con cuestiones como la rabia o el desorden urbano. Eso derivó, por un lado, en sentimientos de odio y desagrado hacia los perros; y por otro lado, en personas que sentían compasión por estos animales y su manera de sobrevivir en la ciudad. Y aumentó mucho el amor y el cuidado hacia los perros como mascotas, especialmente entre la clase media. Es así que las emociones y los sentimientos a menudo están ligados a una cuestión de clase, con un fuerte prejuicio contra la gente pobre. Es interesante pensar en eso porque, al menos aquí en el Reino Unido, la gente puede decir que ama u odia a los perros, pero no encuentras a quienes el tema les sea indiferente. Siempre hay una fuerte reacción emocional. Y no solo se trata de amor y de odio, pues hay una serie de reacciones diferentes. A veces puede ser miedo, disgusto, alegría, admiración, incluso alivio, cuando piensas en cómo algunas personas ven a los perros policías combatiendo el crimen. Por eso me interesa que los lectores piensen en cómo estos animales juegan un rol tan importante en la vida emocional de los seres humanos, y cómo eso ha cambiado con el tiempo.

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–El libro se divide en cinco capítulos dedicados a cinco acciones caninas: el vagabundeo, la mordedura, el sufrimiento, el pensamiento y la defecación. ¿Añadirías alguna otras?

Sí, la idea del libro era abordar cosas que los perros hacen y cómo los humanos responden a ellas emocionalmente. Creo que algo que probablemente añadiría sería la comida. Es muy interesante la industria de lo que comen los perros, y menciono algo de ello en el libro. También podría ser el juego, y hay muchas otras cosas que podrían analizarse, pero escogí esas cinco porque al momento de escribir el libro sentí que eran las más importantes para mí.

–¿Qué opinas de la gente que tiende a humanizar a los perros?

Creo que es algo que la gente ha hecho por muchísimo tiempo. Los perros han sido incorporados a mitos griegos, indios, a diversas historias y leyendas. Se les ha usado a menudo para pensar en la vida y la muerte y la espiritualidad. Y durante mucho tiempo han sido considerados símbolos de lealtad, por ejemplo, o de trabajo duro o de peligro. En general simbolizan distintos aspectos de la vida. A partir del siglo XVIII fuimos testigos del aumento de las sociedades de consumo, al menos en Occidente. Y lo que la cultura del consumo entendía como fundamental para un ser humano de alguna manera se aplicó a los perros también. Empezaron a tener camas, abrigos, comida diversificada; empezaron a ser tratados como criaturas que merecen una dieta nutricional como nosotros los humanos, que merecen vivir cómodos, que merecen ser amados. Esta humanización de los perros en algún momento fue muy criticada. Sobre todo por parte de hombres que sentían que algunas mujeres estaban tratando a sus perros como niños, que los estaban infantilizando, que amaban a los perros a expensas de su amor a los seres humanos. Por eso para muchos esa humanización no es aceptada.

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–También percibo una mayor conciencia sobre la importancia de no comprar perros, sino más bien adoptarlos. ¿Estás de acuerdo?

Sí, creo que es una idea que ha crecido mucho. Es una cuestión compleja porque me parece que todo se reduce a una elección personal, pero sí ha planteado muchos problemas en torno a los criaderos de perros, o perras siendo utilizadas solo como procreadoras de cachorros que luego se venden. O del hecho de que algunos perros se hayan vuelto inasequibles; durante el confinamiento por la pandemia, por ejemplo, los precios de los perros se dispararon pues todo el mundo quería una mascota para sentirse acompañado. Personalmente, siento mucha simpatía por la idea de que es mejor adoptar a un perro callejero. Pero creo que comprar un perro también tiene que ver con lo históricamente simbólico que ya mencionamos: un símbolo de estatus, por el cual los perros más caros son vistos como parte de una élite. Y por ende los perros de los pobres no tienen valor, y eso los vuelve eliminables. Eso es algo que también abordo en el libro: en los hogares se solían separar a los perros entre los que se podían vender y los que no, aquellos que lucían muy sucios o enfermos y que se debían matar. Quizá me estoy desviando de tu pregunta, pero la antigua discusión sobre el valor de ciertos perros es algo con lo que todavía estamos lidiando hoy.

–La historia de los perros en las ciudades es, en general, una historia de mucha crueldad, ¿no?

Sí. Es algo que he tratado de mostrar demasiado en el libro, pero en efecto es una historia triste. La historia del creciente amor y compasión hacia ciertos perros, específicamente las mascotas; pero al mismo tiempo una historia de creciente violencia, tanto verbal como física, contra los perros de la calle. A lo largo del siglo XIX, estos perros estuvieron cada vez más expuestos a las capturas, y muchos de ellos eran asesinados ahogándolos, colgándolos, eventualmente electrocutándolos o en cámaras letales. Es una situación sumamente triste, pero que se suele justificar como una medida necesaria para limpiar a las ciudades y hacerlas modernas, seguras. Por suerte también han aparecido muchos activistas de protección animal que se opusieron a esta exterminación, y en el siglo XX surgió también la idea de castrar o esterilizar a los perros como una forma de controlar su sobrepoblación.

DOGÓPOLIS: CÓMO LOS PERROS CONFORMARON LAS CIUDADES MODERNAS

AUTOR: Chris Pearson

EDITORIAL: Almuzara

AÑO: 2024

PÁGINAS: 352


Si pasea por cualquier ciudad occidental hoy día, no tardará mucho en ver a un perro. Se espera que estos animales domesticados puedan moverse fácilmente por aceras, calles y otros elementos fundamentales de nuestro entorno urbano. Pero, ¿y si nuestras ciudades se hubieran modelado en respuesta a nuestra convivencia con los perros más de lo que nos imaginamos? Esta obra audaz ofrece una convincente demostración histórica de que las relaciones humano-caninas fueron un factor crucial en la formación de la vida urbana moderna y que las reacciones humanas hacia los perros han conformado y remodelado significativamente las ciudades occidentales contemporáneas hasta puntos insospechados.


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SOBRE EL AUTOR

Periodista. Ha sido becario para los Talent Campus del Festival de Cine de Berlín (Berlinale) y el Festival de Cine de Buenos Aires (Bafici). Labora en El Comercio desde el 2016, donde ha colaborado en El Dominical, Somos y Luces, sección en la que actualmente es subeditor. También dirige y conduce el programa televisivo "El Placer de los Ojos".

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